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Santa Teresa de Jesús Jornet Ibars

Patrona de la ancianidad

MARIA BAOUARDY

Public Domain

En la provincia y diócesis de Lérida y en Aytona, España, de Francisco Jornet y de Antonieta Ibars, agricultores, nace el 9 de enero de 1843, Teresa Jornet, hoy ya canonizada y patrona de la ancianidad

Su caridad activa hacia los pobres, le movía a llevarlos a casa de su tía en Lérida, a donde se había trasladado para poder asistir a la escuela de la ciudad.

Estudia magisterio en Argensola, provincia de Barcelona. Solicitó ser admitida en las clarisas de Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar por la prohibición de la legislación en vigor.

Se dedicó a la enseñanza y se hizo terciaria carmelita. Una enfermedad que padeció después de la muerte de su padre, la obligó a permanecer en su casa por algún tiempo.

Don Saturnino López Novoa, canónigo de Huesca, su director, a quien confió la dirección de su alma, la encauzó hacia la fundación de una obra destinada a recoger a los ancianos sin familia y sin medios de subsistencia.

Teresa, que hasta el momento había tenido la impresión desagradable de no haber hecho nada en su vida, se orientó decididamente hacia este ideal.

En 1872, fundó la primera casa en Barbastro, con la ayuda de algunas jóvenes, y de su hermana, María.

El 27 de enero de 1873, los miembros de la nueva congregación, recibieron el hábito religioso y Teresa fue elegida superiora.

Un grupo de buenos católicos de Valencia propuso asegurar la vida de la pequeña comunidad. La madre Teresa aceptó y, como está en Valencia, constituye Patrona a la Virgen de los Desamparados, título muy apropiado para los ancianos Desamparados.

Muy pronto el número de ancianos fue aumentando y creciendo sin cesar. Para poder recibir más, compró el antiguo convento de los Agustinos.

Esta casa se convirtió en la casa madre de la Congregación de las Hermanas de los Ancianos Desamparados.

Se desarrolló tan de prisa la Obra, que en 1887, cuando fue aprobada por la Santa Sede, contaba ya con 58 casas.

María Teresa de Jesús formó muy sólidamente a sus hijas en el cumplimiento de sus obligaciones con los ancianos, hasta exponerse a la soledad, al frío y al hambre, para poder darles abrigo y un verdadero cariño.

Aprendió de las terciarias carmelitas la devoción a la Virgen, y de las clarisas el amor a los pobres, y en los ejercicios de san Ignacio, el ardiente deseo de identificar sus sentimientos con la voluntad divina.

Desarrolló una actividad incansable y una inalterable confianza en Dios. A los que le reprochaban que se ocupara de los más humildes oficios, respondía: “No hay nada pequeño cuando se trata de la Gloria de Dios”.

Cuando le decían que emprendía obras con un atrevimiento casi temerario, se sonreía diciendo: “Mientras más pobres haya, habrá más bienhechores”.

Tenía el secreto de su paz interior inalterable en medio del tráfago continuo, en sus palabras: “Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza, y el mundo bajo los pies”.

Su organismo no pudo resistir al régimen que se impuso. A las fatigas físicas se juntaban los dolores mortales, como el de la epidemia del cólera, que acabó con veinticuatro hermanas y setenta ancianos.

Cuando la enfermedad la obligó a detenerse, se retiró a Liria, Valencia, con la esperanza de que el buen aire le devolviera la salud.

Murió ahí, el 26 de agosto de 1897, el 27 de abril de 1958 el papa Pío XII la beatificó y fue canonizada en 1974 por Pablo VI.

Artículo publicado por Santopedia

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