La esperanza es la virtud que debe prevalecer en el Adviento, por eso, estos consejos te ayudarán a esperar con alegría el próximo nacimiento del Señor Jesús
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
El Adviento es un tiempo para crecer en humildad. A veces tendemos al orgullo y a la vanidad. Creemos tener las mejores ideas, hacerlo todo como nos parece mejor. Que nos alaben, que nos ensalcen, que nos quieran. Sin embargo, la esperanza debe prevalecer.
Por eso el Adviento y la Navidad ponen en el centro a los pastores. Decía el Papa Francisco:
"En la noche de Navidad, Jesús se manifestó a los pastores, hombres humildes y despreciados. Fueron ellos los primeros en llevar un poco de calor en aquella fría gruta de Belén".
1Reconocernos pequeños
No llegó a los fariseos, a los saduceos, a los poderosos. Se fue al campo donde habitaban los pastores para comunicarles a ellos, gente humilde sin muchos conocimientos, que les había nacido la luz, el rey, el Salvador.
¿Dejarían de ser pastores si lo reconocían? ¿Cambiarían sus vidas en algo días más tarde, cuando José y María hubieran huido a Egipto para salvar la vida del recién nacido? No. Nada nuevo pasó en sus vidas durante años. Seguirían cuidando los rebaños, velando las noches frías y cálidas, protegiendo la vida de los suyos, esperando, siempre esperando.
¿Merece la pena esperar tanto? Qué importante es vivir el presente esperando algo mejor siempre. No nos aferremos únicamente a nuestro hoy; esperemos que algún día todo puede ser distinto. Tengamos la fe sencilla de los pastores.
Ellos creyeron que esa noche algo cambió en el universo, algo tal vez insignificante que no alcanzaban a comprender. Algo nuevo había irrumpido entre pañales y ellos lo habían visto y habían creído.
Nos sorprende tanta fe, tanta capacidad para asombrarse. Un rey indefenso les ha nacido. No tiene ejército ni poder. Tendrá que huir en la noche para no ser asesinado. Y aun así ven que algo ha cambiado. Las estrellas son las mismas; y el sol, el mismo cada mañana. Su trabajo, el mismo y sus costumbres, ancestrales. Pero ellos se ponen en camino hacia una gruta en Belén.
Igual que los Magos de oriente que, al parecer, siguieron una promesa infundada, aprendamos a distinguir en nuestra vida entre expectativa y esperanza.
La expectativa es la necesidad imperiosa que tenemos de que algo concreto cambie en nuestra vida y mejore. Esa expectativa la ponemos en los que nos rodean, en los que dicen amarnos, en los que comparten nuestros sueños. Esperamos que actúen de una determinada manera. Confiamos en su fidelidad. Creemos en el poder de sus obras.
Nuestras expectativas nos hacen felices mientras las tenemos, y nos frustran cuando se desinflan, entonces nos desesperamos. Eran tan reales, tan concretas. Era tanto lo que parecía suceder, tanto lo bueno que podía nacer de un día para otro.
Las expectativas son de cada uno, nadie nos las ha prometido, pero igual las esperamos, porque somos humanos, muy de carne, poco del cielo.
4Creer que algo está ocurriendo ya
La esperanza es diferente, nos ensancha la mirada, nos hace creer en una promesa que no va a reducirse a unos pocos cambios. Es algo más grande, más inabarcable por nuestra mirada.
Esperamos cuando creemos en Dios aunque en apariencia no haga nada. Creemos en nuestro futuro juntos, en nuestros planes, aunque nada parezca cambiar. Creemos en esos milagros que casi nunca suceden. En esos cambios que nos parecen imposibles.
Esperamos que algo vendrá, que cambiará nuestra vida para siempre. Es la esperanza que surge como una semilla pequeña dentro de nuestra alma. Esa esperanza nunca nos quita el ánimo, todo lo contrario, lo aumenta a cada paso. Esperar lo que no poseemos, lo que no vemos. El paraíso oculto después de la muerte. La luz del sol en medio de la noche. La salud en el dolor de la enfermedad.
Esa esperanza nadie nos la puede quitar y al mismo tiempo es un don, no un derecho. No podemos exigirle a la vida tener esperanza. Pero es lo que nos mantiene con vida cuando todo es noche y desierto. Lo que nos permite levantarnos cada mañana.
Navidad es esperanza. Y el Adviento es esperar que algo está ocurriendo ya, algo que todo lo transforma. No le tengamos miedo a la noche, que nos nos asuste la soledad. La promesa sigue viva en nuestro interior.
3Ser instrumentos de paz
Las palabras de Isaías 2, 2-4 que hoy escuchamos nos hablan de esperanza:
"Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: De Sion saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra".
En medio de la guerra, gritemos paz. En medio de la muerte, vida. Cuando el mundo nos esclaviza, libertad. En medio de las mentiras que nos aturden, susurremos verdad. En la soledad, busquemos al Amor incondicional.
En medio de la traición, vivamos el perdón. Cuando las personas olviden seamos memoria. En medio de la discordia, busquemos la unidad. Y cuando haya odio, seamos amor.
En medio de tantas cosas que no nos dejan crecer, seamos presencia de Dios que nos ama por encima de todo y precisamente en todas nuestras debilidades.
Así es la esperanza que anhelamos. Un don venido del cielo que nos hace crecer hasta las alturas. No le tengamos miedo a la noche porque vivimos esperando el día nuevo que todo lo va a cambiar.
Dejemos de lado nuestras expectativas mezquinas y revistámonos de una esperanza honda y fiel.