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La Iglesia del Espíritu Santo en Saxia adyacente a Plaza de San Pedro en el Vaticano es donde inicia el itinerario de la Asociación “Misión solidaridad”. El mensaje del Papa para Cuaresma acompaña a los voluntarios: "No nos cansemos de hacer el bien".
Es jueves, la humedad engaña un poco el frío invernal romano. Los voluntarios se dan cita antes del anochecer.
Una gigantografía del Cristo de la Divina Misericordia campea en la fachada del templo y otea sobre la oración que está por iniciar.
Al borde del primer escalón del santuario del siglo XII, en un semi círculo, están reunidos estos 10 hombres, unos jóvenes y otros de media edad, y, hay dos sacerdotes, que, sin embargo, no dirigen la oración; lo hace un joven laico bajo de estatura, cabello negro azabache y tez clara.
La oración se realiza antes de iniciar cada misión en las calles cercanas a la Basílica de San Pedro. Angelo Romeo, 42 años, siciliano, sociólogo y profesor universitario, recita la oración que fue escrita junto a varias personas sin techo.
Los voluntarios visten deportivo, algunos llevan tenis. Los dos curas se reconocen por el cuello romano y uno de ellos, de origen belga, lleva puesta una capa y una boina de cachemira negra. Todos usan encima chalecos azules para ser reconocidos.
Los voluntarios no son siempre los mismos, hay dos nuevos hoy. En el centro del círculo, mientras rezan, casi como el pan que se parte y se dona, sobresalen las bolsas, los termos de aluminio y los carritos de la compra cargados de comida y viandas.
Giovanni, sin techo romano, un minuto antes se acerca sigiloso y en silencio para no interrumpir la oración. “¡Amén!”-, dicen en coro. - “¿Angelo, trajiste una merendina?”, grita Giovanni, 60 o más años, rompiendo el silencio ceremonioso.
Giovanni dice que ya comió, mientras señala el comedor social del otro lado de la calle, pero, quería algo dulce para llevar entre los dientes hasta llegar a su cambuche. -“Lo siento Giovanni, tenemos sándwich o un pedazo de pizza”- “¡Angelo!, pero si sabes que soy diabético”, responde pícaro.
En dialecto romano Giovanni farfulla, mientras pide noticias a los voluntarios de otro sin techo que echa de menos. Parece que tiene hambre, no de comida, sino de ser escuchado.
Un joven de color se acerca tímido. Siente que le llaman por su nombre: “Samuel”. Entonces acelera el paso. Pide un “panino”. Los voluntarios le ofrecen té caliente también.
Antes de que termine de comer el círculo humano, rodea al joven congoleño y, por diversos instantes, está en el centro.
Los voluntarios pasan revista más de una vez por el camino a los suministros: “Todos deben tener una ración”. Se mantiene un paso firme, pero sin prisa. Pues, hay un toque de queda implícito antes del alba.
El padre belga ha sido rebautizado por un sin techo de anteojos con lentes grueso, físico macizo y acento siciliano: “el padre de los bosques de Sherwood” por su atuendo. La inhóspita noche romana necesita de humor o al menos, entre una sonrisa, una taza de té llena las manos abiertas que se extienden por doquier.
Otro voluntario intercepta la caravana. “Muchas veces el tiempo es lo más precioso por donar”, dice el hombre robusto, italiano, 40 años, que trabaja como administrativo en el hospital Bambin Gesú.
“Siento el gozo de ayudar”, explica Fabrizio, 43 años, desempleado. Él asegura que es la mejor experiencia en el voluntariado que ha tenido. Le gusta la preparación de la comida, la oración y hasta la disposición a servir.
“Antes me sentía un número más que entregaba comida a otros”. Fabrizio dice que cada semana algo se renueva en él, mientras sus ojos brillan detrás de la mascarilla FFP3. “No hacemos esto por nosotros, sino por los demás”.
La asociación nació hace 3 años, pero el grupo de amigos y de voluntarios recorre las calles de Roma desde hace 15. Angelo inició casi solo, con un puñado de estudiantes universitarios, y ahora no recuerda una noche en que no haya tenido el apoyo de otros compañeros de camino.
Un grupo de personas sin hogar se refugia en las escaleras externas del ingreso del edificio donde tiene sede la Oficina de Prensa de la Santa Sede. A la luz del día, desde ahí, se lanzan los mensajes del Papa. Este año el de cuaresma: “No nos cansemos de hacer el bien” (Gal. 6a 6,9-10a).
El Vaticano y sus organizaciones benéficas gestionan instalaciones que incluyen refugios nocturnos, baños, comedores sociales y una clínica. Sin embargo, se necesita de estos voluntarios. El Papa pidió su ayuda para que no pasen tragedias como la de Edwin, un nigeriano de 46 años que murió por exposición al frío cerca de la Plaza de San Pedro (enero 2021).
“La Cuaresma es una semilla, pero sería genial que después de ella en adelante todos pudiéramos llevar la caridad a todos los rincones. Donarse gratuitamente creo que encarna la ley del Evangelio”, comenta Angelo, mientras camina con una mochila llena de bocadillos de “salame”, queso y otras cosas preparadas por él.
“Las personas en la calle tienen en primer lugar una especial necesidad de relaciones”, afirma Angelo. “Hay mucha soledad en la sociedad. Por tanto, no es solo importante responder a la necesidad material, regalar un plato de pasta caliente…Ellos necesitan de ser considerados. Madre Teresa enseña que el mundo está muriendo de soledad, falta de amor y de escucha”, añade.
La Asociación tiene el objetivo de promover la amistad social - de la que habla el Papa- vivida por voluntarios y personas sin hogar. “Somos un grupo de amigos que visitamos a otros amigos, personas que nos esperan, las cuales de otra forma padecerían no solo el frío, el hambre, sino la soledad y la indiferencia”.
Los voluntarios entran en un “cambuche” debajo de un puente y saludan como viejos amigos que entran casi caminando sobre los dedos de los pies en esta sala sin muros, entre cartones, cobijas, estufas para acampar.
Los voluntarios llaman por nombre a los tres ‘anfitriones’ de estos lugares de fortuna para la noche. Ellos abren esas puertas invisibles y pasan por los corredores para ser acogidos como andariegos bendecidos.
Atrás de los gestos de estos hombres, de ambos lados, crece una llamarada de fraternidad que colora, calienta y brilla apacible en la noche. Todo esto dejando en segundo plano el gris de la calle, la suciedad y el olor nauseabundo.
Por un lado, la mano extendida de quién brinda un plato de arroz con verduras porque sabe que eres musulmán y, por otro, la mano que se abre para recibir sin sospecha alguna y la voz encendida por un “gracias” austero, pero con sentimiento. Otra vez las miradas de los hombres se encuentran.
Ahmed es de Bangladesh, Pedro es de Perú. Pero, hambre, sed, frío pierden su ciudadanía en esta noche en la que se escucha un eco silente a cada paso de esta caravana de hombres entre hombres sin pasaportes y aduanas: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis” (Mateo 25:35-40).
La marcha de los voluntarios serpentea a zigzag por la multitudinaria Vía de la Conciliación que en el día está llena de turistas y fieles de todo el mundo.
“¡Angelo, trajiste pasta!” - “Cierto, si tú solo comes pasta”, responde Angelo, - ¡Bien! - grita un anciano dicharachero en romano que sigue bromeando y contando sus vivencias a los voluntarios. Una abuelita italiana bien vestida recibe una tasa de té. Ella es nueva en ocupar los recovecos de la plaza, hace poco fue desalojada de su habitación en Roma.
Del otro lado de la calle está aparcado un food truck para personas sin hogar. Es la idea de otra asociación, proyecto Arca onlus, para servir a personas sin hogar que durante la pandemia no podían acceder a un comedor social.
Un joven africano grita a gran pulmón: “No cámaras, solo comida”. Varios amigos de la calle se quejan con Angelo que les tranquiliza. Uno de ellos, italiano, dice con ironía que los periodistas y los camarógrafos los filman como si fueran animales de circo.
A lo lejos se ven más de 20 personas que hacen fila delante de la camioneta que les ofrece comida caliente y a breve distancia es visible una nube de cámaras y de micrófonos que documentan lo que ocurre.
Angelo y sus amigos de la Asociación “Misión solidaridad” están orgullosos de la relación que tienen con cada persona que ayudan. Perla, una mujer del este de Europa, bromea y pide zapatos de tacón nuevos la próxima vez que pasen.
En la plaza adyacente al Passetto di Borgo y poco distante a las columnatas de Bernini, dos ancianos italianos reciben a los voluntarios con gran alegría. Hacen callar a su perro de guardia. El cambuche parecería el balcón de una casa. Ellos ofrecen sus sillas de madera a los huéspedes.
Más adelante Paweł, sin techo polaco, explica a los voluntarios que con Vladimir Putin no se debe negociar. “Es un dictador”. Pawel está sentado al ingreso de su tienda de campaña con un teléfono móvil en mano y explica a los voluntarios la geopolítica.
Es tarde y varias personas sin techo ya están acurrucadas en el asfalto entre cartones y cobijas. La plaza de San Pedro parece un cuadro adornado de luces. Hay silencio. Los carritos de mercado viajan más ligeros y los morrales pesan menos.
Mario, sin techo rumano, rompe la parsimonia y sus risas hacen eco en la oscuridad. Y al final, de repente sorprende (quizás a los voluntarios no): “¿Rezamos un Padrenuestro?”, pregunta con ojos diáfanos. Todos obedecen y hacen un semicírculo para rezar junto a Mario que dirige la oración.
Después de saludar a Mario, los voluntarios se mueven rápido ya con menos orden para desparramarse y dar las últimas bolsas de comida a las personas sin techo noctámbulos de frente a la Plaza de San Pedro. Algunas son mujeres con acento eslavo. La policía de turno vigila y les da seguridad.
Luego de que todo el pan ha sido donado. Los voluntarios hacen un circulo de frente a la Plaza de San Pedro para concluir la misión. La columnata derecha de Bernini pareciera que les abrazara. Casi todos tienen la misma postura: La cabeza semi gacha y las manos cruzadas en oración.
El sacerdote destaca que para Dios hay un tiempo para todo, pero no un tiempo “para no amar” y “no hay un tiempo para no donarse a los demás”. Mientras se reza el Padrenuestro…un imán invisible atrae a una familia entera de peregrinos que se une a la oración nocturna y silenciosa. Cae la noche, sin tanto clamor, estos hombres parecen hermanos que no se cansaron de hacer el bien, al contrario, parece que se llevaron un tesoro consigo, del cual no caben palabras de cronista.