Cada mañana escogemos qué ponernos y cómo vestirnos. Nos preocupamos de que esté limpio y planchado porque con nuestro vestuario, en parte, contamos cómo somos y de nuestro aspecto depende la primera impresión que los demás tienen de nosotros.
Si somos discretos o nos gusta llamar la atención, descuidados o elegantes, clásicos o modernos, formales o informales. Todo eso puede apreciarse ya en un primer golpe de vista. Lo sabemos y por eso lo cuidamos.
Sin embargo, no somos tan conscientes de lo importante que es nuestro “palabrario”.
¿Te has parado a pensar en cuál es la primera palabra y la última que pronuncias cada día? ¿Has caído en la cuenta de cuáles son las expresiones que consciente o inconscientemente repites a tus hijos?
De todo ello habla el libro “Educar en lenguaje positivo: el poder las palabras habitadas” (Paidós) de Luis Castellanos.
Si te interesa el tema no te pierdas el último podcast de “Hablar en familia” en el que hablamos, entre otros asuntos, con el autor de este libro, de cómo utilizar un lenguaje positivo en la educación puede hacer cambiar el esquema mental por completo o de cómo algunas situaciones conflictivas pueden suavizarse si utilizamos las palabras correctas.
Durante el curso vamos con tantas prisas que nos cuesta pararnos a pensar, pero el verano es un momento estupendo para reflexionar, por ejemplo, sobre cuál queremos que sea nuestro “palabrario”. Porque nuestra manera de decir y de contar las cosas puede acercarnos o alejarnos de las personas que tenemos cerca. No es lo mismo decir abiertamente qué necesitamos, que lamentarnos por las esquinas repitiendo “qué desastre” o “veremos a ver qué pasa”. No predispone igual un “sí”, que un “no”. Y no se trata de cambiar el mensaje sino de resultar amable, constructivo; en definitiva positivo.
A mí una de las cosas que me resultan más agotadoras es tener que responder con un “no” a muchas de las peticiones de mis hijos. Cambiar de estrategia no siempre evita el conflicto, pero sí suaviza la convivencia. Me refiero a situaciones como esta:
– “Mamá ¿puedes sacarme los disfraces?
Un día de lío y en el que te encuentras cansada, si te dejas llevar por la inercia, la contestación podría ser la siguiente:
– No. Llevas toda la tarde jugando con cosas y está todo por el medio. Hoy no sacamos nada más.
Contestación que probablemente genere resistencia por parte del niño y tensión en casa. Pero tenemos una alternativa:
– Claro que puedo. Tu puedes recoger todos los juguetes que has utilizado y saco los disfraces. Si recoges rápido tienes todavía mucho tiempo para jugar.
No es lo mismo un “no” rotundo que un “claro”.
Cuando tengo tiempo para parar me doy cuenta de que en la manera de decir las cosas nos jugamos muchísimo y que a menudo adquirimos latiguillos que no benefician. Este libro me parece una herramienta fantástica para romper con dinámicas que no ayudan y que van calando no solo en nosotros, sino también en los niños.
¿Te animas a hacer un palabrario? A mí la entrevista con Luis Castellanos me ha fascinado, así que pienso darle vueltas al mío mientras paseo por la playa este verano. @amparolatre