Decía el buen cura de Ars: “No es lo mismo creer en Dios que creerle a Dios”. Yo siempre he preferido ambos, creer en Dios y creerle a Dios, amarlo con todo el corazón, porque esto me hace feliz.
Mi relación con Dios viene de la infancia, cuando me iba a rincones apartados para hablar con Él, seguro que me veía y me escuchaba. Dios estaba presente en mi vida y yo podía reconocerlo. Éramos Dios y yo, solos, como si nada más existiera a nuestro alrededor.
Ahora comprendo que todo esto fue posible a través de la gracia del Espíritu Santo.
Amarlo era algo espontáneo en mí y ahora de grande que lo analizo y reflexiono en ello me veo frente a Dios iluminado por el don del Espíritu Santo, un Dios desconocido, del que poco hablamos.
Para mí Dios era un padre amoroso. No me complicaba pensando en cosas que no comprendía. Me bastaba experimentar su amor. Amaba a Dios como un hijo ama a su padre.
Recuerdo que cada noche me dormía con su dulce nombre en los labios: “Dios”.
Tenía anhelos de eternidad.
Mi vida giraba en torno a Dios, como se describe en el salmo 63:
“Cuando estoy en mi cama pienso en ti
y durante la noche en ti medito,
pues tú fuiste un refugio para mí
y salto de gozo a la sombra de tus alas.”
Sabía que Dios no tenía necesidad de mí, es un Dios Todopoderoso, pero nunca dejaba de sorprenderme, “me amaba” y para mí esa era una noticia extraordinaria. Dios, eterno, inmortal, para quien nada es imposible, ”me amaba”. Esa realidad me dejaba sin palabras.
Hace unos días encontré mis conversaciones con Dios. Te compartiré algunas.
― ¿Qué quieres de mí, Señor?
― Que hagas el bien.
― ¿Qué nos falta?
― Oración. Mucha oración.
― ¿Qué necesito?
― Más fe. Necesitas más fe. Con la fe lo puedes todo.
― ¿Qué te duele Señor?
― Me duele la indiferencia.
― El mundo me olvida. No lo hagas tú.
También encontré este maravilloso pensamiento de Edith Stein que siempre me ha impresionado. Te invito a que lo copies y lo coloques en algún lugar donde lo tengas a la vista y recuerdes nuestro Propósito en esta vida:
“Que vivimos aquí y ahora para realizar nuestra salvación
y la de aquellos que nos han sido confiados,
es algo sobre lo que no me cabe la menor duda”.
¡Dios te bendiga!
…………
Jesús prometió que podríamos mover una MONTAÑA con la fe del tamaño de un grano de MOSTAZA. ¿Sabías que este grano es diminuto? Tiene apenas un milímetro de diámetro. Esto basta para mover montañas y transformar nuestras vidas, fortalecerlas, recuperar la serenidad y la paz.
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