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Así he dejado de tener miedo al futuro

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/10/21
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La forma de vivir cada momento es la que causa mi felicidad o mi amargura, mi actitud, mi mirada...

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El futuro siempre es incierto y no sé dónde me lleva. Levanta preguntas aún sin respuestas y me deja con el viento rompiendo sobre mi alma.

Es como un muro que no me deja ver lo que tengo delante, sólo veo el presente y el pasado. Sólo eso.

Se reviste mi corazón de miedos insostenibles que turban mi ánimo. El futuro es la niebla que no me deja descubrir lo que tengo ante mis ojos.

Sé que el sol amanece tras la penumbra. Me inquieta la bruma y puede quitarme la paz.

Me desafía a vivir en presente ya que el miedo ante lo que viene puede quitarme esa capacidad con la que nazco.

Quiero vivir cada día como un regalo sin sentir que lo que viene pueda frustrar mis sueños.

El presente es lo más valioso que acarician hoy mis manos. En él puedo tomar decisiones. Puedo optar por un camino o por otro.

Puedo retener con rabia lo que amo aferrado a mi tabla de náufrago. O puedo vivir con el alma libre y las manos abiertas soñando con el futuro y viviendo el presente lleno de esperanza.

Siento que la vida es corta y al mismo tiempo puede hacerse demasiado larga. La forma de vivir cada momento es la que causa mi felicidad o mi amargura.

No puedo controlar cómo van a ser todas las cosas. No soy el dueño de mi vida, de mis horas.

Hay un camino incierto ante mis ojos. Lo acepto, lo asumo. Y dejo que entre en mi vida sin temor, aceptándolo todo:

"Por ese simple gesto de aceptación el futuro entró a borbotones en sus vida".

Aceptar abre las puertas del alma. Negar la realidad me cierra ante lo que viene.

Puedo enfrentar todas las situaciones posibles, incluso las más terribles y seré capaz de salir adelante.

Tengo en el alma una capacidad de supervivencia inaudita. Creía que no era capaz de aceptar el dolor entre mis manos y sí lo soy.

Soy más fuerte de lo que imaginaba. Más valiente y más recio.

La vida dará muchas vueltas. Me pondrá en mi sitio una y otra vez. Me sentiré incómodo y violentado en muchas ocasiones. Y otras veces sentiré que puedo dar la vida sin temor a perderlo todo.

Es escaso lo que puedo decidir cada mañana. Pero sí puedo cambiar lo que tengo cerca de mí, con mi mirada, con mis palabras y mis gestos.

Puedo empezar siempre de nuevo a construir un mundo nuevo. Y puedo acabar lo comenzado cuando me haya quedado sin fuerzas.

Siempre hay una oportunidad para sembrar de flores el camino.

Aceptar la vida como es suele ser el comienzo de mi felicidad, el inicio de mi destino. Aceptar que no puedo cambiar las cosas que no dependen de mí.

Sé que hay otras cosas que sí puedo mejorar, esas que suceden a mi alrededor y son parte de mi historia.

Pero muchas se me escapan. Son las aguas del río que trascurre ante mis ojos.

No tengo miedo. Nada puede hacerme daño cuando tengo mi confianza puesta en Dios, en María.

Basta con repetirle a Dios cada mañana que sí, que lo quiero y deseo estar siempre a su lado.

No hay cruces que Dios me mande. Solamente hay enfermedad y muerte en el camino que pertenecen a mi naturaleza caduca.

Hay fracasos y abandonos. Sólo hay una vida imperfecta donde las piezas de mi alma no encajan todas perfectamente y duele todo por dentro.

Y ese dolor profundo me hace más fuerte o me mata, depende mi actitud interior, de mi mirada.

Por eso me detengo ante el futuro sonriendo, sin hacer muchos planes, sin pensar demasiado. Echando de menos y dejando que el alma se apegue al presente y eche raíces.

No quiero que Dios se ría de mis planes, son locos. Sólo sé que en todos esos planes no estoy solo, Él va conmigo y sostiene mis pasos.

Y me alienta a vivir con alegría en todo momento sin desfallecer, sin ponerme triste.

Sé que las cosas no son todas del color que yo deseo. Y las personas no reaccionan todas como a mí me gustaría.

Tardan en sonreír, en contestar, en acoger. No saben abrazarme cuando necesito un abrazo.

Siento que se me escapan los días, el tiempo pasa muy rápido. Pero no por eso me asusta que la vida llegue a término. Dios sabrá lo que hay al otro lado del río.

Simplemente me dejo hacer por Dios y acepto que mis pasos son estos, los que ahora beso, los que ahora surcan la tierra.

Y entra el sol a raudales en la penumbra de mi alma. Sonrío. No me asusto ante lo que pueda venir.

Sé que será todo para un bien mayor porque de todo lo que sucede puedo aprender, crecer y llegar a ser más santo, más niño, más feliz.

La vida se despliega ante mis ojos y me da mucha paz saber que puedo ser feliz en cada instante, viviendo con fuerza en presente.

Abrazo las mañanas seguro de tener en mi poder la luz de un nuevo amanecer. Sonrío convencido de que todo va a salir bien, aunque ahora parezca todo lo contrario.

Puedo enmendar mis errores y sanar las heridas. Puedo pedir perdón y perdonar una y mil veces.

No me asusta la vida que se entrega y se pierde. Por amor merece la pena perder los días.

No le tengo miedo a los imponderables que brotan en la tierra de mi alma. Espero un mañana mejor y un mejor presente.

Y sonrío a los ojos que me miran, no me hace daño nada de lo que hoy siento. Sólo Dios salva y guía mis pasos. Eso me alegra, eso me basta.

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