Son las 4:30 de la tarde. Es la hora del café.
Para todo escritor la hora del café es un momento importante, sobre todo si es una forma de compartir con tu familia, tu esposa… Vida prepara un café espectacular. Un primo que vino una vez, todavía lo comenta, se llevó la receta a su casa con él.
Aprendí a tomar esta deliciosa infusión en Costa Rica, en casa de mi abuela.
Cuando era niño solía pasar mis vacaciones escolares en san José, Costa Rica, en la casa de mi abuela (le llamábamos mamita). Creo que somos muchos los que hemos tenido esta maravillosa experiencia de pasar largas temporadas en las casonas de nuestros abuelos.
Su casa era antigua, de madera, con dos pisos y muchos cuartos y libros e historias. Quedaba en el barrio la Dolorosa. La iglesia estaba a tres cuadras. Me encantaba ir los domingos a misa. Y al salir cruzar la calle hacia una pulpería a comprar helados de coco.
Eran tiempos de serenidad.
Cada tarde, se preparaba el café. Mi abuela, mi mamá y mi tía Marta, lo servían con alegría y cierta solemnidad. En la mesa encontrabas: unas deliciosas quesadillas, panes calientitos, mantequilla, mermelada recién preparada, queso, algunas frutas y leche fresca en botellas de vidrio.
Es una hermosa costumbre que aún hoy encuentras en los hogares costarricenses.
Hace poco fui a visitar a mi hermano Frank, su esposa Susana y a mi familia tica.
Sentía nostalgia de la infancia. Y visité el viejo barrio de la Dolorosa con mi primo Oscar Julio, quien gustosamente me llevó a recorrer sus calles.
Una de esas tardes fui con mi esposa Vida y mi hijo Luis Felipe, a saludar a mi tía Elsita en san Pedro, Montes de Oca, donde pasamos de niños, muchas horas jugando y compartiendo momentos especiales entre primos y amigos. Salí un momento a caminar y recordar. Pensé en mi primo Rafa, ya en el cielo, quien animaba esas tardes con su guitarra. Y en Esterzita, Raúl Gerardo, Gabriel, Mario, Marta María… y muchos otros primos, porque eramos y somos, como hermanos.
Tía Elsita nos recibió con esa alegría y hospitalidad de siempre, que la caracteriza, conversamos a gusto en la sala y de pronto lo que tanto esperé, la hora del café.
Qué delicia, ese café chorreado, humeante y aromático.
Costa Rica es un país bellísimo, con grandes tradiciones, una de ellas es esta hora sagrada del café,para compartir en familia.
En Panamá conservo esta costumbre y suelo tomar café por las tardes, acompañado de mi esposa. Los panecillos calientitos no pueden faltar, la mermelada, la mantequilla, la vida familiar.
Te das cuenta que Dios está en medio, bendiciendo estos pequeños gestos de amor entre esposos, primos, tíos, familiares y amigos.
Dejo a un lado el computador.
Ya está preparado el café. Vida me llama. «Se enfría el café».
Es un rato de sosiego y descanso. Converso con ella y hacemos planes.
De mi interior brotan estas palabras: “gracias Señor”.
Y disfrutamos la tarde con ese deliciosa aroma que te recuerda la infancia.
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