Siempre me he preguntado ¿cómo era Jesús? ¿quién era Jesús? Hoy puedo decir que me siento capaz de escribir algunas palabras sobre Él que brotan de un corazón que ha querido seguirlo para siempre.
Me he dado cuenta de que en la búsqueda de su rostro siempre he querido verlo parecido a mí. Siempre me ha animado saber que fue un hombre cualquiera.
Comenzando por su aspecto exterior: un judío de su época -como cualquier otro judío- de complexión ancha, barba, pelo castaño ondulado hasta los hombros.
Incluso un hombre con gestos de hombre, risa de hombre y llanto de hombre. Y es que estoy convencida de que así fue, pues como nos dice la escritura:
"Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre".
Él era, sí, verdaderamente un hombre. Se hizo carne. Fue y es uno de nosotros.
Un Dios humano
Dios quiso hablarnos en humano. Dios quiso entender nuestra humanidad y vivirla en plenitud.
En Jesús nuestra humanidad se hizo rica y a la vez pobre; sencilla y a la vez compleja; inmensamente grande y a la vez pequeña.
"Un hombre, pues. No un titán. No un superhombre. Jamás los evangelios le muestran rodeado de fulgores, con esa aura mágica con la que los cuentos rodean a sus protagonistas. En Jesús hasta lo sobrenatural es natural; hasta el milagro se hace con sencillez.
Y cuando —como en la transfiguración— su rostro adquiere luces más que humanas, es Él mismo quien trata de ocultarlo, pidiendo a sus apóstoles que no cuenten lo ocurrido.
Quienes un día le llevaron a la cruz, nunca temieron que pudiese escapar de sus manos con el gesto vencedor de un «superman»".
Un hombre veraz que liberaba
Jesús fue un hombre cualquiera, un hombre que no dijo grandes cosas y mucho menos verdades incomprensibles.
Él no trató de llamar la atención con ideas desconcertantes y novedosas. Dijo cosas comprensibles que ayudan, aún hoy, a la gente a vivir. Aclara ideas, que ya se sabían, pero que los hombres no terminaban de alcanzar.
Jesús fue un hombre cualquiera que usó el más sencillo de los lenguajes y practicó aquello que dijo. "Maestro, sabemos que eres veraz y que no temes a nadie" (Mc 12,14)...
Fue un hombre en el que los hombres confiaron. Fue un hombre a quien le entregaron la vida.
Él liberó a sus discípulos de la peor esclavitud: la de vivir desconfiando, la de vivir pensando que todo dependía de ellos.
Por eso nosotros podemos estar seguros de que Jesús nos hace libres. Porque en Él Dios vino a ayudarnos, a tendernos una mano, a unir el cielo y la tierra, a demostrarnos que el amor puede ser incondicional.
Él nos libera de nuestros límites amándonos más allá del tiempo. En Jesús nos podemos terminar de animar a vivir y a amar, aunque nosotros seamos fugaces.
La respuesta a todo
Necesitamos conocer a Jesús, saber quién es ese que nos ama. Solo en ese conocimiento habrá algo que nos anime a comprometernos.
Necesitamos conocer más quién es aquel en cuyos brazos anhelamos poner nuestra vida, aquel que sabe nuestro futuro.
Si Dios nos ha encontrado en Jesús, nosotros en Jesús podemos encontrar a Dios, y cuando lo encontremos, nos encontraremos a nosotros mismos.
No solo nosotros lo buscamos, sino que Él nos está esperando. Cada persona que encuentro es una invitación a encontrarlo a Él.
Dedicar tiempo, conocer, amar
Recordemos que el amor y el conocimiento se alimentan. Nadie puede amar lo que no conoce y nadie puede conocer lo que no ama.
Cuando empezamos a amar a Jesús, nos damos cuenta de que conocemos poco de Él, que lo conocemos solo de oídas, y cuando lo conocemos más, logramos amarlo más y amarnos más a nosotros mismos.
Para conocerlo debemos ir con Él. Debemos perder tiempo con Él. Hay un saber que solo se tiene cuando se pasa tiempo junto a Él.
El hombre se reconoce a sí mismo confrontándose con la vida de Jesús y creyendo en Él. La confianza es la condición del amor.
Y junto con esto viene la conversión que es la respuesta a ese amor. En este camino comenzamos a renunciar a auto salvarnos y a aceptar su ayuda. Nos atrevemos a dejarnos amar, a no poner resistencia.
Convertirnos es animarnos a ser como niños. Lo único que Él nos pide es la decisión para iniciar esta aventura de amor.