San Francisco Javier y santa Teresa de Lisieux, patrones universales de las misiones, tenían vidas muy distintas. Uno viajaba y la otra vivió toda su vida en un convento. Pero los dos estaban enamorados de Dios y se sentían enviados a llevarlo a todo el mundo. Y en sus oraciones le pedían su ayuda para poder hacerlo. De una manera muy diferente, cada uno con su inspirador estilo.
Para pedir conversiones
En Goa, probablemente en el año 1548 (según el jesuita Félix Zubillaga en el recopilatorio Cartas y escritos de san Francisco Javier de la Biblioteca de Autores Cristianos), Francisco Javier escribió esta “oración por la conversión de los gentiles”.
“Eterno Dios, criador de todas las cosas,
acuérdate que tú solo creaste las almas de los infieles,
haciéndolas a tu imagen y semejanza.
Mira, Señor, cómo en oprobio tuyo se llenan de ellas los infiernos.
Acuérdate, Señor, que tu hijo Jesucristo padeció por ellas,
derramando tan liberalmente su sangre.
No permitas, Señor, que el mismo Hijo tuyo y Señor nuestro
sea por más tiempo despreciado de los infieles;
antes aplacado por los ruegos de los santos, elegidos tuyos,
y de la Iglesia beatísima, esposa de tu mismo Hijo,
acuérdate de tu misericordia,
y olvidado de su idolatría e infidelidad,
haz que también ellos conozcan al que enviaste, Jesucristo,
Hijo tuyo y Señor nuestro,
que es salud, vida y resurrección nuestra,
por el cual somos libres y nos salvamos,
a quien sea la gloria por infinitos siglos de los siglos.
Amén”.
Apoyo espiritual en la distancia
Años más tarde, a finales del siglo XIX, la carmelita santa Teresa de Lisieux vive una misión totalmente distinta.
Además de ser enviada a amar a sus hermanas de comunidad, se siente profundamente unida a los misioneros que evangelizan por el mundo. Piensa en ellos, se alegra por ellos, sufre por ellos, reza por ellos.
Y está especialmente vinculada con dos misioneros que habían pedido al Carmelo un apoyo espiritual en la distancia.
La superiora se los asignó a Teresita y ella los consideraba como hermanos. Su bella relación está expresada en las cartas que se escriben.
Esta oración la compuso y la rezaba pensando en uno de ellos, el entonces seminarista Barthélemy-Bellière:
“Tú sabes, Señor, que mi única ambición es hacer que te conozcan y te amen.
Y ahora mi deseo se cumplirá.
No puedo hacer nada más que rezar y sufrir;
pero el alma a la cual te dignas unirme con los dulces vínculos de la caridad
irá a combatir en la llanura para conquistar para ti nuevos corazones.
Y yo, en la montaña del Carmelo, te suplicaré que le des la victoria.Divino Jesús, escucha la oración que te dirijo para aquel que quiere ser tu misionero:
protégelo en medio de los peligros del mundo;
hazle sentir siempre más la nada y la vanidad de las cosas pasajeras
y la felicidad de saberlas despreciar por tu amor.
¡Que su sublime apostolado se ejercite, desde ahora, sobre las personas que lo rodean
y que él sea un apóstol digno de tu Sagrado Corazón!¡Oh María, dulce Reina del Carmelo,
a ti te confío el alma del futuro sacerdote,
del cual yo soy la hermana pequeña e indigna!
Dígnate enseñarle, desde este momento,
el amor con el que tú tocabas y cubrías al Divino Niño Jesús,
para que así él pueda un día subir al Santo Altar,
llevando en sus manos al Rey de los Cielos.
¡Te pido, también, que le des amparo bajo tu manto virginal,
hasta el momento feliz en que, abandonado este valle de lágrimas,
pueda contemplar tu esplendor y gozar, para toda la eternidad,
de los frutos de su glorioso apostolado!”