Rezar por los hijos tiene la extraordinaria fuerza de asumir ante Dios la propia impotencia en la esperanza
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Los padres tratan de ayudan sus hijos de mil maneras poniendo a su disposición todas sus capacidades. Pero las preocupaciones diarias pueden llevarles a olvidar uno de sus recursos más poderosos: la oración.
Rezar por los hijos tiene una fuerza extraordinaria, para su educación, la resolución de problemas,… Mira estos consejos del padre carmelita Thierry-Joseph.
¿La misión de los padres comienza por la oración por sus hijos?
Por supuesto. No sólo transmiten vida, sino que, al rezar por sus hijos, se remontan a la raíz de su paternidad y de su maternidad.
Encuentran en esta relación con Dios la fuente de aquello que transmiten. Les corresponde a ellos darles aquello que les haga crecer en todos los ámbitos de la vida: escolar, afectivo, intelectual…
El don del Espíritu Santo es el motor de crecimiento por excelencia.
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¿Su intercesión tiene una eficacia particular?
¿Cómo no ver en la oración y las lágrimas de santa Mónica un vínculo con la conversión de quien llegaría a ser san Agustín, después de una vida más que agitada?
El poder de la oración de los padres se encuentra en el hecho de asumir su impotencia en la esperanza. Los lleva a consentir desde la confianza.
Es la experiencia contemplativa del Carmelo. No nos damos a Dios a nosotros mismos, Lo recibimos abriéndonos a Él.
Conservar la esperanza es difícil cuando se ve a un hijo frágil tomar caminos sin salida o incluso alejarse de la Iglesia.
Dios no nos promete que todo irá bien en la vida, sino que Él siempre estará ahí. De igual modo, los padres experimentan esto de no poder vivir en el lugar de sus hijos. Hacen lo que pueden, pero, luego, prevalece ese misterio de la libertad.
¿Recomienda a los cónyuges rezar en soledad o los dos juntos?
Las intenciones de más peso se llevan mejor juntos, cuando sea posible. Pero al mismo tiempo existe una dimensión personal en la relación con Dios que conviene respetar.
Frente a una dificultad determinada, un padre o una madre tienen perspectivas diferentes, como hombre y mujer, y tienen también una intercesión diferente. Además, los ritmos y las etapas de la vida espiritual son propios de cada uno.
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¿Qué tipo de oración propone usted?
Para mí, el modelo de intercesión es el de las hermanas de Lázaro, que llaman a Jesús y le dicen: “Señor, tu amigo querido está enfermo”.
El intercesor desaparece y no impone sus propios pareceres. Se pone en el centro la persona por quien rezamos. En Caná, María tiene la misma actitud, no obliga al Hijo de Dios, solamente le dice: “Ya no tienen vino”.
La oración no es mágica, pero tiene su fecundidad. Aporta siempre un incremento de vida. Después, no importa la forma en que se rece: alabanza, rosario, intercesión…
Las formas evolucionan según los momentos de nuestra existencia. Basta que con que sean, como decía Teresita, “un impulso del corazón”.
El mundo y sus dificultades tiene motivos para inquietar a los padres: ¿nuestros hijos resistirán las tentaciones propias de la adolescencia? ¿Prosperarán en su matrimonio? ¿Encontrarán un trabajo?
A través de la oración regular, los padres reciben la confianza para lograr lo que les corresponde.
¿Qué esperar de la oración por los seres queridos?
Reúne un mar de gracia ante la puerta del hijo, por decirlo con una imagen. Solamente el hijo puede abrir luego su corazón a Dios, que nos quiere radicalmente libres. El día en que el joven se decida, Dios entrará más fácilmente.
El enemigo en la oración es el desánimo, a menudo ante trances de la vida.
Con los niños pequeños, la oración es sencilla. A medida que crece el adolescente, las exigencias ejercen más presión.
A veces, nos paramos un momento a ver los resultados de nuestras peticiones y, a menudo, no los vemos. Pero el Señor obra, de eso podemos estar seguros.
¿Podemos repetir las peticiones que son más importantes para nosotros?
No hay que obligar al Señor. Pero a menudo la repetición nos resulta necesaria, ya que concreta nuestros actos de confianza.
Y luego la esperanza, como todas las gracias de Dios, sólo se da en el presente. En definitiva, si la repetición es de un acto de amor, ¡perfecto!
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Entrevista realizada por Bénédicte Drouin-Jollès y Stéphanie Combe