Alguien me preguntó: “¿Cómo puedes escribir tanto?” Si supieras cuánto lo disfruto lo comprenderías.
En casa a esta hora todos duermen. Yo rezo y continúo escribiendo, tratando de agradecer a Jesús todo lo que hace por nosotros. La forma que encontré para agradecerle es ésta, comparto mis vivencias y las de otros; y cada vez que puedo escribo: “Te quiero Jesús”.
Para mí, éste es un regalo que Dios me dio. Por supuesto, nunca imaginé que Él fuera tan exigente. Y me sonrío por sus cosas.
De pronto he revivido aquella mañana en que estaba de rodillas, frente a un hermoso sagrario en la Iglesia de Guadalupe en Panamá. Tenía la certeza que Jesús me miraba desde aquél sagrario, con un gran cariño. No sé por qué recordé una vivencia que tuvo la Beata Sor María Romero siendo novicia. Ella misma refirió a los años y mi mamá, siendo misionerita de sor María lo escuchó y me lo contó:
“La madre Maestra sugirió un día a las novicias que cada una preguntase a Jesús: “¿Quién soy yo?” Sor María, en un momento en que no había nadie en la capilla, puesta en oración ante el Santísimo Sacramento hizo la pregunta: “Señor, ¿Quién soy yo?” Y oyó una voz que le dijo: “Tú eres la predilecta de mi Madre y la consentida de mi Padre.”
Inquieto como soy en temas espirituales pensé: “Le preguntaré algo similar a Jesús”.
“¿Qué quieres de mí?”, le dije, mirándolo al sagrario.
Sentí algo que hasta día de hoy no he podido comprender. Imagina que llenas un vaso de agua. Él llenaba mi alma de gozo. En ese momento escuché una voz interior, muy hondo en mi alma que respondía:
“Escribe. Deben saber que los amo”.
No supe cómo reaccionar. Sencillamente me quedé allí, sin moverme, y recé. Le agradecí tanto amor. Quería refugiarme en Su ternura infinita.
Había algo que debía solucionar. ¿Cómo hacer lo que me pedía? Llegué a casa y me senté a escribir. En algunos articulo solía poner: “Jesús te ama”.
Ocurrió lo que temía. Me llamaron ingenuo, tonto… De todo. Pero de pronto, algo cambió. Algunas personas me respondían: “Gracias por recordarnos tanto amor”. Me di cuenta que Dios tocaba sus corazones. Y seguí adelante.
Casi catorce años después aquí estoy, en la sala de mi casa, contándote mi experiencia con Jesús. Puedes decirme: “Imaginaste todo Claudio”. Es probable. Es una posibilidad. Pero algo me dice también que, tal vez, ocurrió así… Hoy mis libros, en los que hablo de mi amigo Jesús, se encuentran en las librerías de 15 países, son traducidos a 4 idiomas, están en Amazon y otros portales en formato electrónico.
¿Mi mérito? Ninguno. Todo es suyo y a Él se lo devuelvo.
Quisiera que me permitas decirte:
“Jesús te ama”.
Y terminar con estas palabras:
“¡GRACIAS JESÚS POR AMARNOS TANTO!
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