Campaña de Cuaresma 2025
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A sus 94 años -75 de ellos pasados en vida de clausura-, la hermana Francesca Battiloro recibió lo que ella llama la mayor sorpresa de su vida: un encuentro con el Papa Francisco. "Le había pedido a Dios, solo a Él, conocer al Papa", dijo. "Pensé que era imposible. Pero, en cambio, Él me lo envió directamente".
Viajando de Nápoles a Roma para el Jubileo de los Enfermos y Agentes Sanitarios del domingo, la hermana Francesca tenía una esperanza: pasar por la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Frágil, casi ciega y en silla de ruedas, se le concedió un momento de intimidad para esta peregrinación mientras fuera, en la plaza, se celebraba una misa para 20.000 fieles.
Mientras rezaba en silencio cerca de la tumba de San Pedro, observó que se acercaba un pequeño grupo de hombres trajeados. En medio, otra silla de ruedas. Era el propio Papa, que hacía su primera aparición pública tras ser hospitalizado por una neumonía. También él tenía el mismo objetivo que Sor Francesca: había ido a rezar, confesarse y atravesar la Puerta Santa antes de sorprender a la multitud en el exterior.
Ninguno de los dos esperaba el encuentro. Pero allí estaban, dos sillas de ruedas encontrándose en la nave central. "Qué bonito, qué bonito", repetía la hermana Francesca, abrumada. Tendió la mano al Papa y, según cuenta, no podía soltarla.
Con voz recuperada y su característico sentido del humor, el Papa Francisco sonrió y preguntó: "¿Es usted una de las monjas de Nápoles?", un guiño a un momento vivido 10 años antes, cuando un grupo de monjas de clausura napolitanas se abalanzó sobre él durante una visita a su catedral.
Sor Francesca también había estado allí, pero nunca había conseguido acercarse. Esta vez fue diferente. Ella y el Papa compartieron casi 10 minutos juntos.
"Besé su mano, y parecía feliz… Verdaderamente, Dios ha estado respondiendo a mis oraciones últimamente, incluso a las más pequeñas", dijo.
No vino a pedir nada para sí misma. En cambio, ofreció su vida por la recuperación del Papa. "Le dije: 'Santidad, estoy rezando mucho, he entregado mi vida a Jesús para que usted se cure, y yo iré en su lugar…' Él sonrió".
Luego añadió en voz baja: "Ahora solo deseo morir en un acto de puro amor. Eso es lo que quiero: mi encuentro final con Él. He vivido mi vida".
¡Este vídeo (en italiano) muestra el momento en que Sor Francesca pudo cruzar la Puerta Santa!
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Más tarde, dirigiéndose a los fieles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco llamó a la enfermedad "una escuela de amor" y recordó a todos que "Dios nunca nos abandona."
Este encuentro imprevisto en un lugar sagrado, entre dos siervos de Dios -ambos en silla de ruedas- reveló algo profundo. No una coincidencia, sino una gracia. Un atisbo de cómo la oración, cuando se confía plenamente a Dios, puede convertirse en algo más allá de lo imaginable.
En una Basílica rica en siglos de fe, se escribió suavemente una nueva página: pequeña, silenciosa, pero radiante de esperanza.
Mira las imágenes del Papa Francisco en la plaza de San Pedro este domingo:


