La frase “El más allá es tan random”, en boca del personaje más joven de “Beetlejuice 2”, define de forma exacta el filme. Primero: porque nos aporta la visión juvenil actual, capaz de captar en seguida las dinámicas aleatorias (como en las apps y las redes sociales). Segundo: porque el otro lado es descrito por el director como una caja de sorpresas en la que, no obstante, continúa imperando la rutina de las salas de espera en las que, igual que en la vida terrenal, no podemos controlar el tiempo. Para Tim Burton no importa si estamos vivos o muertos, si somos almas en pena o almas que merecen la recompensa: no nos libraremos de la burocracia y la demora de los trámites, quizá porque representan la antesala del purgatorio y la condenación eterna.
“Beetlejuice”, renombrada en España con el tosco título de “Bitelchús”, fue un gran éxito que relanzó la carrera de Michael Keaton, nos descubrió a Winona Ryder y convirtió en clásico a un personaje en apariencia repulsivo pero muy diestro en el humor negro. Su popularidad desembocó en numerosos diseños de merchandising, cortometrajes, un musical, una serie animada y ahora, 36 años después, una continuación.
Conviene apuntar que detrás del personaje no solo está la mente de Tim Burton: el escritor Michael McDowell se encargó del primer guión, basado en una idea conjunta con el guionista Larry Wilson.
McDowell, que falleció en 1999 a la edad de 49 años, está de actualidad hoy por la edición en castellano de su saga literaria Blackwater, libros de tamaño bolsillo y publicados en seis entregas que no dejan de sumar lectores. McDowell también escribió la popular novela Los elementales, fue amigo de Stephen King y escribió los guiones de Thinner y Pesadilla antes de Navidad, además de varios episodios para series. Si bien el guión original era más sórdido, macabro y tenebroso, las reescrituras de Warren Skaaren consiguieron el tono cómico y desenfadado que vimos en 1988.
“Beetlejuice Beetlejuice”: el show de las almas perdidas
Una de las particularidades de la película es que presentaba a un matrimonio, fallecido en un accidente de tráfico, atrapado en el limbo de la casa en la que vivían. Pero luego descubríamos otros limbos.
En Beetlejuice se le daba un giro a las historias de fantasmas: en vez de ser los vivos quienes querían deshacerse de los espíritus, aquí sucedía al revés. Para lograrlo requerían la ayuda de un demonio que realizaba bioexorcismos, Betelgeuse aka Beetlejuice (“Zumo de escarabajo”), quien trataba de aprovecharse de ellos porque no podía renunciar a su naturaleza perversa y diabólica. La ayuda y los consejos los encontraban en el “Manual para los recién fallecidos”.
En la secuela nos encontramos de nuevo a la familia de humanos invasores de la casa. Pero las cosas han cambiado: el padre acaba de morir atacado por un tiburón; la madre, Delia (Catherine O’Hara), trata de honrarlo en un funeral y de superar esa pérdida; su hijastra, Lydia (Winona Ryder), no logra establecer lazos de afecto con su hija, Astrid (Jenna Ortega), igual que le sucedía a ella con su madrastra, y ambas no son capaces de superar la muerte del marido y padre, Richard. Mientras tanto el novio actual de Lydia, Rory (Justin Theroux), intenta llevarla al altar. Hay, en la trama, otros personajes secundarios, como un actor fantasma que se cree detective (Willem Dafoe) o la antigua amada de Betelgeuse, Delores (Monica Bellucci), obsesionada con vengarse de él.
Ahora Lydia, que sigue viendo a los habitantes del más allá, es la estrella de un programa de corte sobrenatural para televisión. Su hija es incapaz de creer que posee esas facultades y la considera una impostora. La pérdida del padre solo ha creado más grietas entre ambas. Cuando Astrid descubre que ha heredado las capacidades de su madre ya es tarde porque acaba en el inframundo. Lydia hará lo imposible por salvar a su hija, aunque esto implique el matrimonio con Beetlejuice.
Éstos son algunos hilos de la trama que, como vemos, contiene bastantes enredos. La recepción de la secuela, al parecer, ha dividido a los espectadores católicos: están quienes afirman que es una historia inapropiada y quienes ven un divertimento inofensivo. Sin embargo, hay un punto interesante porque, además de devolvernos a un personaje apreciado por el público pese a su picaresca y a sus intenciones aviesas, Tim Burton construye un más allá plagado de hallazgos, referencias religiosas y un sentido del humor en bruto que se desata en la segunda mitad del filme… porque se nota que el cineasta se siente más cómodo con lo fantasmagórico que con lo humano.
En la secuela volvemos a ver diversas clases de limbos y de purgatorios, los suicidas condenados a ser funcionarios, las salas de espera eterna para conseguir superar la cola y acceder a la ventanilla para afrontar el papeleo y la burocracia, e incluso un Tren de las Almas que lleva a los pasajeros al Gran Más Allá.
No falta el crucifijo gigante colgado del cuello de la devota abuela, ni un sacerdote llamado Padre Damien (guiño a La profecía), ni el clímax y el epílogo que transcurren en iglesias… Lo que trata de decirnos Burton es que el submundo no es muy diferente del mundo terrenal en algunos aspectos, y que alcanzar la redención no es fácil.
En sus películas suele haber una profunda preocupación por lo que nos espera cuando nos visite la muerte: casi todo su cine se basa en esa indagación, que suele resolver mediante el humor. No podemos olvidar otro de los temas presentes en la película original, aquí más desarrollado: la necesidad de comunicación entre madres e hijas, la importancia de la confianza entre generaciones y cómo el cariño maternal está por encima de rencores o disputas.
Si bien esta secuela contiene una estructura muy irregular y el cineasta a veces pretende abarcar demasiados flecos, la segunda mitad nos devuelve al mejor Burton, al más gamberro, capaz de sorprendernos con ideas y momentos geniales. Se nota que se ha divertido y que llena el largometraje de guiños a Carrie, Mario Bava, el cine clásico sobre ladrones de tumbas y, cómo no, los monstruos de terror de la Universal. Dianne Anders, en un estupendo texto para Poptopic, especula con que la película tal vez sea una alegoría del juicio católico. Decidan ustedes mismos.