Como escritor siempre me han atraído las novelas con grandes misterios por resolver. Anoche pensé en una, que leí en mi juventud. El personaje era un investigador con mucha agudeza mental. Rompía paradigmas y resolvía los casos más complejos.
Por algún motivo una escena vino a mi mente. Entran dos sospechosos en una oficina escoltados por varios policías. Los acusan de asesinato. Ambos tienen una coartada invencible. “A esa hora estuvimos en un bar y luego caminando por un callejón vimos el cadáver. En ese momento llegó la policía y nos atrapó. Todo es un grave error”. El detective llama a los oficiales y les ordena: “Apártenlos y pregunten a cada uno lo mismo: ¿En qué bar estuvieron?”
Recordé haber leído algo similar. ¿Dónde?
Ni Sherlock Holmes, ni Auguste Dupin, ni el padre Brown… Las primeras historias de observadores analíticos, con gran agudeza para solucionar misterios, no fueron ficción, están en la Biblia. ¡Y son increíbles!
Grandes personajes con mentes analíticas están allí, fueron iluminados por Dios para resolver casos muy complicados.
Una de estas fascinantes historias se encuentra en Daniel 13, 1-64
Dos ancianos se enamoran de una hermosa mujer. Se esconden en su jardín y le hacen propuestas indecorosas. Ella no acepta y estos hombres, humillados, la acusan de adulterio. Todo está en su contra. Los jueces la declaran culpable. Debe morir.
¿Cómo probar su inocencia? ¿Qué evidencias podrían mostrar?
La historia cautiva… Es un relato de fe, y de un joven con una capacidad de observación asombrosa.
“… Mientras estaban esperando la ocasión favorable, Susana entró un día en el jardín, como los días anteriores, acompañada solamente de las sirvientas jóvenes, y como hacía calor, quiso bañarse en el jardín. Allí no había nadie excepto los dos ancianos que estaban espiando escondidos. Susana dijo a sus criadas: “Tráiganme jabón y perfume y cierren las puertas del jardín para poder bañarme.” Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que Susana había pedido. No sabían que los ancianos estaban escondidos.
En cuanto salieron las sirvientas, los dos ancianos se levantaron y fueron corriendo donde ella. Y le dijeron: “Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros estamos llenos de pasión por ti; consiente y entrégate a nosotros. Si no lo haces, juraremos que un joven estaba contigo y que por eso habías despedido a tus criadas”.
Susana exclamó gimiendo: “Me encuentro sitiada por todos lados. Si consiento, es como morir; si no consiento, no me libraré de las manos de ustedes. Pero prefiero caer en manos de ustedes sin pecar, antes que pecar delante del Señor”. Y Susana se puso a gritar muy fuertemente. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
Al oír estos gritos en el jardín, las gentes de la casa se precipitaron por la puerta lateral para ver qué pasaba. Y cuando los ancianos contaron su historia, los sirvientes se sintieron muy avergonzados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante
A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos perversos contra Susana, para hacerla condenar a muerte. Y dijeron en presencia del pueblo: “Manden a buscar a Susana, hija de Jilquías, la esposa de Joaquín.”
La mandaron a buscar. Y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. Susana era muy fina y de gran belleza. Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron quitárselo para saciarse de su hermosura.
Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían
Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. Ella levantó llorando los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en el Señor. Los ancianos dijeron:
“Mientras nosotros paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos criadas. Cerró las puertas y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y pecó con ella. Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta maldad, fuimos corriendo hacia ellos. Los pillamos juntos, pero a él no lo pudimos atrapar porque era más forzudo que nosotros y, abriendo la puerta, se escapó. Entonces la apresamos y le preguntamos quién era ese joven y no quiso decirlo. Somos testigos de todo esto.”
La asamblea les creyó, ya que eran ancianos y jueces del pueblo, y la condenaron a muerte.
Entonces Susana exclamó con voz fuerte: “Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo sabes antes que suceda, tú sabes que éstos me han levantado un falso testimonio. Mira que voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha planeado contra mí.”
El Señor escuchó su voz y cuando la llevaban a la muerte, Dios despertó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: “Yo soy inocente de la muerte de ésta.”
Todo el pueblo se volvió a él y le dijo: “¿Qué significa todo eso que has dicho?”
Él, de pie en medio de ellos, respondió:
“¿Tan torpes son, hijos de Israel, que condenan sin averiguación y sin evidencia a una hija de nuestro pueblo? Vuelvan al tribunal, porque el testimonio que éstos han levantado contra ella es falso”.
Todo el pueblo se apuró en volver allá y los ancianos dijeron a Daniel: “Ven a sentarte con nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la sabiduría de los ancianos”.
Daniel les dijo entonces: “Sepárenlos lejos a uno del otro y yo los interrogaré.”
Una vez que los separaron, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: “Envejecido en la maldad, ahora vas a pagar los crímenes de tu vida pasada. Tú dictabas sentencias injustas, condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, cuando el Señor ha dicho: “No harás morir al inocente justo”. Así, pues, si tú lo has visto, dinos debajo de qué árbol los viste entretenerse juntos.”
Respondió él: “Bajo una acacia”.
Y Daniel contestó: “Verdaderamente te has condenado con esta mentira, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por medio”.
Después que despidió a éste, Daniel mandó traer al otro y le dijo: “Raza de Canaán, no de Judá; la hermosura te ha hechizado y la pasión corrompió tu corazón. Así trataban a las mujeres de Israel, y ellas por miedo condescendían con ustedes. Pero una hija de Judá no soportó la maldad de ustedes. Dime ahora debajo de qué árbol los sorprendiste juntos.”
El respondió: “Bajo una encina”.
Dijo Daniel: “Tú también has mentido, para mal tuyo: el ángel del Señor ya está esperando, espada en mano, para partirte por el medio y acabar con ustedes”.
Entonces toda la asamblea exclamó en alta voz bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él.
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