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“¿Vendrás a verme?”, clamó Jesús desde el sagrario. (Un testimonio bellísimo)

Claudio de Castro - publicado el 24/06/18

Esta mañana me levanté temprano. Le comenté a Vida, mi esposa, que iría a la Librería Católica para hablar de mis libros. Fue como siempre un encuentro muy agradable. Son amigos de años. Me abrieron sus puertas cuando empecé a escribir y publicar libros sobre nuestra fe y la esperanza y la alegría de sabernos hijos amado de Dios.

Al salir caminé un rato hacia mi auto y cuando estaba por abrir la puerta escuché en lo más hondo de mi alma estas dulces palabras:

“¿Vendrás a verme?”

Y es que cercana hay una iglesia con un bello oratorio donde tienen un sagrario y a Jesús Sacramentado expuesto para adoración.

Mi primer pensamiento fue: “Buen Jesús, ya me voy. Tengo complicado el día”.

Pocas veces me ha ocurrido que siento que me llama, me pide que vaya a verlo al sagrario, que me quede con Él.  Traté de escabullirme y marcharme, pero no pude.

“Si me llamas, iré a verte”, respondí al final.

Y caminé la distancia hasta la iglesia.

Al entrar me dirigí al pequeño oratorio y comprendí. Allí estaba el Rey de Reyes, el Hijo del Dios Altísimo, completamente solo.

“Eres un pícaro”, le dije. “Sabes que me iba. Pero, ¿cómo dejarte aquí tan solo?”

Me arrodillé frente a Él y recé, disfrutando un rato de paz y serenidad. Juntos, Jesús y yo. El Hijo de Dios y el pequeño Claudio.

Luego me senté y hablamos. Le conté los últimos acontecimientos de mi vida. Le prometí en lo posible acudir a verlo con más frecuencia.

Como sólo estábamos Él y yo, no resistí una pequeña tentación, quise consentirlo y le canté con todo mi amor la canción: “Oh buen Jesús”.

 

 

Sentí que salía de aquél sagrario y me abrazaba fuerte.

“Te quiero Claudio”.

“Te quiero buen Jesús. Eres mi mejor amigo”.

Luego de un rato le dije: “Ahora sí, ya debo marcharme, pero no puedo ni quiero dejarte solo. Manda alguna persona que te haga compañía, así podré marcharme”.

Volví a ver la enorme iglesia que estaba vacía. Nadie por los alrededores.

Me arrodillé y al segundo escucho pasos detrás de mí. Una madre con su pequeño entra al oratorio y se arrodilla frente a Jesús Sacramentado. Me levanté para irme, pero antes me acerqué a ella y le comenté:

“Le pedí a Jesús que enviara alguien especial para que le hiciera compañía, para poder irme sin dejarlo solo, Y la envió a usted. Quería que lo supiera”.

Ella sonrió emocionada, feliz de estar allí y se sumergió de nuevo en su devota oración.

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