Vi la forma consagrada deslizándose por el copón que estaba lleno de hostias y caer al suelo, como en cámara lenta. Aquella primera vez, sentí que me paralizaba. No sabía qué hacer o cómo reaccionar.
Jesús, el Hijo VIVO de Dios, caía y yo estaba paralizado. Aquella hostia consagrada cayendo, era el cuerpo, la sangre, alma y la divinidad de Jesucristo.
Había visto en otras parroquias a monaguillos asistiendo al buen sacerdote durante la comunión, portando una patena para evitar estas caídas. Sobre todo, de las pequeñas partículas que se desprenden de las hostias consagradas.
Pedí perdón por este hecho que me dejó particularmente conmovido.
“Perdona Jesús nuestra indiferencia, el trato contigo, haz que te amemos más, que vivas en nuestro interior. Gracias por tu sacerdotes que te traen cada día a nosotros, necesitados de ti”.
La segunda vez que ocurrió, estaba en una misa repleta de personas. Frente a mí la hostia se deslizó de las manos del buen sacerdote. Me miró, pensé que no podría inclinarse con el copón lleno de hostias en la mano. En una fracción de segundo me arrodillé, tomé con delicadeza la forma, le pedí perdón a Jesús. Se la entregué con cuidado al sacerdote quien de inmediato la consumió.
Hace poco tuve la alegría de asistir a una misa en la que el sacerdote tenía un monaguillo que portaba una patena mientras administraba la comunión a los fieles. Cuando fue mi turno me fijé en la patena y sí, estaba con pequeñas partículas de aquellas hostias, que se habían desprendido. Si no fuera por esa plateada patena, habrían caído partículas al piso para ser pisoteadas sin querer por las personas que hacían fila para comulgar.
Son partículas finas y muchas veces no las vemos, pero allí están, sobre todo he notado que quedan en las palmas de nuestras manos con la nueva modalidad de comunión.
Amable lector, te pido por favor ten la delicadeza de revisar tu palma cuando recibas a nuestra Señor en tus manos. Y si ves alguna partícula, ten presente que el cuerpo de Cristo se encuentra en ella. trátala con reverencia y amor. Consúmela igual que hiciste con la hostia y dile a Jesús que le quieres.
Evita a toda costa que el Santísimo Sacramento caiga al piso. Revisa “siempre” la palma de tu mano, al comulgar. Ten ese pequeño acto de caridad y amor, con Jesús.
Querido sacerdote, por favor, usa una patena, al momento de la comunión. Jesús merece estos pequeños gestos de delicadeza y amor.
¡Dios les bendiga!