Cuando un hijo muere, ese mundo que hemos construido en nuestra mente se destruye¡Dolor, amargura, tristeza, rabia, desesperación! Las emociones inmediatas ante la muerte de un ser querido y mas aun cuando se trata de un niño inocente a quien le troncan la vida. No hay palabras cuando el dolor es tan grande. El silencio es el lenguaje mas conveniente en estos casos.
La muerte de un hijo deja una huella de dolor que por siempre estará gravada en el corazón de sus padres. Una parte de ellos se va junto a su hijo mientras que el futuro cambia para siempre. Es que esta muerte va en contra del orden natural de la vida.
Por eso, su muerte te lleva a transitar una crisis vital profunda en la que todos los principios filosóficos, psicológicos, espirituales y sistema de valores que hasta entonces te guiaban quedan en jaque absoluto. Los padres se cuestionan si la vida tendrá algún sentido mientras se preguntan: “¿Cómo voy a hacer para sobrevivir al dolor de su ausencia?”.
Te puede interesar:
Patricia Ramírez, la viva imagen de La Piedad
La muerte de un hijo implica no sólo la pérdida de su presencia física sino también de los sueños y proyectos que tenías en mente.
Desde que somos pequeños jugamos y fantaseamos con la idea de ser padres. Sin embargo, sólo cuando llega un hijo a nuestra vida es que comprendemos el amor profundo que nos unirá por siempre a nuestro niño. Más allá de cualquier distancia, tiempo o adversidad se construye un vínculo que transforma de un modo irreversible ese mundo en el que te encontrabas hasta ahora.
Cuando un hijo muere, ese mundo que hemos construido en nuestra mente se destruye. Los padres quedan absolutamente desorientados y entumecidos frente a la nueva realidad. Es que el orden natural de la vida nos dice que los hijos no deben morir antes que los padres.
Debemos ver a nuestros hijos crecer, estudiar y formar su propia familia. Es por eso que la muerte de un hijo resulta tan incomprensible… su ausencia física implica la pérdida del futuro, de sueños y de esperanzas generando un dolor tan profundo que no puede expresarse con palabras. En este sentido, cada padre experimentará este proceso de duelo de manera absolutamente personal.
El dolor nos abre a una nueva dimensión en busca de sentido.
Las emociones, la salud física, el sistema de creencias, los pensamientos y las prioridades de la vida cambian. Todo cambia. Se trata de uno de los eventos en los que nos sentimos necesitados de algo mas grande que nosotros mismos para poder afrontar lo que sentimos y vivimos.
Te puede interesar:
Gabriel, el “pescaíto” que conmociona España: la madre pide que pare el odio
Son estos los momentos en los que el don de la fe nos abre a la única dimensión capaz de dar sentido a lo que racionalmente no lo tiene. Cuando además la muerte de un hijo sucede no por accidentes, o enfermedad o catástrofes naturales sino por la maldad de otra persona que deliberadamente decide terminar con una vida, no hay otro camino para darnos un sentido en el dolor ocasionado sino el de la fe y confianza en quien nos ha creado. Hay eventos (desgracias) en la vida donde las explicaciones racionales no son siempre de ayuda.
Hay algo mas grande que nosotros mismos, que nos supera y que nos puede iluminar para ver con otros ojos lo que no logramos aceptar con los ojos de esta tierra. Un don y una bendición la presencia de la fe en nuestras vidas cuando el mundo nos coloca en un escenario tan devastador como el de la muerte (asesinato) de un hijo. Y qué decir! Además del dolor de todos ante este drama, se ha podido tambien apreciar cómo la fe y las buenas acciones han salido por todos lados y han sacado lo más bonito de la gente. El valor del amor que encuentra su sentido mas sublime en la dimensión de la fe.