Los padres y madres no sólo estamos llamados a compartir nuestras luces, virtudes y capacidades. Estamos llamados a compartirnos y darnos por entero. Esto, que parece tan simple, no parece estar siempre claro. ¿Quién nos ha metido en la cabeza que debemos mostrarnos siempre fuertes, resolutivos, alegres, dispuestos…? ¿En qué momento de la Historia alguien prohibió a papás y mamás del mundo compartir también nuestra oscuridad, nuestras debilidades, nuestros miedos, nuestros desvelos, nuestra tristeza?
Es una escena típica en casa, ¿verdad? Al menos en la mía sucede: mi mujer o yo, delante de alguno de nuestros hijos, con cara de circunstancias, diciéndole eso de: "- Hijo, ¿qué te pasa? Cuéntamelo. Papá y mamá están para ayudarte. Sé que te pasa algo. Te conozco y esa cara no me gusta. ¿Te han hecho algo en el cole? ¿Estás triste? Bla, bla, bla…"
Lo que no es nada típico es lo siguiente: "- Hijo. A papá le pasa algo. Te lo voy a contar. Tal vez me puedas ayudar. Tú me conoces y me quieres. ¿Puedes escucharme un momento? He tenido un problema en el trabajo. He discutido con la abuela. Me han dado una mala noticia. Tu hermana me está haciendo sufrir… Bla, bla, bla…"
Yo lo intento de vez en cuando, pero no lo suficiente. En mi casa somos cinco pero, a veces, parece que la única con capacidad para escucharme, para quererme, para ayudarme, para sostenerme… es mi mujer. ¿Qué pasa con los niños, con los hijos? ¿Por qué les quitamos de la ecuación? ¿Por qué les extirpamos de cuajo la capacidad para acoger nuestras dificultades? ¿Por qué les dejamos sin la posibilidad de mirarnos con ternura, sin la posibilidad de hacernos una caricia, sin la posibilidad de sentirse también responsables de nosotros? ¿Por qué les hacemos "ciudadanos de segunda" en la familia? ¿Es el ansia de protegerlos? ¿Es miedo a que pierdan la confianza en nosotros? ¿Es una cuestión de imagen personal ante los demás? ¿Es porque pensamos que un abrazo suyo no es antídoto para nuestro mal? Sea lo que sea, estoy convencido de que todos nos perdemos una oportunidad para construir algo hermosísimo.
Debemos pensar que nuestros hijos van a sufrir en algún momento de sus vidas. Esto es un certeza, no una posibilidad. Debemos pensar que nuestros hijos tienen y tendrán debilidades; que pasarán por malos momentos, por etapas oscuras; debemos pensar que flaquearán y que la vida se lo pondrá difícil. Hay que tener claro que nuestro testimonio ante las mismas situaciones es su mejor fuente de información y aprendizaje. Si lo hacemos transmitiremos varios mensajes:
1. El sufrimiento existe. Quién ama, sufre. El dolor es parte de esta historia.
2. Uno no siempre es portador de luz. Uno no siempre lo ve todo claro. A veces la oscuridad te atrapa.
3. No somos superhéroes. Nadie espera de ti que lo seas. Ni lo podemos todo, ni lo sabemos todo.
4. Sabernos débiles, frágiles y pequeños, en muchos momentos y situaciones, nos hace crecer, nos hace buscar la fuerza en otro, en otros.
5. Hay cosas que nos ponen tristes. La vida no es una juerga inconsciente. Y también hay momentos que nos enfadan y nos encrespan. Y eso es lo que tiene que ser, lo sano. Triste cuando toca. Enfadado cuando toca.
6. Sólo busca ayuda quién se sabe necesitado de ella. Y saberse querido, escuchado, sostenido… es algo maravilloso.
7. Querer a alguien no es querer sólo su parte luminosa sino también su lado más gris y falto de atractivo.
8. En la familia, todos somos importantes y necesarios. No sólo para poner la mesa, no sólo para bajar la basura, no sólo para pasear al perro… sobre todo, para hacer presente y encarnado al Dios padre que siempre está a nuestro lado.
9. Y con Dios… con Dios, aunque a veces tampoco lo veamos, todo es más fácil. Al final siempre está Él.
Comunicar la familia es también comunicarnos en familia: ser lo que somos, mostrarnos transparentes y querernos incondicionalmente. Dejemos que nuestros hijos nos quieran plenamente. Descansemos en ellos. Lo necesitamos.
@scasanovam