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Del agnosticismo a la fe: Así una joven judía aprendió a rezar

ETTY HILLESUM
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Edifa - publicado el 09/05/21
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Gran figura de la espiritualidad contemporánea, Etty Hillesum descubrió a Dios durante la ocupación nazi. En los últimos tres años antes de morir con 29 años en Auschwitz en 1943, Hillesum realizó un recorrido sobrecogedor que puede ayudarnos a cultivar nuestra vida de oración

Desde la publicación en los años 1980 de su diario y de algunas cartas, Etty Hillesum no ha dejado de suscitar interés y curiosidad hasta el punto de convertirse en un ejemplo para nuestro tiempo. El dominico Yves Bériault nos explica por qué y cómo esta joven judía holandesa puede enseñarnos a rezar.

¿Cómo Etty Hillesum, una joven judía diagnóstica, descubre a Dios y esta comunicación-comunión con Dios que es la oración?

Etty es una joven inteligente, culta, “moderna”. Siente en su interior un vacío existencial tan profundo que tiene la tentación de ponerle fin, de huir de esta realidad interna que se ha vuelto insoportable, tanto más dado lo abrumador de los acontecimientos externos.

Ella es consciente  de que no sabe amar como quisiera, que vive conflictos con sus padres, sobre todo con su madre.

Desea salir de su egocentrismo y de esa falta de dirección que la angustia y la deprime, pero no sabe muy bien cómo. Entonces, decide buscar ayuda.

Y es por petición de su terapeuta que empieza a meditar media hora al día todas las mañanas.

Julius Spier la invita a abrirse a esta vida interior que la habita, incluso si, por el momento, sea un lugar de tensiones y miedos.

¿La meditación le dará frutos?

Sí, la meditación la lleva a disfrutar las cosas, experimentarlas, a recibir la vida que la envuelve en vez de intentar analizarlo y juzgarlo todo.

Ese momento de recogimiento se convierte en una gimnasia cotidiana donde se revitaliza y que ella llama su “hora de paz”.

¿No se trata de oración todavía?

Aún no, pero este recibimiento de la vida se convertirá progresivamente en un recibimiento de Dios, que es la Vida.

El objetivo del ejercicio será el de “hacer entrar un poco de Dios en sí misma”, según sus palabras.

Etty dudaba de su capacidad para amar y entonces se ve disfrutando de un amor que gradualmente la saca de sí misma, que la dirige a abrir los ojos hacia el sufrimiento del mundo.

Esta metamorfosis es una verdadera conversión: Etty se abandona poco a poco a la acción de Dios en ella, a esta intimidad nueva que la salva en cierto modo de sí misma y de una espiral mortífera.

¿La oración se vuelve necesaria para ella?

Indispensable. Esta renovación en la que recupera sus fuerzas ya no tiene pausa en su interior:

Una oración del corazón intensa, incesante, al acecho de Dios en los menores pliegues del drama que tiene lugar a su alrededor.

Etty encuentra ahí el valor y la paz profundas que le permiten afrontar las turbulencias de una época como jamás se ha conocido en Europa.

¿De qué modo su oración le habla a los cristianos?

Etty es judía, aunque no practica. Nunca menciona el nombre de Cristo, aunque podamos pensar que está habitada por Él.

Sin embargo, encontramos en su oración todos los acentos y los diferentes “modos” de la oración cristiana.

Lo que me conmueve es constatar que la oración se eleva en ella porque se reconoce pobre: ella es consciente de su fragilidad y de la debilidad de sus medios. Por eso se pone completamente en las manos de Dios.

¿Ella rezaba constantemente y en cualquier sitio?

Dondequiera que estuviera. Hace mención a cuando escucha hablar a un grupo de monjes y monjas del Carmelo que acaban de llegar a Westerbork, entre ellos Edith Stein, una judía alemana convertida al catolicismo.

Al saber que los religiosos deambulaban entre los barracones diciendo el rosario, escribe:

En el fondo, Etty no dice oraciones: ella se convierte en oración...

Exactamente. ¡Puede decirse que reza igual que respira! Y la alegría se convierte en un componente fundamental de esta oración, a pesar de los reveses:

En el momento en que Etty abandona el campo de Westerbork en dirección a Auschwitz, ya se ha convertido en una mística, ebria de Dios.

Un “aleluya” salta continuamente de sus labios, como un canto del corazón. Su oración es ahora incesante, con esta consciencia viva de que Dios está con ella y ella con Él, independientemente del espesor de las tinieblas en las que se hunde, hasta su ofrenda final.

Entrevista realizada por Luc Adrian

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