Cuando alguien va a operarse, cuando uno se siente gravemente enfermo, en edades muy avanzadas,…
Si está enfermo alguno de ustedes, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados (Sant 5, 14-15).
Así nos dice el apóstol Santiago en su carta, y eso nos permite ver que el ungir a los enfermos es una costumbre que data desde los mismos apóstoles y que esa Unción es un sacramento instituido por Cristo para darnos la salud del cuerpo y del alma.
Miedo a la Unción
Aceptamos la utilidad y la necesidad de este sacramento que forma parte de nuestra cultura católica; pero para algunos es algo que debe posponerse lo más posible porque se tiene la idea de que es la extremaunción, es decir, el último Sacramento antes de morir, y de allí a pensar que es para que se muera hay un solo paso.
Incluso hay quienes llaman al sacerdote para que unja a un enfermo que sufre de larga agonía para que ya pueda descansar, para que se muera.
Es un sacramento que da la vida
La Unción de los enfermos fue instituida por Jesús cuando mandaba a los apóstoles a predicar el Evangelio, a visitar a los enfermos y a curarlos (Cfr Mac 6, 13).
La salud física del enfermo es una buena noticia, un Evangelio, que recibe el cristiano cuando más lo necesita, ya que la enfermedad hace que nos sintamos sumamente necesitados de Dios y de los demás. La Unción tiene también el efecto de perdonar los pecados y regresar la gracia perdida por ellos.
Los sacerdotes tenemos la oportunidad de ver cómo muchos enfermos, incluso desahuciados, recobran la salud por la santa Unción. Es la fe de la Iglesia la que consigue la salud del cuerpo.
Un cambio de mentalidad
Gracias a Dios va habiendo un cambio de mentalidad entre nosotros los cristianos respecto a este sacramento de la Unción. Hoy en día vemos cómo los enfermos buscan ser ungidos tan pronto como sienten que están en peligro de muerte.
En mi parroquia acostumbramos a que cuando alguien va a ser operado es ungido en la misa comunitaria, y todos pedimos por su salud. Cuando se va al hospital va lleno de confianza en Dios y dispuesto a luchar contra su enfermedad. También acostumbramos a ungir a los ancianos cuando sienten que su edad avanzada es anuncio de su muerte.
Sin embargo, notamos que hay un abuso en las llamadas misas de sanación que se celebran periódicamente en algunos templos, ya que acuden a ser ungidos algunos que no están enfermos de gravedad y otros cada mes reciben este sacramento, cuando la Iglesia nos enseña que solamente debe recibirse una sola vez en una enfermedad, a no ser que haya una recaída.
Lo que debe ser
Tan pronto como nos sintamos gravemente enfermos, no necesariamente en peligro de muerte, debemos acudir al presbítero o al obispo, no al diácono porque no puede ungir, para recibir debidamente preparados este sacramento: si guardamos cama, pidamos a algún familiar que vaya por el sacerdote para que nos unja. Atención: no importa que no estemos casados por la Iglesia o que vivamos en adulterio.
Los presbíteros y los obispos tenemos la obligación grave, gravísima, de acudir a ver a un enfermo que solicita la Unción, pero los fieles deben ayudar a que se nos haga posible realizar esas visitas cuando lo solicitan.
Deben acudir a la parroquia donde vive el enfermo; en el caso de los enfermos hospitalizados, deberán acudir a la parroquia más próxima al hospital.
Si no hay urgencia, permitan que el sacerdote acuerde el momento oportuno para ir a ver al enfermo. Si hay urgencia, el sacerdote tratará de acudir lo más pronto posible.
Los fieles no están obligados a dar a los sacerdotes ningún estipendio económico por su visita, ni siquiera por concepto de gastos de transporte. La Iglesia dispone esta medida para evitar que algún enfermo se abstenga de llamar al sacerdote por no tener dinero.
Si el párroco se niega a acudir, recurran al sacerdote de la parroquia vecina y, por favor, notifiquen al obispo la negativa del sacerdote, ya que esto es una falta grave.
No busquen al sacerdote conocido, pero que vive de extremo a extremo de la ciudad; busquen al sacerdote más cercano.
Algunos sacerdotes tienen miedo de ser asaltados o hasta secuestrados, pero ese es el riesgo de ser sacerdote, aunque por prudencia pueden hacerse acompañar de algunos feligreses de su parroquia.
Lógicamente hay emergencias que nadie puede prevenir, pero en la mayor parte de las ocasiones se debe llamar al sacerdote tan pronto como un enfermo comienza a estar grave.
Denle la oportunidad a su enfermo de estar consciente en el momento de recibir estos sacramentos y no se esperen a que haya caído en la inconsciencia. Los familiares cercanos tienen obligación grave de buscar el auxilio espiritual para su enfermo.
Artículo originalmente publicado por Desde la fe