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Apóyate en el rosario para preparar la Navidad

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Edifa - publicado el 05/12/20
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¿Quién puede guiarnos hacia la Navidad mejor que la Madre de Dios? Al contemplar su vida y su misterio, comprendemos que la mejor manera de esperar al Señor se resume en una sola palabra: “Sí”

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No sabríamos encontrar una guía más apropiada que la Virgen María para caminar hacia la Navidad.

Ella esperó a Jesús por partida doble: primero, como hija de Israel para la que toda esperanza se orientaba a la venida del Salvador; luego, como madre, una madre que sabía que el niño que portaba era el Hijo del Altísimo.

Para preparar el nacimiento de Jesús, María no hizo cosas extraordinarias, sino que, sobre todo, volvió “los ojos de su corazón” hacia Él, retomando la hermosa expresión de san Juan Pablo II.

Ella nos enseña a esperarle con ella en la fe, el silencio y la escucha. Así que apoyémonos en las riquezas del rosario para preparar la Navidad.

Una sola palabra: “Sí”

No preparamos el nacimiento de Jesús en Belén; Él nació, de una vez por todas, hace dos mil años. Sin embargo, sí preparamos su venida: su venida en la gloria y, por tanto, su venida en nosotros. Jesús nos prometió:

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14,23).

Él quiere venir a nosotros, pero ¿estamos listos para recibirle? ¿Lo deseamos? ¿O ese deseo está ahogado por todo tipo de preocupaciones materiales, de avaricia y de inquietudes?

¿Y estamos vigilantes esperando en la esperanza el encuentro decisivo con Jesús –en nuestra muerte y en el fin de los tiempos–, ese encuentro del que no sabemos “ni el día ni la hora”?

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Zwiebackesser | Shutterstock

Al contemplar su vida y su misterio, comprendemos que la mejor manera de esperar al Señor se resume en una sola palabra: “Sí”.

Un “sí” sin reservas: María se dio por completo. Un “sí” confiado: María cumplió la voluntad de Dios un momento tras otro, sin inquietarse por el futuro.

Un “sí” encarnado en las pequeñas cosas cotidianas: María vivió la existencia ordinaria de una esposa y una madre. Un “sí” lleno de humildad: María nunca contó con sus propias fuerzas, sino que lo dejó todo en manos de Dios.

Un “sí” dichoso: el canto del Magnificat expresa la acción de gracias que desborda su corazón, aunque a ojos humanos, habría tenido motivos para estar consternada e inquieta.


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Mil formas de decir el rosario

Así pues, para preparar la Navidad con María, recemos el rosario. A eso nos invitaba san Juan Pablo II con insistencia:

“Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de ‘intervalo de oración’ de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar” (Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre de 2002, § 42).

San Juan Pablo II insistía también en la importancia del silencio, para no decir precipitadamente un avemaría detrás de otro sin reflexionar.

Sugería que comenzáramos cada decena por la enunciación del misterio contemplado, seguida de la proclamación de un pasaje de la Biblia. Y añadía:

“Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado”.

Mantengámonos en la sencillez y la flexibilidad: adaptémonos a la edad de los niños, a su capacidad de atención (que puede variar según los días) para que la oración del rosario sea, ciertamente, un esfuerzo, pero no un suplicio.

Y afirmaba san Juan Pablo II:

“Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad” (Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre de 2002, § 42).

Maneras de rezar el rosario

“Hay mil maneras de decir el rosario”, explicaba un sacerdote, “así que escoge la que más te convenga. El rosario puede ser una oración de meditación, de adoración, siguiendo los misterios de la vida de Jesús. Podemos prestar atención simplemente a los dulces nombres de María y de Jesús. Podemos, con cada avemaría, rezar por una persona que hayamos encontrado ese día. Y podemos incluso repetir la oración en la monotonía: así, poco a poco, la Buena Nueva de la Encarnación entra en nuestro corazón”.

 

Por Christine Ponsard †

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