Vivir una vida con el deseo de ser felices o de alcanzar la paz es un hábito del que no nos podemos privar, es un hábito que hay que construir a base de pequeños cimientos diarios.
Cuando tenemos la consciencia de que Dios nos llama a ser felices, nuestra vida cambia. Aunque no cambie externamente o de manera drástica, adquiere una luz nueva.
Toda nuestra existencia toma un relieve distinto, porque todo lo que hacemos está lleno de sentido para la eternidad.
Para poder tomarnos este tema en serio, es importante implementar en nuestra vida 5 hábitos fundamentales:
1Ser hijos
Como hemos sido creados de la misma naturaleza divina, caer en la cuenta de que venimos de Dios nos mueve a portarnos como lo que somos: sus hijos.
Buenos hijos, hijos que confían, hijos que se abandonan, hijos que saben que nunca van solos, que son amados desde la eternidad y llamados a la eternidad. Pero, sobre todo, hijos que se dejan amar por su Padre.
Además de hijos de Dios, somos hijos de María. Ella nos conduce de la mano a Jesús y nos enseña a recorrer este camino de dejarnos amar por Dios y de responder a su amor. Ella nos enseña el rostro de su Hijo para que nos asemejemos a Él.
2Dedicar tiempo a Dios
Tiempo a las cosas de Dios, tiempo a cultivar la relación con Él, tiempo dedicado a conocerlo y a amar como Él.
De alguna forma, cada hábito es una manera de concretar esto: el deseo de que toda nuestra existencia esté orientada a Él.
Todo lo que hacemos tiene sentido cuando responde a nuestro propósito más grande: alcanzar la plenitud del amor, la perfección en el amor.
Esto implica tener en nuestra vida mucho más que lindos sentimientos. Involucra responsabilidades, deberes, el cumplimiento de algunas normas… pero todo con amor, o si no, será puro voluntarismo.
Como no podemos amar lo que no conocemos, es importante dedicar tiempo a la formación. Tener un rato diario para leer el Catecismo, libros de espiritualidad, documentos de la Iglesia… Esto alimenta tu fe y es de mucho provecho para profundizar en tu oración.
3Hacer oración
Esto, en síntesis, es hablar con Dios. Un diálogo, una conversación, un espacio abierto a la escucha.
Para poder vivir nuestra vida junto a Dios hemos dicho que es importante conocerlo y amarlo, entonces: ¿cómo estaremos cerca de alguien a quien no tratamos, a quien no conocemos, a quien no amamos?
¿Cómo sabremos lo que el Espíritu Santo nos quiere decir, si no lo escuchamos?, ¿cómo entenderemos la voluntad de nuestro Padre si no le preguntamos?
4Hacer todo por amor
Podemos desanimarnos cuando miramos nuestra realidad y solo vemos tareas cotidianas, rutinarias, quizás algo aburridas, y no grandes oportunidades de heroísmo para demostrar nuestro gran amor a Dios.
Pero el Señor está en las cosas más pequeñas: en la cocina, en los correos electrónicos, en las clases, en los silencios, en las personas con las que me encuentro cada día.
Todo esto tendrá sentido si es hecho por y con amor. Al estar hecho con amor está bien hecho. Al menos, procurar que así sea —porque a veces tratamos y las cosas no salen bien—, pero Dios mira nuestra intención.
5Servir a los demás
Nuestra relación con Dios no nos aleja de los demás, por el contrario, nos invita a servirlos.
Si nos amamos lo suficiente como para querer nuestro bien y nuestra felicidad, ¿no desearemos la misma plenitud para los demás?
Nos tendría que importar llevar, junto a nosotros, a muchos otros a la felicidad.
Esto significa hablar de Dios y de las cosas de Dios, con la palabra y con el ejemplo, pero también desde nuestra oración discreta por los demás. Tiene mucho peso lo que hacemos, lo que pedimos y lo que ofrecemos por los demás.
Y luego de tener todos estos hábitos en mi vida, siempre es bueno preguntarme: ¿cómo puedo cada día, amar más?