Si algo puede definir a la sociedad en la que vivimos hoy en día es la huida del dolor. Se trata de una huida hacia delante para no pararse a mirar o analizar situaciones dolorosas, a reflexionar sobre ellas e intentar que no se repitan en próximas ocasiones. Vivimos en un continuo incendio donde prima el ¡sálvese quien pueda! Salir de forma rápida, sin una hoja de ruta.
Esta opción no suele ser muy resolutiva, porque el dolor sigue ahí. Seguirá hablándote aunque subas los altavoces de tu vida: cambios constantes en las amistades, porque crees que son los culpables de tus sentimientos negativos; cambios de casa, compras, viajes… Nada apaga esa voz, así que, ¿y si, en vez de huir, le plantamos cara al dolor?
Para empezar, quiero puntualizar que hablo de ese dolor sordo, punzante, que no apaciguan ni el ibuprofeno ni el paracetamol. Hablo del dolor psicológico generado por algún sufrimiento emocional. ¿Sabes que, gracias a la resonancia magnética, han podido observar qué áreas de nuestro cerebro se encienden con el sufrimiento? También han podido observar cómo impacta la tristeza en nuestras estructuras neuronales, con la sorpresa de comprobar que las zonas cerebrales que se activan cuando tenemos un dolor físico son exactamente las mismas que se activan con un dolor emocional. Si no reconoces ese dolor sordo que ruge como un león en la boca del estómago, que te estremece como un baño de mar en mi tierra…, tranquilo, es algo que, por desgracia, conocerás seguro.
¿Qué hacer?
¿Cómo gestionarlo y cómo hacerle frente?
1- Lo primero, con calma, trata de entender lo que le pasa a nuestra alma: duelo, envidia, celos, sensación de haber sido menospreciado y humillado… Reflexiona sobre estas cosas en tu corazón, como nos enseñó a hacer la Reina de la paz, Reina también y, sobre todo, de la paz interior.
Ella te ayudará a reconocer lo que te pasa, a ubicarlo, y así tendrás más fácil evitarlo en el futuro y no equivocarte culpando de esas emociones negativas, de esa nube negra, a los inocentes que viven a tu lado.
2- Busca a alguien de confianza y desahógate, cuéntale todo: los datos objetivos -los hechos-, y también los subjetivos -cómo te has sentido ante ellos-. Si es una persona sabia, ponderada, además de darte consuelo, corregirá si conviene alguna de tus apreciaciones. Pero te aseguro que, sólo con el desahogo, te sentirás mejor, se habrá disipado un poco la nube negra, y habrás conseguido coger distancia de toda esa pesadumbre que te invadía por dentro.
Y, entre las opciones de desahogo, no descartes, es más, colócala en la primera posición de tus opciones, la confesión. He visto reírse a mucha gente de la función terapéutica de la confesión, pero es un hecho constatado. Un hecho que no está recogido en estadísticas, ya que la Iglesia se toma muy en serio el secreto de confesión. Es la primera institución en dar importancia a la protección de datos. Como siempre, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, se ha adelantado a las necesidades de la humanidad, y ha tenido en cuenta desde el principio lo que ahora parece un descubrimiento de la sociedad actual.
3- Y, para terminar y conseguir superar la nube negra de la preocupación, disgusto, o malestar, mete la cabeza en algo que te distraiga. No podemos vaciar la cabeza sin más. Esa cabeza nuestra no se puede quedar a cero, no podemos dejarla sin pensamientos. Así que, busca una actividad que te distraiga: cocina, ordena, pasea, pinta… Llena ese agujero, y que no lo ocupe la preocupación. Si todo eso no te ayuda a recuperarte, si la nube negra permanece en el tiempo, por supuesto que tienes que pedir ayuda profesional.
Merece la pena aprender a mirar de frente al dolor, abrazarse a la cruz, en lugar de optar por la eterna, agotadora, e inútil, huida hacia delante. ¿Gestionamos los sentimientos que provocan la nube negra? Why not?