Recuerdo haber leído la historia de un monje santo que salió de camino por las montañas hacia su monasterio. Se mantuvo pidiendo limosna en el nombre de Dios. Por la tarde, cansado de tanto andar llegó a un pueblo antiguo, rodeado de altas murallas. Afuera, cómodamente sentado, encontró al demonio, solo, pensativo.
⸺¿Qué haces acá?⸺ le preguntó con curiosidad ⸺ ¿Por qué no estás dentro del pueblo, tentando a los habitantes?
⸺Es que no necesito hacerlo. Adentro tengo ayudantes muy efectivos que los hacen caer pecado mejor que si yo. Son los que promueven los bochinches, que los llevan a la violencia y a matarse entre sí. Como ves, puedo darme el lujo de esperar cómodamente acá afuera, para llevarme sus almas.
El monje santo rezó por sus habitantes, pero evitó entrar en ese pueblo y se desvió del camino.
Al día siguiente por la mañana divisó en lo alto de un monte el monasterio. Pudo observar desde la distancia, miles de demonios que lo cercaban y entraba y salían. En el portón pudo ver nuevamente a este demonio y le preguntó qué ocurría.
⸺Es que esto frailes son fieles devotos de la Virgen María, rezan el Rosario y conservan puros sus corazones. Cuesta muchísimo hacerlo caer en el pecado.
Esta Pandemia que vivimos me ha hecho recordar esta historia porque andamos con carencias espirituales.
Hasta hace poco las Iglesias han vuelto a abrir y las misas son con pocas personas. Nos hemos mantenido con la oración, la santa misa en Internet y las comuniones espirituales. Por ello nos sentimos desganados y débiles. La fortaleza espiritual que te da una sola misa en la que participas con fervor y comulgas, es impresionante. El demonio lo sabe bien por eso nos ataca con furia.
Lo imagino con sus huestes paseándose por el mundo, buscando a sus víctimas favoritas, lo más débiles, los que oran poco. Rezo por esas personas, por ti, por mí y mi familia.
Nos debemos los unos a los otros. Ynidos en la oración, con Jesús, podemos lograr cosas extraordinarias.
Si el demonio te está tentando no le des el gusto de caer en ese pecado por más agradable que parezca.
Sabes bien que si pecas estarás ofendiendo a Dios. ¡No lo hagas!
Acude a María:
“Ayúdame santa Madre de Dios que NO QUIERO ofender a tu Hijo Jesús”.
Hay una oración que de niño me enseñó mi mamá. Fue compuesta por sor María Romero Meneses, una religiosa salesiana en Costa Rica. La repito en esos momentos de angustia en que siento que voy a caer en una tentación. Te la comparto. Anótala y apréndetela:
Pon tu mano Madre mía,
ponla antes que la mía,
Virgen María Auxiliadora,
triunfe tu poder y misericordia,
apártame del maligno y de todo mal
y escóndeme bajo tu manto.
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