Wikipedia | Domena publiczna
Nacida en Głogowiec, cerca de la ciudad de Łódź (Polonia) en 1905 y fallecida en Cracovia en 1938, santa Faustina entregó su joven existencia a una intensa vida espiritual, rica de dones místicos.
[aleteia-slideshow id="387735" /]
Muchos creen que tuvo un contacto directo con Cristo. “Fue el mismo Jesús quien le dio la orden de escribir: ‘Secretaria de Mi misterio más profundo, reconoce que estás en confidencia exclusiva conmigo’ ”, escribe en el prólogo del Diario el arzobispo Giuseppe Bart.
También, Bart es el rector del templo que expone una réplica de la imagen pintada por el pintor Kazimirowski y que muestra a Jesús con el corazón abierto y radiante de una gama de colores azul y blanco fulgurante (el agua y la sangre) que se venera, entre otros muchos lugares, en la Iglesia del Santo Espíritu en Sassia, sede del Centro de Espiritualidad de la Divina Misericordia en Roma.
[img attachment="179090" size="thumbnail" align="alignnone" linkto="none" /]
“Jesús, en ti confío” es el mensaje divino para dar consuelo proclamado por Sor Faustina, que oscila entre la primera y la segunda guerra mundial.
‘Los últimos serán los primeros’ es una máxima evangélica que se cumple a cabalidad igualmente en la vida de Sor Faustina. A Sor Faustina, muchos la podrían considerar como una perdedora.
La sencilla aspirante monja fue desde los 14 años sirvienta en casa de personas adineradas para ayudar a sus padres muy pobres, quienes desaprobaron su vocación temprana, apenas a los 12 años.
Los conventos la rechazaban por no tener una buena educación ni una dote de familia, además de por su edad, ya avanzada para la época, 22 años.
“No hizo nada grande, ni siquiera en su congregación. Limpiar, jardinería o panadería, no se trata de cosas grandiosas”, la describe el cardenal Joseph Glemp.
En esta sucesión, los pasos humildes dejados por santa Faustina están allí como un surco para la misericordia.
De una oración del Diario de santa Faustina:
Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (…)
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (…) Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí” (Diario, 163).
[read_also art1="112367" /]
Por Ary Ramos
Recibe Aleteia cada día.