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Los salmos están llenos de alabanzas a Dios. En ellos se inspiró san Carlos Borromeo para dedicar estas bellas palabras al Creador. Cualquiera puede hacer suya esta bendición llena de agradecimiento del santo arzobispo de Milán:
Bendice al Señor,
mi voluntad, mi memoria, mi inteligencia: bendecidlo todas mis capacidades
para que en el futuro podáis volver a meditar sus beneficios,
amar su providencia, contemplar sus sagrados misterios;
bendícelo por cada don de mi Señor, por cada consolación,
por cada reproche, fatiga, enfermedad, gracia que Él se ha dignado a conceder;
bendícelo por su magnanimidad
por la que Él no se comporta como uno que devuelve lo estrictamente debido.
Alma mía, en todas sus obras bendice al Señor,
porque es grande teniendo compasión,
generoso en su amor, profundamente dulce, benévolo, suave,
padre y benefactor amantísimo.Pero que no solo mi interior bendiga al Señor;
también las cosas exteriores, mis riquezas, mi estado,
los amigos, las fuerzas físicas, la nobleza;
todo lo que hay dentro, fuera y alrededor de mí bendiga a su autor y creador.
Nuevamente: “Bendice al Señor, alma mía, no te olvides de todos sus beneficios”(Sal 103,2).
¿Cómo alabar a Dios?
Esta bendición forma parte de una homilía que san Carlos Borromeo pronunció en la ciudad italiana de Vercelli el 5 de septiembre de 1583, antes de darle la comunión al duque de Saboya Carlo Emmanuele, gravemente enfermo.
En ella, el patrono de los seminaristas, de los catequistas y de los que trabajan en la bolsa y la banca, indica cómo alabar a Dios:
“No basta alabarlo con la lengua y las palabras, sino que, como Él es espíritu y escudriña las almas, debe ser exaltado sobre todo con el pensamiento; no de una manera desapasionada, sino con todas las fuerzas, porque todo lo que posees lo debes a Él”.
“No permitas que se borren de tu memoria los numerosos gestos de su benevolencia; la perenne memoria de ellos y su justa valoración te muevan a alabar siempre a Dios”, añade.
Finalmente, san Carlos, que en su vida realizó una enorme tarea caritativa y evangelizadora, reza una oración de alabanza y entrega a Dios y a su voluntad.
Oración
Oh, Rey poderosísimo del cielo y de la tierra,
mi Señor y mi Dios,
en cuyas manos está todo el poder del cielo y de la tierra,
ante ti me presento,
yo, criatura indigna, que tantas veces te he ofendido.Sé, Señor,
que has perdonado todas mis faltas,
has observado mis males,
me has salvado de la perdición,
me has colmado de misericordia y de gracia,
me has protegido con tu derecha
y has colmado todos mis deseos.Y también sé que yo, a cambio,
he transgredido tantas veces tus órdenes,
no te he honrado debidamente
y he hecho tantas cosas que no apruebas;
reconozco mi pecado
y con ánimo suplicante y humillado
confieso “haber pecado contra ti”,
contra ti, el “único Señor altísimo sobre toda la tierra”,
mientras nosotros somos tu pueblo,
corderos de tu grey.Deseo que a partir de ahora todos mis esfuerzos
se encaminen a complacerte.
Pero, “¿qué te ofreceré por todo aquello que me has dado?”.
¿Qué ofrenda podría hacerte para devolverte todos tus beneficios?
Incluso “si me entregase en cuerpo y alma en tus manos,
nunca podría recompensarte por tu ayuda”.Pero he podido oír lo que deseas de mí
por lo que te entrego mi corazón,
te lo ofrezco completo:
que sea todo tuyo
y que no haya en él ningún otro amor
que no sea el que tú me inspires.Señor,
haz de mí lo que desees:
si me quieres sano,
que yo esté sano;
si me quieres enfermo,
acepto todos los males;
si quieres prolongar mi vida,
que yo viva;
si decides mi muerte,
esta me será grata.Renuncio a cualquier deseo por una suerte o por otra:
lo pongo a tus pies.Solo una gracia te pido:
ya que me has nombrado guía de un pueblo tan numeroso,
otórgame “esa sabiduría que envuelve tu trono,
envíala de los cielos santos y del reino de tu gloria,
para que me guíe y me asista en mi labor
y yo pueda saber qué te complace más.
me guiará con prudencia en mis acciones,
me protegerá con su poder:
de esta forma mis obras te complacerán
y yo guiaré con justicia a tu pueblo” (cfr. Sab 9).Así, sin alejarme jamás de tu voluntad,
caminaré el primero por la senda de tus preceptos
y por ella guiaré a los fieles,
sabiendo que no debo vivir según mi deseo,
sino reconociéndome tu súbdito
y conformando mi voluntad a tu ley.