Los niños nos salvan del desamor. Nos rescatan de la frialdad y la distancia en la que nos movemos los adultos. A menudo tan contenidos para salvar el pellejo, que damos risa, por no decir pena.
Yo lo siento así cada día y no solo con los abrazos de oso de mi hija de tres años, que esta noche me ha dicho que me quiere tanto que jamás me va a cambiar, ni a devolver en ninguna tienda. La ternura de Sara te la esperas. Puedes incluso pedírsela si la necesitas. Y ella te la da, te la regala a todas horas.
Pero sus muestras de cariño no son mejores que las de «mi adolescente favorito», más inesperadas; más «de repente», pero precisamente por eso, igual de ricas para una madre. Un par de días a la semana mi hijo mayor termina las clases antes que sus hermanas y últimamente viene a buscarme al trabajo. Hasta que sus hermanas salen del colegio damos un paseo, hacemos alguna compra o nos tomamos un café. Hoy le he propuesto que se fuera solo a casa para ir adelantando deberes, pero no ha querido: «que no mamá, que no; que prefiero estar contigo».

Qué gusto.
Este año su horario nos brinda la oportunidad de tener un par de ratos a la semana para estar los dos solos. La mayor parte del tiempo en silencio, por ese repliegue sobre ellos mismo que los chicos sufren a esta edad. Pero yo no doy la batalla por perdida. A ratos ataco directamente y a ratos con cachondeito. Hay momentos en los que le cuento lo que me agobiaba su edad y otros en los que adivino algunas cosas que suceden en el patio (las madres tenemos este súperpoder) y él se sorprende. También yo me sorprendo de cómo la comunicación con este hijo mío que es como un rabo de lagartija, en estos ratos que tenemos los dos solos, fluye a cámara lenta.
Ayer entre chiste y chorrada me dijo: «he descubierto una frase que me gusta mamá, el perdón no borra el pasado, pero da sentido al futuro».
A Ángel le encantan las citas y a mí me dan mucho juego para romper el hielo, transmitirle ideas o profundizar en cuestiones vitales como «el perdón». Que a mi hijo de doce años ayer le apeteciera estar conmigo sabiendo que -como siempre- le sometería a un tercer grado me pareció tierno y desde luego, algo por lo que dar gracias.
Cualquier padre con hijos de estas edades sabe que el día a día está repleto de momentos que requieren mucha cintura, pero también de otros cargados de encanto, que son lo que nos salvan. @amparolatre