Se cuenta de san Luis Rey de Francia que, saliendo de una eucaristía, siguió a un pobre y sencillo campesino, lo detuvo y se arrodilló frente a él. Era el rey en persona y esto causó una gran conmoción.
El campesino, paralizado por la impresión, sin saber qué hacer, solo atinó a preguntar: “¿Qué ocurre su Majestad?”
El rey levantó la mirada lentamente y respondió: “Es que usted lleva a mi Señor”.
El campesino acababa de comulgar y salió de aquella iglesia como un sagrario vivo, llevando a Jesús.
Me acordé de esta historia el domingo.
Por la mañana fui con Vida, mi esposa a misa. Estábamos en un pueblo montañoso de mi país, Panamá. Habíamos ido de vacaciones y yo aprovechaba para pasear con la familia, rezar, reflexionar, escribir y disfrutar la hermosa naturaleza que me recordaba a nuestro Creador.
El clima era estupendo. Hacía un frío delicioso que te acariciaba el rostro.
Entré en la Iglesia como suelo hacer, buscando la luz del sagrario, para poder saludar a Jesús Sacramentado, el prisionero de Amor.
Cada vez que entro a una iglesia es lo primero que hago, busco el sagrario. Allí está Jesús, esperándonos.
En eso vi a un hombre muy pobre y humilde sentado con mucha devoción en la primera banca, silencioso, orando y me distraje viéndolo.
Me llamó la atención porque me habían comentado de él. Mi sobrina Michelle vivio una temporada en aquél lugar y ocasionalmente me lo mencionaba como un hombre digno de conocer.
Era una persona mayor, de misa diaria, muy humilde, que soñaba con irse algún día al cielo. Y así lo hacía saber. Procuraba en todo agradar a Dios.
Me quedé observándolo y descuidé a Jesús en el sagrario.
En eso sentí que Jesús me decía con tanta ternura que quedabas lleno de su amor: “No te preocupes Claudio. Él también es un Sagrario. Es mi sagrario. Un sagrario vivo”. En ese instante comprendí a san Luis cuando se arrodilló ante el campesino.
Durante la colecta se puso en pie tratando de no llamar la atención, sacó las pocas monedas que había colectado en la mañana y las depositó.
Cuando la misa terminó quise conocerlo, conversé un rato con él sorprendido por su humildad, don de gente, alegría y sus sencillas palabras que estaban llenas de amor a Dios.
Le pregunté: “Tengo curiosidad. Vi que usted dio algunas monedas en la ofrenda. ¿Por qué lo hizo?”.
Señaló al cielo, sonrió con picardía y respondió con seguridad: “Es que, si doy, Dios me da más”.
En esos breves momentos aprendí mucho de él. Me ayudó a reconocer cuánto me falta por caminar. Me recordó esta bienaventuranza:
“Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios.” (Mateo 5, 8)
“Me sentiría honrado si nos tomamos una foto para recordar este encuentro”, le dije. Y accedió muy contento. Te la comparto. El día que conocí un sagrario vivo.
No imaginas lo feliz que me sentí en la cercanía de esta persona… tan “llena de Dios” que sorprende.
Irradia paz y alegría.
Curiosamente la imagen de san Francisco atrás de nosotros, parece mirarlo con benevolencia.
Te comparto la historia porque me parece edificante. Dios actúa de maneras insospechadas, a través de quienes menos imaginamos.
Sabes, TODOS, tú y yo, en la gracia de Dios, cuando comulgamos, nos convertimos en Sagrarios vivos y al salir de Misa llevamos con nosotros a Jesús para compartirlo con los demás.
Nunca lo olvides. Recibes a Jesús VIVO en cada comunión.
Te toca mostrarlo a los demás, que vean en ti, un reflejo de su amor.
……..
¿Conoces el libro “EL SAGRARIO”? Lo escribí para ayudarte en tus visitas a Jesús en el sagrario, para que puedas conocerlo y amarlo más. Me ilusiona que lo conozcas y lo visites a diario. Y le digas que le quieres, una y otra vez.
Él te va a ayudar. Te lo aseguro. Anda a visitarlo.
“EL SAGRARIO” es un clásico de espiritualidad que “ENCIENDE los CORAZONES” en amor a Jesús Sacramentado. Escrito por nuestro autor Claudio de Castro
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