Experimentar a Dios es sentirlo, sabes que es Él quien pasa y ha tocado tu alma, que te llena con su gracia y santidad.
No sabes al inicio qué te ocurre, una dulce presencia te abraza, te colma. Su gracia es tanta que se desborda sientes anhelos de santidad, de abrazarlos a todos, y perdonarlo todo.
Sientes un amor tan grande que no puedes contenerlo. Se desborda.
Tengo un amigo que es catequista y muy efectivo. Recuerdo una tarde que me lo encontré y le pregunté cómo hacía. Me respondió: “Les pido que busque a Dios y experimenten su presencia en sus vidas. Eso lo cambia todo, no hay vuelta a atrás”.
Conocí una joven en misa que llegaba de un retiro espiritual y al finalizar dio su testimonio. Me dejó de una pieza y agradecí a Dios por tanto amor y misericordia con sus hijos. Recuerdo algunas de sus palabras:
“Tuve que huir de mi país por los problemas políticos. Cuando abandonas el lugar donde naciste y creciste, y debes salir sin poder llevar a tu familia y vas a un país extraño donde no conoces a nadie y no tienes trabajo, la vida se vuelve muy dura. Yo me sentía muy sola. Mi vida perdía sentido y no encontraba un propósito. Vivía con una rutina muy simple. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Una tarde en el trabajo una compañera me invitó a este retiro. Me molesté primero porque nunca me han gustado. Pero al final acepté”.
“Tal vez conocería personas nuevas, y podría hacer alguna amistad. “, me dije, inquieta por dentro. “El retiro fue de viernes a domingo, culminando con esta eucaristía. He querido compartir mi testimonio, porque Dios me ha tocado muy hondamente el alma y me ha cambiado la perspectiva de mi vida. Ahora todo lo veo diferente, todo es bello, luminoso. Y siento que tengo un propósito y que soy importante para Él”.
La miré asombrado desde mi banca en aquella iglesia repleta de personas.
“Les contaré cómo ocurrió. Fue algo súbito, inesperado. Llegado el último día del retiro, nada había cambiado para mí, al menos eso creía. Fue entonces cuando hicieron una Hora Santa y expusieron al Santísimo, a Jesús Sacramentado. Sentí en un momento de shock que me hablaba, me decía que me amaba, que yo era alguien especial para Él,que nunca estuve sola, que Él siempre me iba a acompañar. Rodaron abundantes lagrimas por mis mejillas. Ahora tenía la certeza de ser amada desde la eternidad, que era importante, que mi vida valía y que nunca estaría sola”.