Las grandes escuelas de psicoterapia tienen una visión del hombre inmanente, segmentada, materialista y relativista
¿Es posible ejercer la profesión de la psicología iluminada desde la fe? ¿Se puede ser un cristiano coherente con la fe y ser un psicoterapeuta? ¿Estamos hablando de dos realidades que de verdad son como el agua y el aceite? ¿Existe alguna posibilidad de reconciliación entre estas dos realidades, o son inconciliables entre sí?
¿Es la fe cristiana un elemento que informa desde la raíz a la psicología, o más bien es algo que debería ser sólo una creencia privada para el psicólogo?
Algunos consideran que no existe posibilidad de tal convivencia. Piensan que la fe cristiana no tiene nada que aportar a esta disciplina. Incluso llegan a pensar que no sería ético, profesionalmente hablando, que el ejercicio como psicólogo esté influido por tus creencias.
Si eres cristiano y psicólogo, lo que tienes que hacer es mantener a raya tu fe y dejarla “existir” sólo en el ámbito de lo privado, de la boca para adentro… como si esto fuera posible.
En las universidades, incluso algunas católicas, a los estudiantes de primeros años de psicología suelen decirles que fe católica y psicología son incompatibles y que por lo tanto es el momento de dejar de lado “fantasías religiosas” porque a la academia llegaron a hacer “ciencia”.
Mucho de este ambiente –lo sabemos bien– está caldeado por la falacia de oposición entre fe y ciencia. Junto con esto, la inexistencia en el estudio de escuelas y autores de identidad católica es un elemento que llama la atención.
Muchas de las facultades de psicología conviven en medio de prejuicios académicos hacia la fe cristiana y a la visión que la fe de la Iglesia puede aportar sobre la persona humana.
La psicología surge como ciencia en un ambiente fuertemente marcado por el racionalismo que tiene como sustrato una mentalidad cientificista. Ésta, por su misma dinámica, se cierra a realidades que están fuera de la esfera de lo objetivo y lo científicamente comprobable y por lo tanto las consideraciones morales, espirituales y religiosas no son válidas.
Dentro de esta mentalidad es imposible mezclar planos. No se puede integrar lo natural con lo sobrenatural, no existe punto de contacto entre lo humano y lo divino, entre gracia y libertad, entre fe y razón. La realidad es percibida en gran parte de las universidades de manera fragmentada.
Sólo existe la realidad temporal y de ella solamente lo mensurable, cuantificable y comprobable. Y así se sabe –y yo conozco– que muchas personas bien intencionadas terminan perdiendo o diluyendo su fe al estudiar y ejercer la psicología.
Creo que es bueno hacer una aclaración. La psicología como viene siendo enseñada en la gran mayoría de universidades, incluso muchas de ellas de origen católico, riñe radicalmente con la visión cristiana de la vida y el hombre.
Las grandes escuelas de psicoterapia como la psicodinámica, la cognitiva-conductual o la humanista son construcciones teóricas en donde lo trascendente no tiene espacio y la visión del ser humano y de la realidad es muchas veces reductiva.
Y son reductivas no sólo en el ámbito de lo trascendente sino incluso en la esfera de los valores permanentes y absolutos. Muchas de ellas se enseñan como técnicas terapéuticas, pero sabemos perfectamente que detrás de éstas se encuentra una visión del hombre inmanente, segmentada, materialista y relativista.
Soy de la opinión que todas las profesiones exigen un comportamiento ético y gran responsabilidad social en su ejercicio. Sin embargo, pienso que aquellas que por razón de su práctica implican directamente la influencia sobre personas exigen una integridad e idoneidad mucho mayor.
Me refiero en concreto a la profesión de los maestros, los sacerdotes y/o religiosos, los médicos y cómo no también los psicólogos, entre otras.
El psicólogo cumple un papel importante y es el de ayudar a que las personas puedan llegar a realizarse, colaborar a que alcancen la plenitud de lo humano. Y en ese sentido, el psicólogo debe ser algo más que un psicólogo.
Un cristiano psicólogo no puede ahorrar esfuerzos en su camino de conversión personal, de formación integral que lo lleve a una maestría y señorío personal de sí cada vez mayor.
Sus enseñanzas y orientaciones requieren de una coherencia e integridad de vida que lo respalden. Involucrarse en el mundo interior de las personas –en el caso de la psicología clínica– requiere de un equilibrio y madurez particular que debe ser constantemente fortalecido.
El psicólogo muchas veces transita y llega hasta el umbral del misterio humano. Debe ser muy consciente de que no todo se puede dilucidar, que existen ámbitos de la naturaleza humana que están fuera de su competencia y que requieren de complementariedad con otras disciplinas como la espiritualidad, la medicina y la teología.
La persona humana es una realidad compleja y profunda, y por ello hay que evitar caer en la tentación del reduccionismo, como también de mirarlo con los ojos de la matriz psicológica teórica (escuelas) en la que supuestamente tenemos que enmarcarnos, y así ajustar la realidad de la persona a la idea que previamente tenemos. Esto sería ideología.
El aporte esencial de la antropología cristiana
¿Es posible entonces un cristiano psicólogo? Yo pienso que sí. Pienso que su esfuerzo debe orientarse a no dejar de lado su identidad y vocación cristiana.
Primero la vocación (que se refiere más al ser) que la profesión (que está orientada más al hacer). Lo que soy antecede y se expresa en lo que hago. No puedo caer en la tentación de la incoherencia entre lo que soy y la práctica de la profesión.
En lugar de “perder”, el cristiano psicólogo que vive de manera luminosa su fe, ganará muchísimo en el ejercicio de su profesión y en el bien que puede hacer a los demás.
Fragmento de un artículo publicado por el Centro de Estudios Católicos