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Adicta al sexo y las drogas, hoy rescata a mujeres que abortarían y a sicarios arrepentidos

María Guadalupe "la Madrina" ante la imagen de la Virgen que tiene en su oficina.

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Jesús V. Picón - publicado el 23/07/22
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Del suelo levanta a mujeres, a niños e incluso a hombres tirados por las calles que son adictos al alcohol y a las drogas. María Guadalupe “La Madrina” va por las noches a través de callejones y lugares donde la luz no penetra las tinieblas del mal.

Lupita llega hasta los basureros, los picaderos y debajo de los puentes, buscando a seres humanos en huesos, consumidos por sus vicios y pecados. Su misión la ha llevado a confrontarse con cárteles y distribuidores de droga, y ha logrado rescatar a mujeres y hombres sicarios que han cometido los peores actos.

Pero a ella no le importa: se los lleva a todos, los adopta, los baña, los cura, los alimenta, los abraza, los escucha, limpia sus lágrimas y ora mientras ellos, en su llanto, buscan salvación, perdón y misericordia.

Lupita se los ofrece a Dios para que los convierta en seres relucientes de su gracia. Pero María Guadalupe “La Madrina” tiene una historia oscura: fue violada de niña por su propio primo, y parte de su vida la pasó ideando cómo matar a su violador.

Su camino fue de perdición. Sus heridas y adicciones al sexo, al alcohol y a las drogas casi la llevan a la muerte y a una condena segura.

Conoce la historia de “La Madrina”, que fue rescatada de lo más profundo del abismo de las tinieblas: de las drogas, de la prostitución, del alcohol y de la perdición total.

-Dios te ha dado muchos talentos.

Soy licenciada en Administración de Empresas, consejera y terapeuta en adicciones y tengo mucha competencia en esa área. Tengo 48 años y hoy en día soy directora de un centro de tratamiento contra las adicciones. Soy soltera, nunca me casé por la Iglesia y tengo dos hijos.

-¿En qué contexto creciste?

Vengo de una familia tradicional, católica. Soy la número 16 en la familia. Murieron cinco hermanos y ahora somos once. Estudié la primaria en Guanajuato, parte de la secundaria y estuve en el coro de la iglesia.

A los 12 años, estando en la secundaria, tuve una crisis de ira y me trajeron a Querétaro a seguir estudiando. En la universidad ya tenía a mis hijos. Dentro de nuestra familia había muchas carencias, desde la económica hasta la afectiva. Mis padres pertenecían al Movimiento Familiar Cristiano y mi padre ayudaba en la iglesia, pero dentro de la familia había mucha violencia, rechazo, abandono, alcoholismo, adicciones y maltratos físicos.

Lo que me distraía era ir a la escuela, ir al catecismo y estar en el coro. Era lo que me hacía feliz, pero también experimentaba mucho la depresión y la ansiedad por la violencia dentro de la familia y porque fui violada a los seis años.

-¿Quién generaba la violencia?

Mis hermanos, y también la escuela. Mi papá era un hombre que todo el tiempo trabajaba y nunca nos faltó comida, aunque fuera sencilla. Mi mamá se dedicaba solo a la casa y las necesidades que, en mi caso, se convirtieron en exigencias. 

-¿Qué te decían tus hermanos?

Había maltrato físico y lo que hoy conocemos como bullying, y eso fue generando inseguridad dentro de mí.

En el pueblo a mi papá le decían “El Borrego” y a mí me decían “La Borreguita” a manera de burla. Por la violencia y la ansiedad que sentía desde muy corta edad me orinaba en la cama a los ocho o nueve años, y, como tenía poca ropa, así me iba a la escuela y eso generaba más burlas. De verdad, la economía estaba mal.

-¿Nos podrías compartir un poco más de la situación dramática que viviste a los seis años?

Desde los cuatro años me sentía acosada por uno de mis primos. Sentía que no era normal la manera en la que se me acercaba. Yo vivía carente de abrazos por parte de mi padre y de mi madre, porque ellos así fueron educados.

Con ese primo siempre me sentía insegura, me causaba ansiedad. Cuando él llegaba a la casa me sentía ansiosa y temblorosa y tenía mucho miedo de que se me acercara. Después comenzó a acercarse, a abrazarme y me decía “Manzanita”, porque en el pueblo hacía mucho frío y las mejillas se me ponían rojas.

Con el tiempo me fue tocando, me mandaba llamar para hacerle algún mandado y yo llegaba con mucha ansiedad porque sabía lo que me iba a hacer. Él era mucho mayor que yo, tendría unos 19 años, ya era un adulto que sabía lo que estaba haciendo.

De alguna manera, porque me daba cosas que yo no tenía, me compensaba; pero sabía que no era bueno.

En una ocasión se lo dije a uno de mis primos. Le dije que no me dejara sola porque me daba miedo. Mi papá y mi mamá se iban los martes a vender a otros municipios y era cuando más sufría porque él iba a la casa simulando que se preocupaba por nosotros, cuando en realidad era un acosador y un violador. Hasta que un día se dio la violación física y me dijo que no podía decírselo a nadie porque no me iban a creer y él me iba a matar. A mis seis años vivía con miedo y ansiedad todo el tiempo.

Había una estufa vieja en el huerto de la casa y todo el tiempo me la pasaba ahí escondida. En una ocasión me acerqué a una de mis hermanas, pero no me atreví a decírselo porque él ya me había infiltrado el miedo. Al saber que llegaba, que iba a estar sola, quería que la tierra me tragara.

-¿Te destruyó por completo?

Sí, porque empecé a odiar. Mi corazón se llenó de odio. Sentí que odié a Dios, a mi padre, a mi madre, a mis hermanos por ser más grandes y no haberme protegido. En la escuela me desquitaba, les pegaba a los niños y niñas que se metían conmigo.

Llegué a encontrar revistas, no pornográficas, pero de vaqueros y traileros, y uno de mis hermanos me encontró y me dijo palabras altisonantes que yo no conocía, como si yo estuviera viéndolas con morbosidad, pero yo no pensaba en eso.

Él, el hombre que me hizo daño, abrió mi mente y la distorsionó, porque practiqué mi sexualidad desde niña; no porque haya sido una mala persona, sino porque me torcieron con la conducta y con la habilidad que me dieron.

Después, otra prima que tenía atracción por el mismo sexo, me acosaba; yo ya tenía entre nueve y diez años y, desgraciadamente, nadie me creía porque era rebelde y agresiva en la escuela. 

-¿A muy corta edad tu forma de ver el sexo cambió?

Sí. A mis diez años mi mente estaba torcida, veía todo con morbosidad por esa acción sexual de que había sido víctima. Así como a mí me acosaron, yo también acosaba a hombres y mujeres, con premios, con secretos. Para mí ya era adrenalina el estar buscando los “jueguitos”, las cartitas. Hasta la manera de vestirme comenzó a cambiar. Yo sabía que podía controlar con mi sexualidad. Mi mente planeaba ser modelo, ser una escort. Me llegué a prostituir y a tener sexo por dinero.

A los 17 años me embaracé. Al principio tenía la idea de un matrimonio y casarme para toda la vida, pero desgraciadamente elegí mal, elegí a una persona enferma igual que yo y no funcionó.

Me separé y empecé a experimentar con mujeres y con hombres, y me di cuenta de que a través del sexo podía obtener seguridad económica y emocional, porque por primera vez me sentía querida y amada. Era la única sensación de amor que yo concebía. Llegué a pensar que la atracción que tenía hacia las mujeres era algo normal y maravilloso, pero muchas veces me causaba vergüenza.

"Empecé a prostituirme"

Entonces empecé a abandonar a mis hijos por irme a los bares, a los antros y a otras ciudades, y empecé a prostituirme. Estaba en una empresa en donde tenía mucho poder, pero hice cosas malas; me corrieron y en ningún otro lado me contrataban porque me boletinaron.

Al necesitar dinero me metí a trabajar de mesera y ahí empezó mi camino con la adicción al sexo, a las drogas (anfetaminas) y al alcohol. Me di cuenta de que con la prostitución podía volver a tener seguridad económica. Me daba mucho miedo no tener dinero. 

Todas las personas con las que me involucraba consumían cocaína. Empecé a tener el concepto de alcoholismo social cuando me involucré con personas de alta sociedad y era dama de compañía. Caí en las redes del alcohol. Empezó a ser una adicción y no podía parar ni una semana.

En cinco años el alcohol acabó conmigo, acabó con mi trabajo, con mi dignidad, con mis hijos, con muchas parejas que tuve y que querían ayudarme; pero a mí no me interesaba, y no me interesaba porque era lo único que conocía como felicidad. Alguien que quisiera quitarme la botella o el consumo de drogas era mi peor enemigo. Prefería perder todo a mí alrededor.

-¿En qué momento tocas fondo?

Después de experimentar tanto sexo con tantas personas llegué a sentir un vacío existencial. Cuando llegaba a un antro decía: “Con ese me voy a ir esta noche” y me iba. Estaba con él, me despertaba a su lado y sentía un vacío tan terrible que me la pasaba llorando en el hotel.

"Me sentí usada"

Un día me involucré con una persona emocionalmente, lo que yo no quería, y con él me iba a casar porque me emocioné mucho. Se comportaba conmigo como un caballero. Sin embargo, me fue infiel dos veces y eso me hizo tocar fondo: me sentí usada, vacía, triste y resentida con todos los hombres. Buscaba venganza, pero terminaba saboteándome y lloraba todas las noches."

En una ocasión mi mamá se dio cuenta de que estaba bebiendo porque, al reunirme con ellos, me ponía muy violenta. Ella una vez me dijo: “Yo sé que te vas a morir, pero lo único que puedo hacer es pedir por ti como santa Mónica por san Agustín”. Yo le decía: “San Agustín, tú y tu Dios se pueden ir al infierno”.

"Toqué fondo"

Finalmente, cuando cumplí 25 años, casi terminé en un psiquiátrico por el consumo de anfetaminas y alcohol. El psiquiatra me pidió que me mantuviera abstemia por un mes, pero no podía y en ese momento toqué fondo: consumía pastillas para dormir, me despertaba y seguía bebiendo.

En ese tiempo, una de mis hermanas, que regresó al camino del catolicismo, me llevó a la oración en el templo de la Santa Cruz. Ella ayuda y es catequista, una mujer maravillosa que ha salido adelante y que me decía: “No sé cómo lo voy a hacer, pero yo sé que Dios te va ayudar así como a mí me ha ayudado”. Las veces que paraba de consumir era porque estaba con una persona que creía que me iba a ayudar.

Mi hermana se llevó a mis hijos por cómo me veían y ese día tuve una visión. Pensaba que estaba en delirio porque estoy diagnosticada con el límite de personalidad, es decir, sin consumir estoy totalmente loca y debo llevar un tratamiento de por vida.

Estaba en la sala de mi casa y vi un catrín muy guapo que me decía que tomara y, de repente, vi que no era un catrín, que era una boa a la que le decía: “Pues también toma tú”, y le aventé las botellas. Quedé inconsciente, terminé en el hospital y ahí estuve tres días por una sobredosis y nadie de mi familia supo, sólo una amiga que oraba mucho por mí.

Después de estar hospitalizada, me di cuenta de que estaba aventando las botellas a la ventana y que estaba discutiendo con el Enemigo. Él me decía que ya me tenía y que era de él.

Deseos de morir

Cuando estaba en el hospital deseaba morirme. Ya no quería despertar, pues llegué al límite de no sentirme feliz, no encontraba sentido a la vida. Cuando quedé inconsciente tuve un sueño: estaba en una cueva acostada sobre una piedra, desnuda, y veía todo el pasaje de mi vida desde niña, todo mi sufrimiento, cuando me violaron, y estaba muy enojada con Dios.

Y del otro lado veía a mis hijos tristes y a mis padres, y sentí un golpe en mi pecho y dije: “Si en realidad existes, ayúdame”. Vi a lo lejos una luz y sentí un temor que, hasta el día de hoy, no sé descifrar.

Rechazando la ayuda

Desperté y entré en depresión. Empecé con la abstinencia y viví los ataques y los delirios. Después de unos días me fui a trabajar y me encontré con un cantante, con el cual trabajé, y él ya estaba en el movimiento de Alcohólicos Anónimos (AA), ya tenía tres años sin consumir y yo no lo podía creer porque era adicto a la cocaína. Me preguntó: “¿Cómo estás?”. Yo pesaba 49 kilos en ese momento. Le dije: “Bien”, pero él me respondió: “No, no estás bien”. Me invitó a una junta. Era un anexo, pero al principio me dijo que era un lugar en donde él iba a cantar.

No me dijo la verdad porque no iba a aceptar la ayuda, él me conocía muy bien. Llegué a la junta y no volví a beber jamás, pero vinieron otros procesos.

Había otros asuntos que sanar

Vino un proceso de cuatro años de haber tapado la botella, y de involucrarme con un hombre y con otro. Pero yo seguía teniendo los mismos deseos con hombres y eso me causaba mucha vergüenza.

Hay un paso maravilloso en el programa de AA que dice: “Hasta que el defecto te vuelva desgraciado”. Toqué fondo otra vez y volví a sentirme peor que cuando consumía y nada más tenía dos opciones: una, retomar el programa o beber hasta esperar mi amargo fin. Entonces, acudí con un padrino veterano de muchos años, para colmo guadalupano; fue muy cauteloso y me dio el librito de los Cinco Minutos y ese librito me empezó a encaminar.

Entonces empecé a hacer el programa de manera personal, admití que era adicta al alcohol, a las drogas, a las relaciones destructivas y al sexo, y me di cuenta de que necesitaba la guía y el control de Dios en mi vida. Me di cuenta de que había recuperado mi voluntad.

Mi padrino me dijo: “Entrégale esa voluntad a Dios, porque tú no puedes hacer nada con tu voluntad”. Y hay un tercer paso que dice: “Decidimos entregar nuestra vida y nuestra voluntad”, y cuando yo decidí entregarle mi vida y mi voluntad, estuve dispuesta, porque toqué fondo y fue muy doloroso. Fue entonces cuando Dios hizo un cambio en mí, fue la gracia.

El padrino y el momento de la confesión

-¿Te confesaste?

Por supuesto. Hice un inventario moral, un inventario de toda mi vida. Lo que soy es por mi padrino, que en paz descanse. Dios lo puso en mi vida y en mi camino. Él me dijo: “Vamos a hacer un quinto paso donde admites ante Dios, ante ti y ante otro ser humano la naturaleza exacta de tus defectos de carácter, tu egoísmo, tu deshonestidad, tu temor mal manejado, la inconsideración que has tenido hacia los demás. Te sugiero que te confieses”.

Los que hemos practicado las relaciones con el mismo sexo debemos aceptar que vivimos en una neurosis, una inseguridad extrema y un vacío terrible, que es lo que deberíamos decir en lugar de promocionar otras cosas.     

Yo no me quería confesar porque no lo había hecho desde mi primera Comunión, pero mi padrino me hizo una cita y me mandó a la iglesia de san Agustín con un sacerdote viejito.

El día de mi cita mi padrino me llevó a la puerta de la iglesia. Yo iba con gafas, gorra y pants para que nadie se diera cuenta de que estaba ahí. El sacerdote salió vestido de blanco y me dijo: “¿La alcohólica?”, y yo dije: “Sí”. Me pasó, puso una silla enfrente de mí y en cuanto me dijo “Ave María Purísima” comencé a temblar y no podía hablar.

Él me miró, me preguntó cosas, comencé a llorar y fue maravilloso porque fui sintiendo en mi corazón algo sanador, como si alguien estuviera protegiéndome y comencé a decirle todo lo que había hecho sin parar de llorar.

Fue algo maravilloso, porque en el momento en que me impuso las manos sentí el perdón. Por primera vez en mi vida me sentí perdonada por Dios; cerré los ojos, sentí sus manos calientes y me imaginé a Jesús en la cruz perdonándome mis pecados.

El padre me dijo: “Te felicito, gracias. Ve hacia el Santísimo y ahí vas a recibir indicaciones”. Fui y esperé a que alguien me dijera qué hacer, pero sólo vi una cruz, a Jesús escurriendo de sangre, ese que yo me imaginé cuando me impuso las manos, y me arrodillé. Sentí como si Él me dijera “Te amo”. Sentí tanto amor dentro de mí que le dije: “Señor, si Tú me permites sentir esto todo el tiempo, yo te entrego todo lo que Tú quieras”. Ahí estuve cerca de una hora, salí y quería decirle a todo el mundo lo que sentía en ese momento y comencé a ver el cielo y los árboles como si estuvieran flotando.

Llegué al grupo en donde estaba militando, les regalé mi experiencia y todos se burlaron de mí. En ese tiempo yo fumaba dos cajetillas de cigarro diarias, porque tenía mucha culpa y me quería hacer daño inconscientemente.

Empecé a arreglarme de diferente manera, a cuidarme, a no crear prejuicio con mis compañeros, a respetarlos, a ver a las mujeres no como una competencia sino como mis hermanas. Ya no pude estar en ese lugar porque era muy juzgada, pero ya tenía mucha fuerza.

Mi padrino me regaló un DVD con la vida de san Agustín y me aconsejó ver sobre la vida de los santos. Entonces empecé con una lucha espiritual muy fuerte. A las tres de la mañana me despertaba porque tocaban a mi recámara, comencé a sentir miedo y al rezar el rosario mis manos temblaban. La lujuria y la ira me dominaban.

Una clienta muy buena del diablo

Mi padrino me dijo: “Lupita, eras una clienta muy buena del Maligno y vas a tener muchos ataques, te sugiero que a partir de ahora comiences a vivir tus sacramentos”.   

Sacramentos y una aventura de amor hacia los demás

Los domingos iba al templo de San Francisco y conocí a un sacerdote maravilloso que extraño mucho, el padre Luis Vilchis, que fue mi director espiritual por seis años y me ayudó a trabajar todas las presencias que tenía. Me confesaba una vez al mes, comulgaba a diario, ayunaba y, sobre todo, empecé a servir a los demás. Empezó todo este cambio que es una aventura de amor hacia los demás.

-¿Recibiste oraciones de liberación?

Sí. Me mandaron con un sacerdote e iba una vez al mes.

-¿Quién estuvo detrás de tu rescate?

Dios me permitió que yo viviera todo eso, porque ha sido un proceso largo y doloroso. La mayoría de los adictos quisiéramos una recuperación instantánea, pero no existe porque la conversión es 24/7.  Quien me empezó a encaminar espiritualmente fue mi padrino, que me enseñó mucho sobre mi religión.

Pero todo esto no hubiera sucedido si no hubiera estado en el programa de Alcohólicos Anónimos. A mí ese programa me ayudó a reconciliarme con mi religión y todo lo que vivo en el programa es lo mismo que me llevó a mi religión. El día de hoy hago lo que todo católico debe hacer, que es evangelizar, transmitir el mensaje.

Hoy mis amigos y amigas son religiosas, sacerdotes y mis hermanos adictos también lo son. Mi cambio también ha sido gracias a las oraciones de mi madre.

-¿Qué pasó con tu primo? ¿Hablaste con tu familia?

Una Navidad fui a ver a mi madre. Ya había muerto mi papá, y por casualidad me lo encontré en una panadería, lo vi de lejos y ya no sentí rencor. Él me dijo: “Hola”. Le di la mano y le dije: “Te perdono por todo el daño que me hiciste en el pasado, deseo de todo corazón que tú también ya te hayas perdonado, que Dios te dé paz y tranquilidad del alma”. Y lo único que sentí cuando me abrazó fueron sus lágrimas. Tenía que darse cuenta de que había hecho algo malo. 

-¿Nunca pensaste denunciarlo?

Llegué a pensar en matarlo y lo planeaba. Cuando bebía me acordaba mucho de eso y odiaba a quien no me protegió. Mi familia lo sabe pero no se dice nada. Uno de mis hermanos hoy está en el mismo programa que yo, ya está por cumplir ocho años y me da gusto que haya recibido el mensaje.

Mis hijos aún tienen etapas difíciles y he aprendido a respetar, pero tengo fe y sé que ellos también algún día verán esa luz maravillosa; todavía les falta tocar un fondo.

-Después de todo esto fundaste una organización para ayudar a otros. Cuéntanos al respecto.

Después de siete años de haber dejado de consumir, estando en el programa y formada en mi religión, no sabía qué hacer. Trabajaba en una empresa coreana y me ofrecían irme a trabajar a otro país. Siempre tuve buenos puestos, pero nada de eso le daba sentido a mi vida. Entonces fui con un sacerdote y me propuso abrir esta casa que se llama “Conversión, fortaleza y esperanza”, un centro de tratamiento contra las adicciones, en donde recibimos personas desde los 15 hasta los 60 años, hombres y mujeres.

Hace diez años se abrió con la gracia de Dios porque yo no tenía ni un peso. Abrí mi closet, vendí lo que tenía y comencé a comprar cosas. Otra persona que es laica me ayudó a comprar otras cosas y empezó este trabajo que es una aventura maravillosa.

A los seis u ocho meses tenía diez internos. A algunos los recogí de la calle. Recogía a embarazadas adictas, que son mis preferidas, a mujeres que no tenían donde vivir. Lo que yo quería era servir porque eso es el verdadero amor. En una ocasión le “compré” una chica embarazada a un vendedor de drogas, le compré su libertad, y ese niño el día de hoy tiene siete años. 

-De cariño te dicen “La Madrina”.

Sí, me dicen “La Madrina”. Tengo muchos ahijados y muchos nietos espirituales. Mujeres embarazadas que han querido abortar han llegado aquí. En una ocasión platicaba con una chica que fue traslada del penal de Puebla para su recuperación, porque había intentado matar a un hombre.

El caso de una chica que no llegó a abortar

Ella me decía que tenía derecho al aborto, que tenía tres meses de embarazo y que se había embarazado antes de entrar al penal. Un día le toqué la pancita, el bebé se movió y ella se emocionó, pero seguía con dudas. Me puse a orar por ella, recibió toda la atención, escuchó el corazón de su bebé y aceptó tenerlo. Fue una niña y ahora tiene cuatro años.

-Te has enfrentado con gente peligrosa para poder rescatar adictos, ¿te han amenazado?

Sí. He convivido con sicarios, con gente que se dedica a vender droga, con mujeres sicarias. Los primeros años tenía mucho miedo, pero el padre me decía: “Dios te los mandó, quiere que tú los acerques”.

Conviví con dos mujeres sicarias y una de ellas no podía creer que yo le dijera “Te creo”, pues se consideraba una mala persona. Yo le decía que en ella veía el rostro de Jesucristo y se levantó y empezó a llorar. Le dije que no la juzgaba y la aceptaba tal cual. Hoy tiene once meses sin consumir, estaba tratando de reintegrarse y por seguridad se ha tenido que ir.

Un sicario que había matado a su padre

-¿Has logrado convertirlos?

Sí. Hay uno que tiene ocho años sin consumir drogas.  Hizo muchas cosas malas: mató a muchas personas, incluido su padre; desaparecía personas y fue manipulado al grado de que lo hacían comer carne humana. Él pidió la misericordia de Dios, estaba muy necesitado de su amor. Yo le entregué al Santísimo su historia y le pedí que lo ayudara.

Un día me dijo que lo llevara al Santísimo, pero ese día coincidía con una Hora Santa de jóvenes y lo llevé. Me dijo que quería confesarse y fui a buscar al padre y lo confesó. Me gusta entregar así a las personas, ellos le dan el sentido a mi vida. No tengo carro, no tengo novio, no tengo ni siquiera casa, pero tengo el sentido de la vida y ganas de ir al Paraíso,  de ir al Cielo. Lucho para ir al Cielo y para ello ofrezco mi castidad.

-¿Crees que Dios te mandó lo más duro?

A finales de enero de este año tuve la amenaza de un cártel. Me llamaron por teléfono y me dijeron que vendrían al Centro, me mandaron fotos de cuando salía a correr, de mis nietos y de mis hijos, y me dijeron que me iban a matar. Hice una querella, mandaron algunas patrullas y dejé de hacer algunas actividades porque es algo que nunca te esperas. 

En febrero me marcaron y me dijeron que venían para acá y les dije: “Esta bien, pero sólo me llevarán a mí”. Estuve esperando todo el día con mi rosario y le decía a Dios: '¿Por qué no te siento, Señor? ¿Dónde estás?'. En ese momento un amigo sacerdote me mandó un audio que explicaba el momento en que Jesús estuvo en el Huerto de los Olivos, y pensé que estaba viviendo lo que Jesús vivió y lo tomé como mi viacrucis. Yo no quería dejar de servir por miedo.

Para contactar a María Guadalupe “La Madrinaescribir a: cofo2012@gmail.com. También puedes entrar en la página de Facebook Grupo Fortaleza y Esperanza AC.

Ellos necesitan de tu ayuda para sostener el Centro de Rehabilitación COFOE y poder rescatar a más mujeres en riesgo de abortar y hombres con adicciones.

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