Los niños pueden ser muy caprichosos. Sin embargo necesitan saber que no se puede tener todo y se puede ser feliz con lo que se tiene.Es importante hacer comprender a nuestro hijo que, al contrario que los placeres fácilmente accesibles, la felicidad hay que construirla. Al no darle acceso ni demasiado rápido ni demasiado fácilmente a lo placeres cotidianos le enseñamos a ser feliz con quien es y con lo que tiene.
El niño o niña, como todo ser humano, tiene un deseo profundo de ser feliz. El hecho de crecer en una familia donde los padres se amen y amen a sus hijos ya le garantiza unas condiciones de felicidad. Pero no tiene consciencia de ello.
Dotado, como todos nosotros, de una naturaleza herida, confunde su aspiración a la felicidad con la satisfacción de sus deseos. Por tanto, es muy importante explicarle que corre el riesgo de convertirse en esclavo de sus caprichos pero que, gracias a su mente, puede reflexionar sobre lo que es bueno para él.
Acompañar a los niños en la búsqueda de la felicidad
Los dulces le procuran placer. Pero si adquiere el hábito de comerlos todas las tardes al salir del colegio o cada vez que surja la oportunidad, se convertirá un poco en esclavo de estos deseos que le controlan. Como padres, ¿no estamos nosotros mismos atrapados también en este engranaje del consumismo? ¿No tenemos tendencia a creer que nuestro hijo será más feliz si come dulces o si tiene el último juguete de moda? Después de todo, no es algo tan malo…
Más allá del dominio de los apetitos, si no le enseñamos a no ser caprichoso, ¿cómo podrá no caer en los “caprichos” vinculados a la adolescencia? ¿Por qué nos sorprenderíamos luego si reproduce la misma dependencia con el tabaco y el alcohol? En este aspecto incluso, no es raro escuchar decir a padres que hace falta un poco de alcohol (no es tan malo, ¿a que no?) para que los jóvenes puedan divertirse. ¡Como si el buen ambiente no pudiera generarse simplemente como fruto de la amistad! Nos corresponde a nosotros, padres y madres, acompañar a nuestros hijos en esta búsqueda de la felicidad que (¡sorpresa!) no pasa por la satisfacción de los deseos, sino más bien por el dominio de las pasiones.
Un dominio que da libertad
Al experimentar la alegría que da el ser “capaz” de superar un apetito, el niño toma consciencia de esta pequeña llama en su corazón. Una llama alimentada cuando “logra” no dejarse arrastrar hacia el mal, pero también cuando “logra” compartir con los demás, cuando dedica palabras amables a sus hermanos y hermanas… “Capaz”, “logro”: contrariamente a los placeres fácilmente accesibles, la felicidad hay que construirla.
Al no darle acceso ni demasiado rápido ni demasiado fácilmente a lo placeres cotidianos, enseñamos al niño a ser feliz con quien es y con lo que tiene. Forjamos así su voluntad, la que precisamente le permitirá construir su felicidad. Cuando llegue el placer, entonces lo disfrutará con la intensidad que da el deseo y participará así de su felicidad. No lo olvidemos, no es tanto la satisfacción de los deseos lo que debemos buscar, sino aprender a saborear la verdadera alegría, la del Salvador que vino a llenar nuestros corazones sedientos de amor.
Inès de Franclieu
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