Estas parejas han decidido poner palabras a sus sentimientos
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En la era digital, pocas parejas siguen escribiéndose cartas de amor. Sin embargo, no hay nada más romántico que una carta de amor para expresar tus sentimientos…
Xavier recibe cada tarde el mismo mensaje de su mujer: “¿A qué hora vuelves?”. Queda lejos del romanticismo y la delicadeza de Luis Martin, que le escribe a su mujer Celia: “No podré llegar a casa hasta el lunes; la espera se me hace larga, estoy impaciente por estar cerca de ti”.
¿Han matado la inmediatez y las pantallas la correspondencia amorosa? Es una evidencia que muchas conversaciones de las parejas de hoy se hacen a través de mensajes de WhatsApp.
De esta manera nos privamos del uso de uno de los cinco lenguajes del amor. Una carta es un formato maravilloso para salir de la rutina y saborear el matrimonio.
Escribir es dedicarle tiempo al otro
¡Cuan emocionante es recibir una carta escrita por quien tanto amas! Paul, viaja con frecuencia y cada vez que lo hace, envía una postal a su mujer. Explica que cuando le escribe, “me dedico a ella. Para mi ese tiempo es único”. Se trata de una manera muy sencilla, pero ardiente y profunda, de mantener y de tejer vínculos. Es una forma de comunicarse accesible, incluso para el que cree no saber escribir.
Así pues, un detalle desconocido del otro puede conmover más que una gran declaración literaria. Una carta nunca carece de sentido, aunque evoque lo cotidiano, “siempre y cuando no solo trate hechos, sino también los sentimientos personales relativos a estos hechos”, analiza Bénédicte de Dinechin, consejera matrimonial. En este caso, refuerza la relación.
A Jeanne le marcó una postal con su santa patrona en la que su marido había escrito: “¡Juana de Arco es fuerte como tú! Su imagen me recuerda cuánto necesito tu fuerza”.
Amor a distancia
La función tradicional de la correspondencia amorosa sigue siendo conjurar la ausencia. Axelle, cuyo marido militar parte con regularidad varios meses consecutivos, comparte su día a día en una carta semanal para seguir en contacto con su esposo y que el regreso no sea demasiado brusco. Por su parte, a Gwénola, sola de vacaciones con sus hijos durante un mes en verano, se le pasa el tiempo más rápido cuando recibe una carta de su marido. Le gusta el ritual: tocar el sobre, abrirlo, desplegar el folio, sola en su habitación, saborear sus palabras. “Leyéndolo me invaden grandes dosis de gratitud y los recuerdos de los buenos momentos. Es como si suprimiera la distancia”.
Ella misma busca, cuando le responde a Éric, hacerle feliz.
Por su parte, Pauline y Louis se dedican una carta muy importante al año cuando uno de los dos realiza un retiro en el que se encuentran frente a ellos mismos y pueden escribirse de verdad. Es un tiempo para poner de nuevo palabras a su compromiso, a proyectos pendientes y en el que buscan cómo mejorar su relación.
La carta también ayuda a evitar la escalada verbal en caso de conflicto. En los periodos armoniosos, sirve para abrirse de manera constructiva. Évelyne y Étienne se escriben al menos una vez al mes. Esta comunicación epistolar ha dado “un nuevo impulso” a su pareja, en un momento en el que sus hijos han abandonado el nido familiar. Étienne lo explica: “La carta desarrolla nuestra relación de amor, pero no en el sentido romántico en el que se entiende. Enriquece el contenido de la comunicación conyugal y nos atrevemos a abordar cosas que nuestros caracteres poco proclives al conflicto tenderían a callarse”. Este método aporta tantos más frutos cuanto que siempre vaya seguido de un intercambio verbal, puesto que la carta no remplaza el diálogo: lo prepara o lo vuelve abrir.
Palabras que mantienen la llama viva
Para algunas parejas, la carta permite releer su vida, animarse, alertarse ante una herida, presentar las debilidades, perdonarse o marcar el carácter único de su relación. Bruno, casado desde hace 22 años, le da a su mujer una carta dos veces a la semana, cuando vuelve del trabajo. En el tiempo que pasa a diario de trayecto en el tren, lee su breviario y, más tarde, le escribe en una hoja de tamaño A4. “A veces es corta y banal; otras veces, intensa y profunda, y haber escrito esta cita con ella en mi agenda prolonga la fidelidad prometida el día de nuestra boda”, explica este padre de cuatro hijos.
Ocurre lo mismo con Amicie y Jean. Reservan media hora todos los lunes en un bar, cara a cara, para escribirse cada uno una carta. “¿Para qué sirve que le escribas a papá si lo ves todos los días?”, preguntó su hija de 12 años. Los cónyuges lo saben: se muestran concretamente que su amor del uno por el otro es prioritario. Así van acumulando muestras de amor en las que apoyarse durante los periodos más difíciles en su vida de pareja.
Amicie se permite volverse poética, escribir cumplidos o expresar críticas. Sola ante su folio, aprende a argumentar y a desarrollar su pensamiento. Al contrario que al enviar mensajes de texto, además escribe siempre sentada, para asentar su pensamiento. Cartas de perdón, de reproche, de agradecimiento… Esta mujer, disléxica en el pasado, ha aprendido así a expresar sus emociones.
Por último, escribir permite proyectar la pareja hacia el futuro. “La carta de amor, incluso aunque abordemos un tema difícil, inscribe nuestra relación entre el pasado y el futuro, pues comienza siempre con un agradecimiento dirigido al otro y termina con la promesa de un ‘pequeño paso’ que uno se compromete a realizar por el otro próximamente”, precisa Évelyne.
Esta huella de eternidad que lleva la correspondencia amorosa inscribe la relación en el tiempo. “En cuarenta años, no podremos encontrar en el granero una caja con WhatsApp, posts de Facebook o mensajes de texto. Pero podremos toparnos con nuestras cartas –se entusiasma Paul–. Y entonces… ¡qué emoción!”.
Olivia de Fournas