Hay veces que cuando recojo a mis hijos del colegio, me siento como esas mamás pájaro, que dan saltitos alrededor del nido poniendo lombrices en el pico de sus polluelos, que no hacen sino piar y piar reclamando alimento.
Después de ocho horas allí, tienen la necesidad de contar lo que ha sucedido, lo que no sucedió, lo que tienen que hacer, lo que hay que comprar, lo que se les olvidó y mucho más. Circulares, cumpleaños, planes posibles y otros imposibles.
El caso es que hay días en los que su urgencia por compartir se convierte en el momento más interesante, pero también en el más estresante del día. Son tres, cada uno con mucha vida. Yo solo una, estoy en clara desventaja y además llego a recogerles a la puerta del colegio, con mis batallas particulares que ocupan parte de mi cabeza y también de mi corazón. A menudo me siento absolutamente limitada ante tal demanda de atención.
Sin embargo, en los últimos días pienso sobre todo en lo afortunada que soy, por el hecho de que mis hijos tengan esa necesidad de compartir lo que les sucede, de que nos pidan opinión ante los temas cruciales y de que cuenten con nosotros para resolver sus problemas. Dentro de nada no lo harán, o sí ¿quién sabe? Decidan lo que decidan, nosotros seguiremos estando ahí, viviendo encantados el estrés ante sus demandas. @amparolatre