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Pido a Dios lo que deseo, ¿pero y si mis deseos son malos?

RUSH
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Edifa - publicado el 06/02/20
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¿Qué podemos pedir en nuestras oraciones? ¿Qué podemos hacer para que no sirva a nuestra codicia? Para aprender a canalizar nuestros deseos, es necesaria la virtud de la templanzaSegún una cierta etimología latina (precaria, precario) rezar es exponer a Dios nuestra precariedad:

Señor, el que tu amas está enfermo” (Juan 11:3).

Es decir con el salmista:

Tu, Señor, conoces todos mis deseos” (Salmo 38:10).

Ciertamente, los deseos de los hombres están mezclados y confundidos. Sin embargo, ya sea que se expresen en un clamor violento o en murmullos humillados, llegan a Dios. La Escritura afirma esto:

Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y los salvó de sus angustias” (Salmo 34:7).

Cada queja de los pobres, sea quien sea el destinatario -designado o no- de su grito, es una oración.

En las Memorias de ultratumba, Chateaubriand cuenta este pasaje de su adolescencia cuando había abandonado toda práctica religiosa. La propia fe parecía haberlo abandonado. “Sin embargo -escribe-, recé, porque sufrí y el sufrimiento reza“.

Pero aunque todos los deseos del hombre dependen de Dios, no todos son legítimos. “O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones“, dice Santiago (4:3).

Por la virtud cardinal de la templanza, dirigimos, purificamos y controlamos nuestros deseos.

La templanza orienta correctamente nuestra oración 

Es muy difícil saber qué preguntar porque es igual de difícil saber qué es realmente bueno para nosotros o para los demás. ¿Quién nos enseñará a ordenar los deseos culpables que cultivamos más o menos secretamente y la legítima expectativa que existe en nosotros?

Al dominar nuestras pasiones terrenales, la templanza orienta correctamente nuestra oración, ya que rezar no es someter Dios a nuestros deseos o hacerle cambiar de opinión.

Dios es inalterable. No hay en Él “cambio ni sombra de declinación” (Santiago 1:17). El propósito de nuestra oración no es cambiar el plan de Dios, sino obtener lo que Él ha decidido darnos, a través de esta oración.

A menudo se menciona la siguiente imagen.

El que reza es como un hombre en un barco. Su oración es como una cuerda que envía para alcanzar la roca. Dios es esa roca. El hombre tira de la cuerda que está sujeta a la roca. ¿Qué sucede? Es el hombre del barco el que se mueve, no la roca.

Así que nuestra oración no cambia a Dios, pero sí a nosotros que rezamos. Nos acerca a Dios, como el hombre del barco se acerca a la roca mientras tira de la cuerda. Somos nosotros los que nos transformamos con nuestras oraciones de petición.

El Padrenuestro, escuela del deseo

La oración no es para informar a Dios, sino para educarnos. No pretendemos dar a conocer al Padre celestial lo que necesitamos. Él lo sabe mucho mejor que nosotros: “el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan”, dice Jesús (Mateo 6:8).

Por otra parte, al repetir el Padrenuestro, reorientamos nuestras vidas en la dirección de lo que es legítimamente deseable, ponemos nuestra mirada en lo esencial y nos convencemos de la inmensa bondad de Dios que nos concede lo que le pedimos.

Ya lo dijo San Agustín: “Si rezamos de manera correcta y adecuada, no podemos decir nada más que lo que contiene esta oración del Señor“.

A la inversa, en el Padrenuestro está consagrado todo lo que podemos desear legítimamente. En esta breve fórmula, todo lo que se nos permite esperar está contenido.

Por eso el Padrenuestro no sólo es la oración perfecta a la que debemos aspirar como modelo, sino también, en cierto modo, el guardián de toda oración.

Él endereza y rectifica todas nuestras peticiones. Nuestra oración debe ser recta -escribe santo Tomás de Aquino-, es decir, debe hacernos pedir a Dios los bienes que nos convienen.

La rectitud de nuestra oración está ligada a la rectitud de nuestra fe y nuestra vida: lex orandi, lex credendi, lex vivendi (forma de rezar, forma de creer y forma de vivir se reflejan mutuamente).

Por el padre Guillaume de Menthière

 

 

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