Hace unos meses, recibí la noticia de que un miembro de mi familia lejana se había suicidado. Para una familia que había tenido la suerte de no experimentar nunca algo así, la noticia cayó como un jarro de agua fría, una conmoción que durante los días siguientes se convirtió en una profunda tristeza. Por supuesto, su familia inmediata sigue intentando sobrellevarlo. La bruma de incredulidad que nos invadió a todos durante los actos fúnebres todavía permanece.
Para cualquiera que haya pasado por la muerte de un familiar o amigo a causa del suicidio, se hace de inmediato presente un profundo y visceral dolor y una tristeza que son difíciles de articular. Cualquier muerte de una persona sana es trágica, pero lo que hace que el suicidio sea tan difícil de soportar es el mensaje inherente (y a menudo no intencionado) que transmite.
Hace un año más o menos, publiqué un artículo en el que argüía que la muerte de una persona cercana es más fácil de superar que el ser rechazado por esa persona. Mi creencia (y la de otros tantos) es que los seres humanos estamos programados de una forma tal que cuando nos abrimos con amor y vulnerabilidad a alguien en una relación romántica comprometida, ser rechazado por esa persona crea una profunda cicatriz muy difícil de sanar, mucho más incluso que lidiar con la muerte prematura de dicha persona.
Es este factor, sumado a la obvia pérdida de un ser querido, lo que hace del suicidio un flagelo tan terrible. Ya es bastante duro afrontar un fallecimiento repentino, pero lo que hace único al suicidio es que, al quitarse la propia vida, la persona rechaza implícitamente no solo su propio ser, sino también el amor y el apoyo de sus más allegados.
Ahora bien, la mayoría de las personas que culminan un suicidio no tienen esta intención y a veces ni siquiera lo perciben de esta forma. De hecho, es razonable asumir (basándonos en las notas de suicidio que se dejan) que algunas personas que se suicidan sienten que están haciendo un favor a los demás (por ejemplo: “Estaba causando a los demás y a mí mismo más problemas que la atención que merezco y/o simplemente nadie podía ayudarme”).
Pero la realidad es que, independientemente de la circunstancia comprometida o la situación desesperada en la que se encuentre esa persona, solo hace falta ver el funeral para percatarse de que había avenidas de ayuda disponibles para tratar cualquier estado en el que se hallara. Sin embargo, al tomar la inalterable decisión de quitarse la vida, en esencia rechazan cualquier oferta de ayuda (implícita o explícita) y, en el proceso, rechazan el mismísimo amor que muchísimos de su entorno deseaban dar con tanto ahínco.
Para todos los que han pensado o piensan en el suicidio, es importante entender que esta singular decisión deja detrás toda una vida de rechazo y dolor a los seres queridos. Cualquier intento de minimizar o justificar esta decisión se queda corto.
No obstante, para quienes han quedado atrás sigue habiendo opciones de resiliencia aunque no estuvieran informados sobre esta decisión que tanto cambia la vida. Para empezar, hay que subrayar que algo tan trágico como el suicidio no permite un cierre; es decir, la vida cambia para siempre y la cuestión, entonces, no es cómo “superarlo” o “dejarlo atrás”, sino más bien cómo recuperar un sentido de la vida y un propósito conviviendo con el suceso.
Aunque cada persona reacciona de forma diferente a la tragedia, hay algunos elementos clave para encontrar un sentido de la vitalidad y un significado renovados.
Primero, buscar un movimiento regular y diario es fundamental. Quienes mueven su cuerpo de forma regular (en especial al aire libre) utilizan uno de los métodos más ampliamente reconocidos de curación. Quienes no se mueven, se están buscando un estancamiento que va más allá del sentido físico.
Además, décadas de investigación —igual que milenios de ejemplos— han demostrado que escribir o llevar un diario permite a los individuos crear una narrativa creíble, soportable y a veces incluso comprensible. Siempre quedará, hasta cierto punto, un sentimiento negativo, pero nada puede sustituir que “encontremos un sentido” a la historia según nuestros propios términos por escrito.
Finalmente, aunque el impulso de muchos sea el recluirse, es esencial que, con el tiempo, los supervivientes del suicidio no se alejen de los otros seres queridos, sino que busquen su compañía y acepten sus invitaciones para socializar regularmente. No hay nada malo con intentar tener tiempo tranquilo y a solas; de hecho, es absolutamente necesario para la curación. Sin embargo, tras el paso de meses y años en los que las relaciones antes activas ahora se mantienen algo latentes y distantes, esta desconexión crónica únicamente crea más rutas hacia la miseria y la desesperanza.
Más allá de estos medios principales de curación para todo tipo de circunstancia difícil, existen algunos elementos específicos que tienen que entender los supervivientes del suicidio. Primero, aunque el suicidio viene acompañado de cierto estigma, los estudios indican claramente que el estigma percibido es mucho peor que el estigma real existente. Dicho de otra forma, las personas son mucho más comprensivas, serviciales y menos críticas en situaciones así de lo que pensamos.
Segundo, y en relación con lo primero, las tragedias como el suicidio a menudo generan muchas preguntas en los familiares y amigos que buscan dar apoyo a los más próximos al difunto. Si no se abordan, con frecuencia estas preguntas se ulceran y se vuelven parte de conjeturas y rumores, que pueden crear incluso un mayor sentido de incomodidad y desconexión.
Por descontado que todas las familias afectadas por el suicidio tienen el derecho innegable a la privacidad. Sin embargo, a menudo hace bien a la familia ofrecer cierta cantidad de información para minimizar la desinformación y mantener abiertas las líneas de comunicación. No es fácil de hacer, pero adelantarse a los cotilleos es un paso fundamental que todos deberían plantearse.
Por último, sobre el tema anterior del rechazo, los amigos cercanos y los familiares deben considerar que, aunque falte su ser querido, el amor que sienten por él o por ella siempre permanecerá. Aunque este amor todavía pueda expresarse de distintas formas, la realidad es que a menudo es necesario encontrar maneras de canalizar (podría decirse incluso transferir) este amor para que no solo florezca por alguien, sino para ofrecer una puerta abierta donde otra se ha cerrado.
Los mecanismos para esta canalización pueden ser muy distintos según la persona. Para algunos, la canalización quizás esté en apoyar a los afectados por el suicidio, mientras que para otros estará en sublimar ese amor cuidando de los ancianos o salvando a animales maltratados. Da igual el foco, porque lo cierto es que cuando ese amor no se canaliza de alguna manera, puede crear un reflujo, un cenagal infestado indefinidamente. En vez de fluir como un río o un arroyo, ese hermoso conducto de energía puede estancarse.
Nosotros, como seres humanos, necesitamos de otras personas y de un propósito al que entregarnos, aunque el objeto profundo de nuestro afecto ya no esté presente aquí con nosotros en este mundo. Al hacerlo, lo que empezó como un rechazo puede convertirse en un acto genuino de generosidad de las personas rotas que somos, sí, pero también resilientes y dignas.