Al final, el examen de conciencia se redujo poco a poco a una lista de pecados. Como si se tratara de un formulario a rellenar, como en la aduana: “¿Qué tiene que declarar? ¡Marque la casilla correcta!”. ¿Y si en vez de hacer un examen de conciencia, realizaras una “revisión de vida”?
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En realidad, una lista, por muy bien elaborada que esté, nunca será más que un instrumento para ayudarnos a hacer un examen de conciencia. Nunca sustituirá a la oración personal, al cuestionamiento leal mediante el cual nos colocamos frente a nosotros mismos y a nuestro pecado, por supuesto, pero especialmente frente a Dios y a su llamada. Puede llevar a un diálogo con el Señor, pero no puede sustituirlo. El examen de conciencia no puede limitarse a examinar una hoja de papel. Hay que reconocer que incluso la expresión “examen de conciencia” no es muy satisfactoria. Destaca algo cierto: nuestra fidelidad o infidelidad al Señor es una cuestión de conciencia, se hace dentro de nosotros mismos. En cambio, el riesgo es centrarse en sí mismo, identificar el pecado y la mala conciencia, reducir la conversión a un esfuerzo de lucidez y desarrollo personal. Todo esto es más psicológico que espiritual, más moralizante que evangélico. ¿Acaso no deberíamos hablar más bien de “revisión de vida”?
¿Cómo buscar sus pecados?
Esta expresión incluye una pedagogía específica, la famosa trilogía “ver, juzgar, actuar”, pero también refleja una intuición que concierne a todos los fieles. Se trata de poner el Evangelio en la vida, y de poner vida en el Evangelio. Es en nuestra vida donde tenemos que percibir y responder a la llamada de Dios. Por lo tanto, también debemos buscar nuestro pecado en ella. Concretamente, basta con revisar los diversos lugares y momentos que caracterizan nuestros días y ponerlos bajo la mirada del Señor.
Para algunos cristianos, esto puede ser muy valioso y un verdadero progreso espiritual. Sin embargo, el riesgo de permanecer en una perspectiva moralizante no está completamente excluido. Estamos pasando de una moral más individual y conformista a una moral más social e incluso política, pero seguimos en el terreno de la moralidad.
Básicamente, si estamos en la escuela de Cristo, es la Revelación la que nos da el verdadero entendimiento de nuestro pecado así como de todo lo demás. “Y por tu luz, vemos la luz”, dice el Salmo 36. Analizar nuestra conciencia o nuestra vida, nunca nos eximirá de analizar la Palabra de Dios. Es a la luz del Evangelio como podemos ver claramente dentro de nosotros mismos y releer nuestra historia. Este ejercicio espiritual se llama el discernimiento, es allí donde el discípulo es instruido, el pecador es convertido, el santo es formado. Cuestionarios, fórmulas, diversas meditaciones pueden ayudar. Podemos utilizarlos, tanto para un acercamiento personal como para una celebración comunitaria, pero nada es mejor que lo que lleva a la escucha del Señor, una escucha directa y profunda.
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Desde este punto de vista, hay algunos textos fundamentales a los que podemos volver sin cesar: el Decálogo (la segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica ofrece un comentario exhaustivo), las Bienaventuranzas, el Padrenuestro y, sobre todo, el Mandamiento Nuevo. También podemos simplemente meditar sobre una lectura bíblica: la del día, la del domingo, la que nos interesa actualmente. Amós nos habla de los pobres, Salomón nos habla de sabiduría, San Pablo nos habla de unidad, San Juan nos habla de amor fraterno, Pedro nos habla de Fe… Siempre es el Espíritu Santo quien nos habla, nos interpela, nos llama a convertirnos, nos abre a una renovación. Recuperarlos, paso a paso, nos pone frente a nuestra conciencia y frente a nuestra vida, pero sobre todo frente a Dios.
Por el padre Alain Bandelier