La mayor parte de las higueras que hay en México provienen de una misma planta: la higuera de san Felipe. Los padres de san Felipe, originarios de España, hicieron llegar a México dos higueras desde Tierra Santa. Una de ellas fue obsequiada al Palacio Virreinal y la otra fue plantada en la casa de la familia.
Estas plantas se fueron multiplicando y llegaron a distintas partes de México. Sin embargo, al paso de los años se secaron y dejaron de dar frutos. Aún así, la familia de Felipe decidió no cortar la higuera marchita de su jardín por ser originaria de Tierra Santa.
Felipe, ¿un santo?
Desde pequeño, Felipe se caracterizó por su carácter activo y travieso. Su nana, que cuidaba constantemente de él, era quien más soportaba sus travesuras.
La leyenda cuenta que un día, ante una de sus frecuentes travesuras, la madre de Felipe exclamó: “Ay mi Felipillo santo”; a lo que su nana respondió: “¿Felipillo santo? ¡cuando la higuera reverdezca!”, pues el joven no mostraba una personalidad típica de un santo.
La nana no imaginó lo que pasaría años después.
Una vida desordenada y el retorno a su vocación
Al crecer, Felipe ingresó al noviciado de los franciscanos, el cual abandonó tiempo después al no resistir el estilo de vida que llevaban los religiosos.
Regresó a la casa de sus padres y se dedicó, sin mucho éxito, a la platería. Un día, su padre, Alonso de las Casas, lo envió a Filipinas para que se dedicara al comercio. Una vez en Manila se dejó llevar por el arte y las riquezas, lo cual lo llevó a experimentar grandes placeres, pero también un profundo vacío.
En ese vacío y sin sentido, escuchó el llamado de Dios en su corazón: “Si quieres venir en pos de mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mt 16,24). Felipe se replanteó su vocación religiosa y volvió a la orden franciscana.
Su vida de oración y estudios comenzó en Manila; sin embargo, al llegar el momento de su ordenación, sus superiores le ofrecieron volver a México para ser ordenado sacerdote. Partió hacia la Nueva España en compañía de otros franciscanos.
Sin embargo, el mal temporal provocó que la embarcación sufriera un desvío, obligándolos a desembarcar en Japón. A pesar del cambio de planes, los franciscanos se pusieron a evangelizar de inmediato.
Las conversiones comenzaron a ser tan numerosas que preocuparon a las autoridades, quienes comenzaron una persecución religiosa. Felipe, al ser náufrago, tuvo la posibilidad de huir y salvar su vida; pero eligió quedarse con sus hermanos frailes y morir junto a ellos.
“¡Felipillo santo!”
El 5 de febrero de 1597, en Nagasaki, san Felipe, junto a 21 franciscanos más, entregó su vida por amor a Cristo, convirtiéndose en el primer mártir y santo de México. Tenía 25 años.
Se cuenta que, en su casa, la nana de Felipe gritó con júbilo “Felipillo santo”, pues la higuera reverdeció.
La despedida del santo
El 4 de febrero de 1597, antes de morir, Felipe de Jesús escribió la siguiente carta a sus familiares y amigos: