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En las muy diversas tradiciones de la mística cristiana, el éxtasis se describe a menudo como una experiencia transformadora excepcional en la que el alma trasciende (o, mejor, suspende) los sentidos físicos y entra en íntima comunión metafísica con Dios.
¿Qué es el éxtasis?
Este estado, descrito con detalle por los grandes místicos de la Iglesia (principalmente por santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz), se entiende estrictamente como un don divino, y no como la etapa final de los propios esfuerzos espirituales.
El alma es atraída por Dios más allá de las limitaciones del cuerpo y experimenta un estado alterado de conciencia que a menudo se manifiesta como una profunda sensación de paz, una alegría radiante y una mayor conciencia del amor de Dios.
El éxtasis no es un acontecimiento emocional o psicológico, sino un encuentro espiritual personal del alma con lo divino. En la enseñanza católica, esta experiencia se entiende como una elevación del alma por el Espíritu Santo.
Una suspensión de los sentidos
El místico a menudo pierde la conciencia del mundo exterior y entra en lo que santa Teresa llamaba una "suspensión de los sentidos". En estos momentos, el individuo se siente completamente absorbido por la presencia de Dios, lo que conduce a lo que algunos describen como una abrumadora sensación de paz y belleza. Estas experiencias, aunque fugaces, dejan una impresión duradera en el alma y profundizan su relación con Dios hasta niveles desconocidos.
Los santos que experimentaron estos estados a menudo relataron profundas visiones o revelaciones durante el éxtasis. Por ejemplo, santa Catalina de Siena, cuyas experiencias extáticas están bien documentadas, describió momentos en los que su alma se sentía elevada al cielo, se encontraba con Cristo y recibía instrucciones divinas.
Santa Rosa de Lima, otra mística, a menudo entraba en éxtasis durante horas seguidas, y sus compañeros dominicos observaron que parecía completamente desprendida del mundo físico durante estas experiencias.
Estos ejemplos demuestran que el éxtasis religioso no es solo un acontecimiento personal, sino que a menudo es percibido por quienes rodean al místico como un signo visible e incluso milagroso de la presencia de Dios.
Necesidad de discernimiento
La Iglesia siempre ha ejercido el discernimiento cuando se trata de experiencias espirituales tan extraordinarias. Como explicó santo Tomás de Aquino, el éxtasis místico puede adoptar diversas formas, desde la simple suspensión de los sentidos externos hasta la forma más elevada: la contemplación directa de Dios.
En este estado, se dice que el alma está tan abrumada por la luz divina que el cuerpo pierde temporalmente su capacidad de funcionar con normalidad. Sin embargo, esta experiencia no es el objetivo de la vida espiritual: no es más que un medio para llevar al alma a una unión más estrecha con Dios.
De hecho, los grandes místicos de la Iglesia recomiendan prestar poca o ninguna atención a este tipo de experiencias sobrenaturales, recordando al creyente que el objetivo final de la vida espiritual no es el éxtasis, sino el crecimiento en la caridad.
También es importante distinguir el verdadero éxtasis místico de otros estados emocionales o psicológicos que pueden asemejarse a él. Numerosos teólogos y estudiosos de la religión han sostenido sistemáticamente que algunas pseudoformas de éxtasis cuasi-religioso podrían estar influidas por emociones personales, o incluso por el espíritu maligno.
La doctrina católica subraya que la verdadera prueba de la experiencia mística es su fruto. Si la experiencia conduce a una mayor humildad, amor y compromiso con la fe, se considera auténtica. Por el contrario, si conduce al orgullo o a la división, se mira con recelo.
Las raíces del auténtico éxtasis
En los tiempos modernos, el concepto de éxtasis religioso sigue formando parte de ciertos movimientos cristianos carismáticos (católicos o no), en los que las prácticas extáticas de culto (como ser "muerto en el Espíritu" o la "risa santa") se consideran signos de la presencia del Espíritu Santo.
Sin embargo, la Iglesia sostiene que el auténtico éxtasis, tal como lo describen los santos, tiene sus raíces en la humildad, la reverencia y un profundo sentido de sobrecogimiento ante la majestad de Dios. Una vez más, el éxtasis místico no es algo que deba buscarse por sí mismo, sino un don concedido a los creyentes que buscan la gloria de Dios a través de la oración contemplativa.
En última instancia, el éxtasis en la mística cristiana apunta a la realidad divina que aguarda a toda alma. Es un anticipo del cielo, donde el alma experimentará la unión perfecta con Dios, libre de limitaciones sensoriales. Para quienes lo experimentan, el éxtasis es un momento de profunda gracia, un recordatorio de que Dios está cerca, atrayendo al alma hacia su amor eterno.