¿Qué es una buena confesión? ¿La que nos permite deshacernos de los pecados ya cometidos y sacar fuerzas espirituales para luchar contra nuestros vicios?
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Una “buena” confesión no es una declaración de aduanas, o sea la simple enumeración de los pecados cometidos desde la última confesión y para los cuales se desea librar de la aduana.
Si es importante confesar las propias faltas y hacerlo con sinceridad, lo esencial es hacer esta confesión con un genuino arrepentimiento por lo que se ha hecho y una firme resolución de cambiar de conducta, con el ardiente deseo de vivir el mandamiento evangélico del amor.
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¡La confesión, una verdadera declaración de amor!
Muchos cristianos se reconcilian con el sacramento de la Reconciliación cuando comprenden que el Señor da mucha más importancia a su declaración de amor que a la enumeración de sus faltas, ¡por muy graves que sean!
Entonces entienden que no deben tener miedo de confesarse ya que el Señor se asombrará de la simplicidad con la que se culpan a sí mismos.
Porque esta simplicidad, esta sinceridad, son la señal de que Él ya ha comenzado la transformación de sus corazones.
También es necesario recordarles que, en la segunda parte del sacramento, es el mismo Señor quien les responde con una magnífica y solemne declaración de perdón y amor.
A través de la voz del sacerdote, a través de su absolución, declara sus pecados totalmente perdonados. Una declaración maravillosamente efectiva, ya que el Señor tiene el poder de sumergirlos en el océano de su misericordia.
Cuando un petrolero se hunde en el océano, su carga se derrama inexorablemente en él. Cuando Dios, por el contrario, sumerge nuestros pecados, no queda ninguna marea negra: ¡nuestro corazón se vuelve más blanco que la nieve!
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La verdadera confesión renueva y rejuvenece el corazón
Son las manos de Jesús las que llevan a cabo esta transfiguración. Estas manos, que obraron tantos milagros cuando vivía visiblemente entre nosotros, siguen actuando hoy, no sólo en los cuerpos de los enfermos que cura, sino también en los corazones de todos aquellos que recurren con fe al maravilloso sacramento de la confesión.
Ocurre que algunos de los fieles experimentan en una gracia sensible excepcional esta presencia activa de las manos de Cristo cuando se confiesan.
Pero no es necesario tener esta experiencia para estar seguro de que en cada confesión es Jesús mismo quien recibe nuestra confesión -nuestra declaración de amor- y quien renueva y rejuvenece nuestros corazones.
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