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Casi sin darnos cuenta, Navidad se acerca. Y es posible que, en lugar de alegría, sientas nostalgia y tristeza. Si estás viviendo esto, puedes pensar que mejor te quedas solo, sin reunirte con familiares y amigos, que no eres buena compañía. Y, sin embargo, estás compartiendo una parte importante de lo que la Sagrada Familia experimentó en esa primera Navidad.
Esa melancolía, que muchas razones pueden causar, manifiesta un deseo de amor que la realidad presente no puede colmar.
Las expectativas que, conscientes o no, nos crea la sociedad de consumo, nos presentan una época de comidas, regalos, disfrute y regocijo. Es fácil que la realidad no cumpla esas perspectivas, para empezar porque son unas metas casi imposibles de alcanzar. Y porque las cosas materiales, incluso si en el momento alegran, no son capaces de llenar la necesidad de amor y verdad que todo corazón humano tiene: hasta el regalo más acertado deja una cierta inquietud, un “algo” por satisfacer.
Piensa que, si te ocurre esto, si para ti esta Navidad no es contento y diversión, si lo material te agobia, no estás lejos de la familia de Belén, rodeada de pobreza y, al mismo tiempo, del Amor que colma todas las esperanzas.
La añoranza de los ausentes
La añoranza de los ausentes, de las personas que amamos y ya no celebran la Navidad con nosotros, es uno de los principales motivos de tristeza en esta época. Y, sin embargo, esa soledad que puedes sentir revela una verdad de la Navidad: también María y José recibieron a Jesús, el Amor de los amores, sin la compañía de sus seres queridos.
En Belén hubo mucha alegría, sí; pero mezclada con mucha soledad y la ausencia de numerosas personas a las que habrían querido tener cerca. Así que no te preocupes: ese recuerdo, ese deseo de encontrarte con ellos, también es Navidad. Y, precisamente, el Niño que nace es el único que puede dar respuesta a ese anhelo de reencuentro: porque Él ha vencido a la muerte, volveremos a estar juntos, en la resurrección.
Si en Navidad estás abatido, si se te hace difícil vivir una alegría que no sientes, díselo a Jesús. Como ves, también las dificultades, la soledad y el dolor hablan de Navidad. Deja a los pies del Niño tu carga, porque Él ha venido para compartirla contigo. Y después, déjale que te responda: cuando vacías tu corazón ante Él, le dejas sitio para ocuparlo; aunque lo hace tan delicadamente, que posiblemente llegue en silencio. Pero, aunque creas que no ha pasado nada, Jesús está contigo y quiere tener tu corazón.
Como digo, si estás viviendo esto, puedes pensar que no eres buena compañía. Al contrario: deja que el amor de Dios llegue a los demás a través de ti. Aunque no te salga de otra forma, sin ruidos, sin fiesta, sin regalos; pero no les prives de tu presencia. Para que estos aspectos de la Navidad que pueden pasar desapercibidos bajo el brillo de las celebraciones lleguen también a sus vidas y les hablen de un amor real, que comparte nuestras alegrías y nuestros dolores, no desde la distancia, sino desde la verdadera compasión que asume, vive nuestro sufrimiento y lo dota de pleno sentido.