No es algo nuevo. Me parece que te lo he comentado en alguna ocasión. La verdad es que me encanta escuchar con detenimiento las homilías de algunos sacerdotes porque son muy edificantes y aprendes muchísimo.
Últimamente voy con mi esposa Vida a una pequeña capilla donde celebran la Eucaristía a una hora que nos viene muy bien. Allí el sacerdote es muy dado a contar historias, anécdotas, y explicar el Evangelio del día.
Pongo mucha atención porque en sus homilías hay historias interesantísimas.
Hace unos días nos hablaba sobre el amor incondicional de Dios, diferenciándolo del amor condicionado del hombre.
Mientras Dios ama a todos por igual, los seres humanos ponemos condiciones a nuestro amor. Y los enemigos, los que nos caen mal, o nos han hecho daño, quedan excluidos.
¿Nunca te has preguntado por qué Jesús nos dejó un mandamiento pidiéndonos que nos amaramos los unos a los otros como Él nos amó? La respuesta es sencilla, porque su amor es eterno e incondicional, hasta el punto de dar la vida por sus amigos (Juan 15,13).
Aquella mañana contó una historia que se me quedó grabada y esta mañana, en misa la recordé y pensé: "Está buenísima para compartirla con los lectores de Aleteia".
La historia
Era sobre un sacerdote de un país lejano con una gran espiritualidad y mucha sabiduría al que invitaron unas monjas de un convento para que les hablara del amor incondicional de Dios.
Ocurrió que este sacerdote realizó un largo viaje para llegar. Celebró la Eucaristía, y después se dispuso para la conferencia.
Empezó hablando sobre el amor incondicional de Dios, que es perfecto, infinito, y lo diferente que es al de las personas que se condiciona por las circunstancias, estándares y momentos.
Entonces se detuvo, giró la cabeza para mirar a todas las religiosas presentes en aquella sala de conferencias y les dijo con una voz muy seria:
"Antes de seguir quiero disculparme con todas ustedes por ser probablemente causa de discordia.
Debo confesarles que ésta será mi última Eucaristía ya que por cosas del destino me enamoré de la secretaria de la parroquia, dejaré mi sacerdocio y nos vamos a casar.
Como no tenemos dónde vivir ni poseemos bienes materiales, me gustaría pedir refugio en este convento al menos por un mes o dos, hasta que la situación mejore".
La madre superiora se paró profundamente indignada y respondió:
"Padre, me disculpo, pero usted nos ofende con esa petición. Sabe que eso es imposible, este es una monasterio de religiosas y nosotras no estamos de acuerdo con su decisión. Igual no podemos aceptarlo aquí en el convento".
La respuesta inesperada
En ese momento el sacerdote las miró benevolente y dijo:
"Ahora soy yo quien debe disculparse queridas hermanas porque he dicho una mentira, para ver su reacción.
Deben saber que nunca dejaré mi sacerdocio. Este ejercicio me pareció más interesante que dar una larga charla sobre el amor de Dios. Y es la mejor explicación para el amor incondicional y el condicionado.
Verán, cuando ustedes pensaban que yo era un sacerdote bueno, con una sana espiritualidad me amaron al segundo, no les costó amarme, acogerme, alimentarme y recibirme en su monasterio.
Pero al momento en que pensaron que era un hombre pecador, en ese instante su amor pasó de incondicional a condicional.
El amor de Dios al contrario, permanece igual a pesar de lo que hagamos, pensemos o digamos. Esa era la lección que quería transmitirles el día de hoy".
Las hermanas quedaron edificadas con esta historia.
Amable lector de Aleteia, qué piensas tú, ¿cómo es tu amor?, ¿lo condicionas o es incondicional? ¿Amas a todos por igual o solo a unos cuantos?
No tienes que responderme a mí. La respuesta es para ti. Y sabiéndolo podrás mejorar tus actitudes hacia el prójimo o pedir a Dios una pizca de su amor para poder amar a los demás con misericordia y ternura.
¡Dios te bendiga!
¿Te gustaría escribirme y contarnos tus aventuras con Dios? Te dejo mi email personal: cv2decastro@hotmail.com