Este santo canadiense quizás sea uno de los mayores sanadores que ha conocido la IglesiaSan André Bessette no tardó mucho en ser conocido como el “hombre milagro de Montreal”. Era un hermano sencillo que no deseaba demasiada atención, pero Dios lo agració con una fe profunda y pertinaz.
Como el beato Solanus Casey, Bessette fue portero, el “conserje” del seminario, y realizaba sus tareas diarias con discreción.
Pasaba largas horas de rodillas y construyó una pequeña capilla en honor a san José, donde pasaba mucho de su tiempo libre.
Los visitantes de la pequeña capilla de Bessette pronto empezaron a informar de curaciones y favores celestiales especiales, cosa que llamó la atención del arzobispo local.
Este, después de visitar la capilla dijo: “¿Debería decir que suceden milagros en este santuario de san José? Si negara que tal fuera el caso, los exvotos de ofrenda en aquellas pirámides contradirían mis palabras. No necesito hacer ninguna investigación, estoy convencido de que han tenido lugar sucesos extraordinarios; han sucedido aquí curaciones corporales, quizás, aunque es sencillo sufrir ilusiones en casos así, y curaciones espirituales mayores incluso. Pecadores han venido aquí, han rezado y, después, confesado sus iniquidades y marchado en paz con Dios”.
Empezaron a formarse multitudes que pedían al hermano André por sus intenciones personales.
Continuaron sucediendo milagros y Bessette recibió el apodo de “hombre milagro”, aunque él no hacía más que reír ante dicho sobrenombre: “Es san José quien hace estas cosas, yo soy como tú, un simple suplicante”.
Aunque nunca se hizo sacerdote, el hermano André acompañaba a la gente, escuchaba sus muchos sufrimientos y rezaba junto a ellos. Después, muchos eran sanados de sus males, ya físicos o espirituales.
Según algunos cálculos, se curaron más de 10.000 personas (aunque algunas estimaciones llegan hasta las 125.000 personas).
Incluso tras su muerte en 1937, siguió habiendo personas que informaban de curaciones (todavía hoy en día). La escritora Patricia Treece escribe sobre uno de esos milagros en Catholic Exchange.
Estamos en 1954: Joe Audino empezó a tener problemas de salud que, en 1957, se habían intensificado. Para el año siguiente, 1958, la forma avanzada de sarcoma de células reticulares se había extendido por todo su cuerpo. La radiación ya no podía hacer frente al cáncer. Joe estaba cara a cara con la muerte, su diagnóstico era “terminal” y esperaba la muerte en un periodo de treinta días. Tenía demasiado dolor como para hacer una confesión o recibir la Comunión, afirma. Simplemente yacía sin esperanza en la cama, demasiado débil para andar, con un hígado del tamaño de un balón de fútbol. En su desesperación, pensó en el hermano André. Y no importaba lo mal que se sintiera, no dejaba de rezar por la ayuda del hermano André. “Sabía que él podría ayudarme”, explica.
Joe accedió a someterse a un tratamiento experimental que nunca había ayudado a nadie antes. Poco después, se había librado del cáncer. Su médico Philip Rubin, jefe de radioterapia en el Centro Oncológico de la Universidad de Rochester, declara: “No hay una explicación científica clara para su curación”.
San André Bessette era un hombre sencillo con una fe sencilla, una “fe como un grano de mostaza” que podía mover montañas. Sabía en su corazón que Dios podía curar a las personas y obrar milagros, nunca dudó de Su poder.
Con una fe así, nada es imposible.