La mayoría de nosotros recibimos el Bautismo siendo bebés. Nuestro padres habían decidido qué nombre ponernos, por eso el sacerdote nos llamó con él al momento de derramar el agua sobre nuestra cabeza.
Sin embargo, quizá no nos hemos puesto a pensar en la importancia de haber recibido un nombre cristiano -al menos así era antes- y en lo que representa para cada uno y para quienes nos conocen.
Dios reveló su Nombre
El Catecismo de la Iglesia católica narra qué hizo Dios con el pueblo de Israel:
"Dios se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente".
Por eso, debemos sumo respeto al nombre de Dios porque es sagrado, lo que nos recuerda el segundo mandamiento: "No tomarás el nombre de Dios en vano".
De la misma manera, nosotros tenemos una identidad propia ligada al nombre que recibimos en nuestro Bautismo. Y esta verdad se comprende cuando conocemos a personas que se llaman igual que nosotros, y, sin embargo, cada uno tiene su propia personalidad.
Y quienes nos conocen, cuando escuchan nuestro nombre lo relacionan a nuestra persona aunque no estemos presentes.
El nombre del cristiano
Menciona nuevamente el Catecismo:
"El sacramento del Bautismo es conferido 'en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo' (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia".
Además, enfatiza en poner el nombre de algún santo y que el “nombre de Bautismo” puede expresar también un misterio cristiano o una virtud cristiana.
Por eso, antiguamente todos los niños se llamaban "José" y las niñas, "María", ¡que hermosa manera de pedir su protección a los padres de Jesús!
Dios te llamará por tu nombre
Pero es necesario comentar que nuestro nombre también es sagrado. Dios nos llamará con él porque es un nombre de eternidad (CEC 2158-2159).
Así es que, amemos nuestro nombre, no aceptemos apodos y procuremos usar todos los que tengamos -por eso es saludable que los padres de familia piense bien cómo llamarán a sus hijos, sin complicarles la existencia-.
Demos gracias a Dios y a la Iglesia por el don del Bautismo y honremos nuestro nombre con nuestra vida.
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