Desde hacía un tiempo la estaba acompañado y conocía su historia. Durante años sufrió abusos sexuales por parte de un hermano y el ambiente en su casa estaba cargado de violencia, empezando por la relación entre sus padres.
Madre sumisa, padre colérico. Solía mostrarse autoritario, exigente, la despreciaba delante de los hijos. Lucía, con un carácter semejante al de su padre, acumulaba ira e impotencia en cada nuevo episodio de conflicto familiar.
Antes de caminar juntas se había planteado el cambio de sexo. Llegó, incluso, a dar los primeros pasos para hacerlo realidad y si al fin decidió no embarcarse en ello fue porque dudaba. Quizá el rechazo que sentía por su cuerpo no era algo innato. Quizá estaba provocado por las figuras masculinas de casa. Padre y hermano la habían convencido de que ser mujer significaba vulnerabilidad, sumisión y desprecio.
Cuando tiempo después me llamaba, a cientos de kilómetros de distancia, desde la ciudad en la que había encontrado trabajo, yo no llegaba a entender el porqué de su angustia cada vez que sentía las insinuaciones del jefe.
Para mí estaba claro que ella era perfectamente capaz de expresar desacuerdo, oponerse a lo que consideraba injusto, dar su opinión e incluso resultar antipática. ¿Por qué no le paraba los pies y mandaba a paseo jefe y trabajo? Ya saldría otra oportunidad laboral en un ambiente no amenazante.
Lo hizo. Después de que ocurriera lo que se veía venir.
Toda la historia era caótica e incongruente. Me dejó algo claro y un enorme interrogante. Si ella no quería vivir ningún tipo de intimidad con su jefe, es más, el solo pensarlo le agobiaba hasta el insomnio…. ¿qué pasaba con su voluntad?, ¿por qué se bloqueaba cuando él se acercaba a ella con ese particular lenguaje no verbal propio de una solicitación sexual?
Cuando la persona afronta un peligro inminente e inevitable el cerebro toma el control, no te deja pensar, él lo hace por ti, de lo contrario la muerte sería la opción casi única. Recuerda si alguna vez has reaccionado así ante un animal en la autopista o una serpiente que cruza de improvisto el sendero por el que caminas.
Los mecanismos de respuesta ante la amenaza extraordinaria siguen el protocolo establecido en el cerebro a través de miles de años de evolución. Quien siente peligro busca primero refugio en otra persona que ofrece cobijo y seguridad.
Si tal persona no existe o no está a mano, el cerebro se prepara para la lucha o la huida activando cantidades ingentes de energía a través de las hormonas del estrés. En caso de que esta segunda alternativa tampoco sea viable, se pone en marcha un último recurso que aunque perjudicial a la larga, es lo único que queda cuando las otras vías de salida han fracasado. Es el bloqueo, congelación o parálisis.
Permíteme que insista en algo fundamental para entender todo el proceso. Es el cerebro de manera automática quien decide. No eres tú desde el neocórtex y tras un momento de deliberación consciente. Eres tú desde tu cerebro preconsciente quien actúa sin discernimiento previo porque la vida está en peligro y no hay tiempo para pensar.
Eso que los lagartos realizan de modo natural –inmovilizarse- los mamíferos sólo pueden hacerlo durante tiempo limitado y asumiendo un alto coste. Hay que tener en cuenta que nuestro sistema nervioso central tiene dos ramas, la primera es el acelerador que nos pone en movimiento y en caso de peligro posibilita la lucha o huida.
La segunda es el freno, gracias al cual podemos recuperar el estado de calma y equilibrio del que nos sacó el acelerador. Estos dos brazos del sistema nervioso central están llamados a funcionar de modo alterno, justamente lo que NO ocurre en el caso de parálisis propia de quien se bloquea ante un peligro inevitable.
El freno bloquea el acelerador en el momento en el que el organismo funciona a toda pastilla preparándose para luchar o correr. De ahí que uno de los retos de la persona que sufre trastorno por estrés postraumático sea llegar a estados de clama, relax y bienestar de forma natural, ya que, de alguna manera, el sistema que alterna los estados de alerta, actividad y dinamismo con otros de calma y tranquilidad ha quedado perturbado.
Piensa en un menor que ha sufrido abusos sexuales en el ámbito familiar durante meses o años y cuyo mecanismo de afrontamiento ha sido a través del bloqueo o parálisis. Esta persona ha podido dejar atrás la situación de abuso, sin embargo su cerebro sigue activando esa respuesta automática en determinadas circunstancias, sin que la persona sea consciente de ello a no ser que haga un trabajo específico o sea advertida y acompañada.
Una reacción inconsciente e inmediata
Volvamos a la historia de Lucía y su dificultad para decir que no cuando el jefe se acerca a ella con el lenguaje no verbal de la insinuación sexual. ¿Qué ocurre? En Lucía se dispara una reacción inconsciente e inmediata. Aquella que hace muchos años le ayudó a sobrevivir en una situación de la que no podía escapar y en la que otras vías de solución fueron, de hecho, inviables para ella.
Esa respuesta adaptativa ha quedado fija. Todo ha cambiado, no sólo Lucía ha crecido sino también su entorno y circunstancias son diferentes, sin embargo su cerebro funciona haciendo caso omiso a tales novedades…. Es posible aprender a responder de otra forma. Y ello pasa en primer lugar por hacerse consciente de lo que ocurre, comprenderse.
Aceptar sin condenarse por haber sobrevivido, porque uno resolvió la situación con una respuesta adaptativa, sumisa y tolerante ante esa situación tan injusta e insufrible. Y además, tal respuesta adaptativa ha quedado prendida del inconsciente y se dispara en contextos absolutamente alejados de la situación primera que dio lugar al primer impulso reflejo.
En el proceso de sanación de las heridas que provoca el abuso sexual vas a encontrarte esta pregunta muchas veces y por parte de distintos actores. La víctima se pregunta: ¿por qué no me defendí? ¿Por qué no dije nada? Puedo entender que esto me pasara con 5 años pero es que los últimos episodios ocurrieron cuando tenía 20… la misma pregunta hacen aquellos que escuchan el testimonio de la víctima y pueden experimentar la lógica incredulidad de quien piensa: “¿qué me estás contando? Tú tienes parte de responsabilidad en lo que ocurrió…”
Curiosamente el abusador dice lo mismo, y quiere pensar eso mismo y precisamente eso mismo es lo que utilizó para encerrar a la víctima en esa cárcel.
Es un tema complejo, lo sé. Y se hace turbio si lo que trato de explicar se traduce inmediatamente a una esfera jurídica o política… no es mi intención. Recuerdo el título del presente artículo: El abuso desde la víctima. Es importante entenderse. Lo primero y lo más importante. Entenderse uno mismo y encontrar alguien que te entienda.
Quien desee profundizar en este aspecto del abuso recomiendo la conferencia de youtube de Mario Salvador: El trauma en niños vulnerables