Desde que Sara ha comenzado a escribir, estoy desbordada por la correspondencia.
No hay noche que no me encuentre en la mesita de mi habitación unas cuantas misivas adornadas con pegatinas, corazones y demás adornos brillantes.
Desde hace unas semanas en la clase de mi benjamina hay un buzón para que se escriban cartas unos a otros y a este menester dedicamos parte de la tarde.
Y es escribiendo estas cartas como he comprobado una vez más que el gran reto de Sara es aprender a equivocarse.
Sara es una niña tranquila, de buen carácter, que oye continuamente de unos y otros lo buena que es, algo que se está volviendo en su contra. Últimamente nos damos cuenta de que el simple hecho de tener la tentación de “portarse mal” le lleva a la llantina y el desconsuelo. En más de una ocasión ha hecho que se me salten las lágrimas. ¿Cómo se puede tener tan buen fondo?
Hay niños retadores por naturaleza, otros a los que les atrae el riesgo y lo prohibido. Pero esta chiquilla lo que tiene es un deseo continuo por hacer lo que está bien. Y a mí es algo que me conmueve profundamente.
Sin embargo, es importante que aprenda a quererse imperfecta y con errores. Una batalla en la que andamos muchos ¿verdad?
En este contexto, escribir las cartas que le manda su maestra constituye una prueba de fuego en toda regla. A Sara se le ocurren muchas cosas que contar y lo hace sin ayuda, pero al terminar el texto y leer lo que ha escrito descubre que se ha saltado una “e” o que, una vez más ha puesto “Alejandoro” en lugar de “Alejandro”. Y es entonces cuando de repente la oímos llorar a solas en su habitación.
Visto lo visto, está claro que como madre no puedo bajar la guardia. Hay que tener la sensibilidad, la capacidad de observación, la creatividad y las ganas de aprender siempre a punto. Sara hasta ahora no había mostrado abiertamente ningún aspecto de su carácter que yo pensara que tuviéramos que trabajar con ella. Pero en los últimos meses me he dado cuenta de que ésta será su gran batalla. Y de momento he de admitir que no sé cómo ayudarla.
Sus hermanos han iniciado con ella una “campaña de desdramatización” de los problemas y cuando la ven así es divertidísimo observar cómo exhiben todos sus errores cotidianos para consolarla. Lo hacen francamente bien. Tanto es así que los días en los que tengo más follón en casa le pido a “mi adolescente favorito” que se siente a su lado y esté ahí, atento a lo que pueda necesitar, pendiente no solo de lo que ella va haciendo, sino de lo que va sintiendo.
Ese momento en que hermano mayor y hermana pequeña crecen juntos es sin duda una de esas escenas ricas ricas, que la vida con niños nos ha dejado últimamente. @amparolatre