Al principio de este documental, recién galardonado con un Bafta y nominado (entre otros premios) por la International Catholic Film Critics Association, uno de los hijos de Christopher Reeve recuerda: “Un abrazo de mi madre era como ser acariciado por el sol”. Pronto nos desvelarán que, junto al actor, hubo en los últimos años una mujer que le cuidó hasta el final y logró que no le abandonaran las ganas de vivir: Dana Reeve.
Para mucha gente de las nuevas generaciones quizá el nombre de Christopher Reeve no signifique nada. Pero para muchos fue ídolo de infancia y/o de juventud: el primer actor que encarnaba a un superhéroe en el cine; el descubrimiento de un tipo capaz de aunar carisma, fortaleza y confianza en su personaje, quien además tuvo que medirse en su debut con estrellas del calibre de Marlon Brando, Gene Hackman, Valerie Perrine, Ned Beatty, Margot Kidder y Glenn Ford, entre otros. Nos referimos al “Superman” de Richard Donner, un filme cuyo encanto aún no ha sido superado.
Si bien la mayoría solo le recuerda por el papel de Clark Kent en cuatro películas (la última de ellas, deplorable), Reeve fue un actor versátil que durante años luchó para zafarse del encasillamiento: lo demuestran sus incursiones en el romance (En algún lugar del tiempo), la intriga religiosa (Monseñor y Asesinato ritual), el suspense (La trampa de la muerte), el periodismo (Interferencias y El reportero de la calle 42), el terror (El pueblo de los malditos), la comedia (¡Qué ruina de función!) e incluso el drama victoriano (Las bostonianas y Lo que queda del día).

La fuerza de un héroe: perseverar y resistir
Hacia el final de Super/Man: La historia de Christopher Reeve, que han dirigido entre Ian Bonhôte y Peter Ettedgui, escuchamos al actor hablando de su nueva visión sobre la heroicidad tras el accidente: “Creo que un héroe es una persona común que encuentra la fuerza para perseverar y resistir a pesar de cualquier obstáculo”.
Para contarnos su historia, un ejemplo de lucha y superación, los directores se centran más en los años de su parálisis que en los pormenores de su filmografía. Algo lógico porque son responsables de “la extraordinaria historia de los Juegos Paralímpicos”. No faltan los años en los que pasó del teatro de vanguardia a convertirse en el protagonista de una de las películas más célebres de todos los tiempos. Nos cuentan que tuvo un hijo con Gae Exton, y entonces huía del compromiso por culpa de los matrimonios fallidos que habían ensombrecido las vidas de sus familiares, pero a partir del encuentro con Dana decidió casarse: “Finalmente, en la relación con Dana, comprendí que el matrimonio es libertad. Es una oportunidad. Es un equipo”. Con ella tuvo dos hijos y con ella vivió hasta su muerte. No falta su relación conflictiva con un padre severo que nunca reconocía sus esfuerzos, ni la amistad perpetua y entregada del actor Robin Williams.
Entre 1978 y 1995 Reeve vivió años de gloria: fama, éxito, dinero, trabajos, hijos… Y en mayo del 95 se cayó de un caballo, con consecuencias fatales: rotura de cervicales y médula espinal y discapacidad. Fue Dana quien le dijo: “Voy a apoyar lo que sea que quieras hacer porque es tu vida y es tu decisión. Pero quiero que sepas que estaré contigo siempre, pase lo que pase”, devolviéndole las fuerzas para luchar. A partir de entonces se encontró con el apoyo indiscriminado de fans, políticos, compañeros de profesión y todo ese personal de servicio y mantenimiento que fue conociendo en hoteles y restaurantes (“Muchos me dijeron que rezaban por mí”).
El accidente no solo cambió su vida de manera radical: también le hizo enfocar las cosas de otro modo. Mejoró su perspectiva sobre la paternidad y, donde antes había sido un padre menos dedicado a sus hijos, ahora podía dedicarse a escucharles. Empezó a dar esperanza a los discapacitados y creó The Christopher Reeve Foundation, consagrada a la investigación de las células madre y a la ayuda de personas con lesiones de médula espinal. Reeve creía que la ciencia podría reparar aquellas discapacidades, y él mismo había empezado a mover partes del cuerpo cuando, en 2004, falleció a consecuencia de un fallo cardiaco derivado de una infección. Apenas un par de años después Dana murió de cáncer de pulmón. Sus hijos, Will, Matthew y Alexandra, continuaron su labor conjunta en la fundación.
El documental es duro y muy conmovedor, pero nos deja un montón de mensajes positivos: la esperanza por encima de todo, la lucha para no rendirse jamás y la familia como un puntal que te devuelve las ganas de vivir.

