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Francisca Josefa del Castillo: La gran mística colombiana

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Sandra Ferrer - publicado el 29/09/20
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Descubrimos a una de las autoras místicas más respetadas de la América colonial

A caballo entre los siglos XVII y XVIII, vivió en Colombia una escritora excepcional, considerada una de las grandes místicas de su tiempo y una de las escritoras de referencia de las letras hispanas coloniales junto a Sor Juana Inés de la Cruz o el Inca Garcilaso de la Vega.

Se llamaba Francisca Josefa de la Concepción del Castillo y Guevara y había nacido en Tunja, entonces parte del Virreinato de Nueva Granada, el 6 de octubre de 1671. Su padre, de origen español, había llegado a tierras americanas una década antes de su nacimiento con el encargo de asumir el puesto de teniente corregidor y alcalde mayor de minas, tarea otorgada por el rey de España.

Casado con María Guevara Niño y Rojas, la pareja construyó un hogar de profunda fe cristiana con varios hijos, entre ellos, la pequeña Francisca, una niña tímida y retraída que rehuía de la gente y gustaba de la soledad, como ella misma explicó en su propia autobiografía: “cuánto me convendría el retiro, abstracción y silencio en la vida mortal, y cuán peligroso sería para mí el trato y conversación humana, como lo he experimentado desde los primeros pasos de mi vida, y lo lloro, aunque no como debiera”.

Una mujer llena de virtud

Fue su madre, a quien describió como “temerosa de Dios, cuanto amiga de los pobres, y enemiga de vanidades, de aliños ni entretenimientos”, quien le enseñó a leer, acercándola a los textos sagrados y a dos mujeres que se convertirían tiempo después en inspiración para su obra mística, Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de Jesús: “a mí me daba un tan grande deseo de ser como una de aquellas monjas, que procuraba hacer alguna penitencia, rezar algunas devociones”.

Francisca creció en un entorno familiar de amor y piedad en el que pronto empezó a sentir deseos de abrazar la vida religiosa. “Púsome una determinación y ansia de imitar a los santos”.

A los dieciocho años, decidió tomar los hábitos. El lugar escogido fue el convento de Santa Clara la Real de su ciudad natal, donde se preparó durante dos años como seglara y dos más como novicia, hasta que profesó como religiosa clarisa el 24 de septiembre de 1694.

“Había traído una imagen de Nuestro Señor con la cruz a cuestas, y estando en ejercicios me apretaban tanto aquellas palabras: «No me dejes solo en esta cruz», que prorrumpía en llanto, diciendo: No te dejaré, Dios mío, y proponía con todas veras tomar el hábito y profesar y morir aquí. “

La vida del convento

Sor Francisca asumió distintas labores dentro de la comunidad, entre ellas el de maestra de novicias o el de sacristana, y dedicaba buena parte de su tiempo a orar, a perfeccionar su latín y a sumergirse en la lectura de obras místicas y de oración. Sor Francisca se ganó el respeto de sus hermanas, quienes la eligieron como abadesa hasta en cuatro ocasiones.

“Diome también Nuestro Señor amor y conocimiento de los muchos y grandes santos que había en esta santa religión [...]. Conocí cómo los santos en la gloria están unidos en Dios, y todos son un espíritu con Él, y entre sí, más y más, conforme al mayor amor que en la vida mortal tuvieron a Dios, y lo que trabajaron por Su Majestad: y que allí no hay diferencia de hábitos, ni las cosas materiales que en la tierra; que los que más se parecieran a los santos fundadores en el espíritu y guarda de los votos, serían más cercanos a ellos, y más amados de Dios.”

En su intensa vida en Santa Clara la Real, sor Francisca abordó la intensa tarea de escribir sus sentimientos místicos y de amor a Dios. Empresa impulsada por sus propios confesores que alejaron de ella el temor a haber recibido aquellas experiencias de la mano del diablo. Sor Juana llegó a escribir poemas, textos espirituales y una autobiografía a lo largo de una vida que terminó en 1742, a los setenta y un años de edad.

Aún en la actualidad, los amantes de la mística siguen conmoviéndose con su obra. Su celda en el convento de Santa Clara la Real de Tunja, un pequeño espacio con vistas a un huerto y a la capilla, recibe a multitud de visitantes que contemplan la sobriedad del lugar que acogió a una de las personalidades más queridas de su tiempo.

Textos extraídos de la Vida de la madre Castillo.

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