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Un gran teólogo pentecostal chileno, Juan Sepúlveda, escribió en 1998: “Desde la perspectiva pentecostal, el criterio de la verdad, lo que tiene sentido, no es aquello que sea perfectamente inteligible a la razón, sino aquello que logra movilizar la totalidad del ser humano... Cuando el ser humano tiene experiencias profundas se encuentra con que el lenguaje racional se muestra muy limitado como vehículo para comunicar dicha experiencia y compartirla con otros. Los pentecostales han encontrado grandes dificultades para articular y comunicar la profundidad de su experiencia en el lenguaje de la teología sistemática tradicional (occidental)”.
Para poder llegar a un diálogo sereno y que acoja al otro sin relativizar las diferencias, es muy importante que los católicos comprendan cómo viven su fe los pentecostales: el valor de la experiencia subjetiva, la centralidad de la Escritura... pero también la ausencia de los sacramentos y una cierta pendiente resbaladiza hacia el milenarismo.
El testimonio tiene un lugar privilegiado en la liturgia y en la vida cotidiana del pentecostal, ya que es el vehículo privilegiado para contar la “experiencia” subjetiva, “las vivencias de lo que Dios ha hecho en su vida”.
El testimonio de “la obra de Dios” en el creyente es el lugar teológico por excelencia de la teología pentecostal, el punto de partida alrededor del cual construye y reinterpreta el mundo, el eje alrededor del cual gira la vida comunitaria.
A partir del testimonio se construye una sistematización de los contenidos de fe, pero siempre la Biblia confirma lo sucedido en la experiencia, partiendo de la insustituible experiencia personal y comunitaria de la fe en Cristo.
Si bien actualmente el crecimiento de teólogos pentecostales nos ha permitido un acceso sistemático a su variada reflexión teológica, y por lo tanto a un discurso sobre su experiencia, es necesario distinguir las bases de toda teología pentecostal de las variedades dentro del fenómeno que llevan a expresiones tan disímiles como contradictorias, cuya pluralidad excede este artículo.
La base de la teología pentecostal podemos sintetizarla de la mano de sus propios teólogos en las siguientes tesis:
El encuentro con Cristo resucitado como experiencia fundante
La Salvación-justificación, por la gracia de Dios, ganada por la muerte de Jesucristo y recibida por la fe, se hace palpable y experimentable en la conversión. Descrita indistintamente como “nuevo nacimiento” (Jn 3), “conversión”, “cambio de vida”, “vida nueva”, refleja no un asentimiento formal e intelectual de ciertas verdades doctrinales, sino tener “una experiencia de Dios”, que a su vez exige un cambio radical de vida y de la escala de valores.
Este acontecimiento experiencial es el centro de su teología (cristocéntrica). El Espíritu Santo es quien lo hace posible, él es el poder de Cristo resucitado, es el vehículo de la presencia viva y real de Cristo, de ahí su relevancia, pero el centro es Jesucristo. Aquí se da la salvación (perdón de Dios y nueva creación), por el asentimiento de fe, desde el corazón quebrantado, entregado y confiado.
El Espíritu Santo: el poder de Dios en la vida del creyente
Se trata de recibir el poder (la fuerza, la energía, la vitalidad, etc.) necesario para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y vivir según sus planes. De ahí el tema recurrente del “poder” para obrar. Tiene especial énfasis el tema de los carismas (1 Cor 12), con los cuales Dios dota a la Iglesia para cumplir su misión con mayor eficacia. De aquí el común apodo de “carismáticos”, por su insistencia en los carismas, particularmente los extraordinarios, supuestamente descuidados después del siglo I.
La experiencia que une a los pentecostales es “el bautismo en el Espíritu Santo”, una experiencia personal donde el creyente sería desbordado, sumergido en la presencia de Dios, y a partir de allí su vida cristiana “llena de la gracia divina” tiene un dinamismo y un poder manifiesto, sobre todo a través de los carismas. Si algo une por encima de todo a los pentecostales y carismáticos es esta experiencia común, que lo hace un cristiano “renovado en el Espíritu”. Este acontecimiento viene seguido por frutos visibles(don de lenguas, entusiasmo misionero, fe inquebrantable, ganas de orar todo el tiempo, alegría, etc.)
El cambio de vida como experiencia sanadora
La sanación tiene un lugar relevante, como superación de situaciones personales (a todo nivel) que han bloqueado una vida en plenitud. Para la gran mayoría de los pobres de América sus condiciones de vida están muy lejos de representar el mejor de los mundos posibles, y para ellos la vida no es un presupuesto, sino una difícil lucha cotidiana.
La experiencia pentecostal es tan profunda, que se traduce (no siempre) en superación personal de dolencias y en la propia promoción social del individuo que ha adquirido una nueva dignidad como hijo de Dios.
Una Iglesia viva: la comunidad de los que han sido transformados por Cristo
Lo que constituye a la Iglesia pentecostal no es la adhesión a un Credo, sino la común participación en la experiencia del encuentro con Jesús resucitado bajo el poder del Espíritu Santo.
Por esta razón el pentecostal no entiende una Iglesia que esté incorporada a un sistema de cristiandad, porque Iglesia es la comunidad de los que han sido salvados por Cristo, de los que han experimentado el poder de Dios y no los cristianos “nominales” aunque pertenezcan a alguna institución eclesial. Pentecostés sirve de mito fundacional, y la Iglesia primitiva de los Hechos de los Apóstoles de arquetipo para comprender lo que es la Iglesia para el pentecostal.
No le interesa si alguien pertenece a su congregación o a otra, sino “si ha sido salvado”. De ahí que sólo establezcan vínculos con personas fuera de su Iglesia con la única finalidad de “convertirla”, lo cual los hace compulsivamente proselitistas, teniendo en cuenta que en su soteriología nadie se salva si no ha pasado por una entrega de fe a Jesús, y por lo tanto se sienten responsables de los millones de seres humanos que no se salvarán.
De ahí que convertir a los cristianos nominales es un imperativo ético exigido por la misma fe. La Iglesia son los salvados por Cristo, sin importar a qué comunidad concreta pertenezcan. Cada vez más tienden a diluir las fronteras denominacionales.
Sacerdocio común de todos los fieles
No existe una comunidad con un ministro ordenado. Los líderes son personas carismáticas, elegidos por el Espíritu, tomados de su comunidad. Los dones se imponen por sí mismos como manifestación del Espíritu. Cada pentecostal se sabe –y se siente– un discípulo de Jesucristo, llamado a la santidad y a la radicalidad de la fe. Todos tienen la misión de evangelizar, de predicar, de conquistar al mundo para Cristo, cada uno según sus dones y ministerios.
La Sagrada Escritura como única norma de vida
Con autoridad sobrenatural sobre todos los aspectos de la vida personal y social. Toda profecía o inspiración debe ser legitimada por la autoridad de la Biblia y subordinarse a ella.
Demonología y guerra espiritual
De manera especial en los neopentecostales se evidencia una permanente lucha con “los poderes del mal”, y se le “ata” antes de comenzar el culto para que no interfiera en la oración del pueblo creyente. Esto lleva en algunos casos a justificar que la existencia de todos los males que afectan al hombre son de origen demoníaco, aunque no es igual en todos los casos.
Los exorcismos son parte normal del culto, ya que es una oportunidad para evidenciar el poder de Dios frente al mal, y la victoria de Cristo. Es una ocasión para acrecentar la fe y “dar gloria a Dios”.
Salvación presente y futura
Nadie discute que el surgimiento del pentecostalismo moderno ocurrió en un contexto de gran efervescencia escatológica y apocalíptica, con tintes milenaristas, propia de un cambio de siglo y de grandes convulsiones sociales.
Tienen muchas razones para esperar un mundo nuevo, y la segunda venida de Cristo, como triunfo final, ocupa un lugar central en la predicación. Aunque esta predicación no los aliena, como en sus primeros tiempos del compromiso temporal, ya que han empezado a incorporar un discurso de colaboración con Cristo para que el Reino se haga presente. Por ello se han metido más en política, pero con fines religiosos.