He conocido a niños que, a estas alturas del verano, están deseando que llegue el día de volver a las aulas, estrenar sus mochilas y encontrarse con sus viejos amigos. He conocido a muchos de esos niños…, pero nunca fueron los míos. Los twelve son de los de la otra especie, de los que entran en el colegio sabiéndose los días que faltan para Navidad mejor que las tablas de multiplicar. Así que, año tras año, he leído todos los artículos donde psicólogos y profesores daban recomendaciones para el retorno.
Aquí quiero dejaros algunas de esas recomendaciones que muestran mucho sentido común, pero acompañadas de otras que contienen también mucho sentido sobrenatural, porque, sin estas últimas, habrá infinitas situaciones escolares y vitales a las que no les encontraremos sentido.
Vacaciones de vacaciones
Cuántas veces hemos escuchado la frase “necesito vacaciones de las vacaciones”. Pues ellos también. Los peques necesitan adaptarse al futuro inminente de las rutinas, y mejor si es antes de que lleguen. Que los madrugones iniciales les pillen con las alforjas llenas de horas de sueño. El cansancio te engaña, haciéndote creer que no tienes fuerzas para poder con tu vida. Así que, una semana antes, que se levanten y se acuesten como en su futuro horario escolar.
Ojear, disfrutar, oler su material escolar
Hay algo fascinante e ilusionante en esos lápices perfectamente afilados y, why not?, en leer las primeras hojas del libro de lectura, consiguiendo que el niño se sienta menos indefenso en los primeros días de clase. Hablar en positivo, motivando la curiosidad y el interés por sus profesores, compañeros de clase, nuevas asignaturas, etc.
Organizar el tiempo de estudio
Organizar (esto es importante) el tiempo de estudio, de deberes. Algunas familias organizan el tiempo del cole y el tiempo de las actividades extraescolares, pero no colocan la hora, hora y media, o dos horas, que el niño va a necesitar para llevar los deberes al día. En ese tiempo hay que tener en cuenta, además, que habrá momentos en que necesite ayuda.
Hasta aquí el sentido común. Pero si eres de los que educas mirando al cielo, ¡enhorabuena! Las herramientas para que el curso vaya bien aumentan exponencialmente su eficacia. Aquí te dejo algunas sugerencias:
Una bendición de mochilas
Que esos materiales de trabajo se conviertan en auténticos sacramentales. Que el Señor deje su gracia hasta en la última goma de borrar y en el tan poco usado plastidecor blanco. Ojalá tuviésemos la fe suficiente para valorar los objetos bendecidos como creen los supersticiosos en sus amuletos (aunque, en este caso, erróneamente). Bendice la mochila en familia, en grupo, con sus amigos. Que se convierta en una tradición familiar milenaria que comience este otoño.
Romería familiar
Ir juntos a ver a la Virgen y pedirle por este curso. A todo el mundo le gusta tener contactos, “enchufes”, en los colegios, universidades, colegios mayores, etc. Pues, con cada avemaría del Rosario que rezas, la Virgen le dice a su Hijo: “Éste viene de mi parte”. Te aseguro que no puedes tener un “enchufe” mejor.
Que cada minuto cuente
Sacrificio proviene de los términos latinos “sacer” y “facere”, es decir, hacer sagradas las cosas, honrarlas y entregarlas. Enseñemos a los niños que, desde el minuto cero, pueden hacer que cada minuto cuente. Los tres últimos minutos de la clase de química, los que más cuestan, son tesoros gigantes en el Cielo si los ofreces.
Con esta mentalidad, el curso, las asignaturas que no te van a servir para nada en el futuro, cada suma, cada renglón de caligrafía, cada lámina de dibujo técnico, adquieren la categoría de sacrificio, dan gloria a Dios en el Cielo. Con esta perspectiva, cuesta menos darlo todo. Esa visión sobrenatural hace que ningún esfuerzo parezca inútil, ni nos desmoralice una mala nota después de haber estudiado. Con esta actitud, podemos contagiar y contagiarnos del hashtag #quecadadíacuente: todos y cada uno de los días que quedan hasta Navidad. Why not?